La formación a la carta

Cuando hablamos de nueva economía siempre la relacionamos con esta revolución tecnológica basada en el conocimiento y la información que funciona de forma flexible y global favorecida por las redes de la comunicación. 

Aunque no debemos olvidar que afecta a las personas, a su forma de vivir e incluso a su forma de pensar, tampoco debemos perder de vista que el auténtico poder no reside en la información, por mucha que tengamos, sino en el conocimiento. 

Todo lo que tenemos aprendido sólo nos sirve para saber lo que ignoramos pero que realmente deseamos. Esta componente explícita del conocimiento es la que nos ayuda a sobrevivir y debería ser el objetivo de cualquier organización que lea el futuro. 

Estamos construyendo una cultura de nuevos factores como la agilidad, la innovación, la asunción de riesgos y pretendemos basarla en las personas, en su capacidad de relacionarse y de desarrollar sus “otras capacidades”. En esta nueva forma de pensar el espacio y el tiempo no deben mediatizar el proyecto final. Y por ello, el acceso a la formación virtual permitirá alcanzar a cualquier persona desde cualquier lugar en que se halle. 

No obstante no se debe confundir el aula virtual con la denominada educación a distancia pues los principios que distinguen a cada una de ellas son bien distintos. Baste recordar que la educación a distancia nació hace algunos decenios con el fin de acercar a la formación a personas cuya situación física o geográfica no les permitía acercarse al aula presencial sustituyéndose al profesor con un sistema de información y tutoría regular basada principalmente en la metodología de los textos. 

El aula virtual tiene una función mucho más ambiciosa y en muchos casos llega a superar a la denominada presencial, pues se basa en un gran objetivo y éste es que el estudiante aprenda. 

Por tanto, desde la actitud del profesor hasta el sistema pedagógico y su aplicación didáctica, son absolutamente distintas pues no se basan en “enseñar” al alumno sino en hacer lo necesario para que éste aprenda. 

Se trata de crear un clima absolutamente interactivo y absolutamente participativo en el que cada una de las partes juega un rol muy especial. 

Por una parte podríamos afirmar que el “rol del profesor” se basa en capacitar al estudiante para que sea capaz de gestionar determinados conocimientos que sólo él puede asumir libremente, su papel es de guía o de acompañamiento. 

En cuanto al “rol del alumno”, se trata de asumir unos contenidos los suficientemente interesantes que le permitan observar a través de su propia autoevaluación cómo mejorar su nivel de conocimientos y conseguir la necesaria automotivación que le permita seguir “enganchado” al sistema. 

La tecnología ocupa un papel importante, ya que gracias a ella se cumple la posibilidad de aprender permanentemente con independencia de horario, lugar y tiempo. Puedes hacer lo que quieras, cuando y desde donde desees hacerlo. Pero, para que funcione el sistema, sólo se necesita que exista un clima real de comunicación. Esto es que se provoquen sentimientos y por tanto que exista el denominado “feedback” el retorno, haciendo posible la interactividad. 

En realidad en un sistema ideal de formación, debería combinarse la componente presencial con la virtual, pero los principios serían los mismos, y la filosofía también. Para el mundo empresarial, la formación a través de Internet abre nuevas expectativas permitiendo desarrollar el trabajo en equipo y compartir verdaderamente el conocimiento sin mayores límites que la imaginación personal. 

Desde mi experiencia combinada entre el mundo universitario y la empresa, he podido descubrir que en ambos casos las consecuencias para aquellas personas que están siguiendo planes de formación virtual son muy positivos especialmente por la capacidad de poder evaluar constantemente al alumno a través de los chats y/o el diálogo permanente que sólo es posible con este sistema. 

Sin embargo, desde mi óptica de usuario y ferviente seguidor de esta nueva alternativa, quizás la mayor grandeza que ofrece la formación virtual sea la capacidad de poder formar a cada estudiante a partir de sus propias necesidades y poder compartir con él su propio aprendizaje. 

Es bien sabido que en la comunicación el mensaje sólo es importante en un 7 %, lo demás se refiere al tono y a la parte no verbal. Por ello, cuando se realiza el esfuerzo de comunicarse virtualmente, debe estimularse en gran medida nuestra inteligencia emocional, debemos imaginarnos físicamente a nuestro interlocutor, desarrollar nuestra empatía, medir la forma de relacionarnos con él, abrir su confianza y ponernos a prueba constantemente pero sobretodo tenemos la posibilidad de individualizar la formación, y esto no tiene precio. 

Dar las herramientas, tutorizar el crecimiento personal de otros es sin duda la mejor forma de compartir el conocimiento porque comporta la implicación personal, no es difícil realizar una lección magistral subido a un estrado ante un público anónimo y hablando sobre algo que conocemos. 

Si el conocimiento de la humanidad ha avanzado en estos últimos diez años más que en toda la historia del mundo y dentro de cinco sólo nos servirá el diez por ciento de los conocimiento que poseemos ahora. De poco nos sirve tener personas preparadas, quizás sería mejor buscar gente preparada para aprender ¿no creen?