Hay unos ojos que se pierden en el infinito y dentro de ellos una mirada triste que busca la esperanza, corriendo detrás de la espuma blanca que rompe el mar en la noche fría del día elegido para escapar, porque el momento elegido siempre es el mejor cuando puede dejarse atrás la miseria.
Y mientras se apretuja en el húmedo banco de la barcaza junto a compañeros invisibles, la excitación le impide pensar, sólo un techo de estrellas ilumina los sueños que le empujan hacia la Europa deseada.
Alhaji es uno de los 300 millones de desnutridos africanos según la FAO que ya no puede aguantar más malviviendo con una bolsa de comida para una semana y que apenas alarga todo el mes. En Yekepa, su lugar de origen, se moría de hambre, ahora vive cerca de Monrovia con sus 4 hijos, cobra menos de 75 céntimos de euro diarios transportando sacos y el desespero le ha llevado a embarcarse en la patera.
Cuando se trata de huir de la miseria más absoluta no existe miedo al naufragio porque la propia vida es una aventura para llegar al día siguiente. Poco tiene que perder porque sus escasos ahorros se los han comido las mafias de traficantes que les llevan al supuesto paraíso del norte.
Un golpe de mar le despierta de su letargo y sus ojos se detienen en la gran estrella del norte. Mientras se sacude las salpicaduras de agua salada aparece en su mente el recuerdo de su infancia,las noches que pusieron a prueba su virilidad en el “bois sacré” cuando en su lejana pubertad se enfrentó con el miedo para cumplir los ritos de la iniciación y sintió el frío de la solitud esperando acurrucado en un baoab la luz amiga del día siguiente.
Habían pasado cientos de lunas pero la estrella del norte seguía allí, quizás señalando el principio de una vida en la que comerá todos los días. Se imagina a sí mismo trabajando en el campo recogiendo fruta. Quizás podrá tener un techo de ladrillo, descubrir el agua corriente, utilizar la electricidad, conseguir algo de ropa para cambiarse y todo ello merecerá la pena sólo si puede compartirlo con sus hijos.
Su amigo Gbandi hizo este mismo viaje hace algún tiempo y le ha contado que en España no se está mal, aunque no todo el mundo le trate bien. Duerme en una piso pequeño junto a otras ocho personas, pero puede lavarse, se reparten los turnos de cocina y diez horas recogiendo tomates junto al amigo sol. Son una bendición, es un primer paso, a veces hasta les saluda algún blanco, aunque normalmente no se mezclan demasiado ni siquiera con gentes de otras etnias pero es un camino más hacia la esperanza.
El excesivo ruido de la motora lo mantiene en vigilia toda la noche y Alhaji piensa que la esperanza es como la espuma que encandila, que se encarama, pero que enseguida se esfuma, se levantan y desvanecen las olas como los sueños de la noche y a lo lejos las sombras del continente se presentan como gigantescas murallas.
Nadie sabe como se levantará el sol dentro de unas horas ni quien decidirá su destino. Ni siquiera le importa mucho sobrevivir pero le alivia creer que este beso de blanca espuma quizás sea el preludio de una nueva vida más humana.