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“Los \u00faltimos ser\u00e1n primeros”

No sólo se trata de parodiar la Biblia, pero, desde finales del siglo pasado, nuestra sociedad ha iniciado un proceso de transformación y, no sólo en los sistemas de trabajo por las tecnologías de información y gestión, sino también, en lo sociocultural, evidenciada en la calle sólo mirando las caras de nuestros nuevos vecinos emigrantes, pues, la singularidad de unos ojos rasgados o una tez morena que antes despertaba nuestra curiosidad, ahora es casi normal y habitual. 

La combinación de una economía estable, un buen clima y como no, una tradición turística muy arraigada, ligada a nuestro carácter abierto y social, nos ha convertido en el objetivo ideal para mucho países de ultramar, seducidos por nuestra situación geográfica estratégica y también, por ser la cabeza de puente de esta tierra de promisión llamada: Europa. 

No nos extrañe que deseen robarnos nuestros sueños, porque éstos no tienen dueño y no existe ninguna duda de que somos más iguales de lo que parece y que a todo el mundo le apetece vivir mejor y aspirar a este mundo mágico denominado el consumismo. 

Naturalmente, ya sabemos que no deberían confundirse los valores y el precio, pero a menudo y especialmente cuando los instintos básicos aprietan, hay que tener los principios muy arraigados para prescindir de muchas cosas, aunque parezcan innecesarias, sobre todo, cuando el grado de necesidad lo marque una ciencia tan perversa como el marketing, tan voraz que se alimenta de los pecados capitales del ser humano como la vanidad, el deseo, la avaricia o la soberbia. 

En el fondo, todos queremos parecernos a alguien y el modelo mimético funciona desde mucho antes de que se inventara el benchmarking. Nos gusta copiar al vecino porque solemos aprender de un modelo. El propio instinto no deja de ser una copia de ciertos hábitos de otros. 

Y la globalización sólo nos recuerda que en el mundo no estamos solos. No es cuestión de solidaridad porque en realidad a la gente le sigue costando mucho compartir, a menudo hasta los buenos días. Por eso ni siquiera se conoce al vecino de al lado, pero en realidad, nos hemos acercado tanto desde que existe internet, que en adelante, ya nada puede ser como antes. 

De la misma forma que el roce hace el cariño, tenemos un “gran hermano” en la parabólica de cualquier poblado remoto del tercer mundo y lógicamente, lo que al principio era simple curiosidad decae a menudo en la codicia de nuestros prójimos porque como también son humanos, desean vivir y tener tantos juguetes como nosotros. 

No hace falta que nos asustemos, pero aquí al lado, hay otro mundo que sueña y además, también piensa, trabaja, no le falta coraje y seguramente muchas más ganas que nosotros, quizás, porque tienen mucho menos que perder, además como mínimo son igual de listos. No debe extrañarnos que en una sola universidad de la India (creo que Bangalore) en el último año hayan salido más licenciados en ciencias que en todos los EEUU. O que la producción en textil y en manufacturas de China e India supere la del resto del planeta. También es curioso que la tercera parte del petróleo del mundo esté en un país que no piensa como nosotros y que tiene sus derechos humanos en entredicho. 

Parece que tal como advertía mi maestro utópico Leonardo hace 500 años, todo está conectado y repercute incluso en la distancia, por tanto si se quema un bosque en el amazonas un pájaro llora en Canadá. 

Pues va a ser que sí, que estamos todos comiendo del mismo pesebre, aunque unos lo hagan mejor que otros y quizás, debamos aprender cuanto antes a compartir más lo que somos, lo que hacemos e incluso lo que llegaremos a tener, simplemente para seguir disfrutándolo. 

No se trata de ninguna revolución, pero el mundo se está volviendo cada día más pequeño, precisamente por la interdependencia de las cosas. No nos extrañe pagar un kilo de pan o un café justo un 100% más que hace cinco años, cuando la inflación acumulada es de poco más de un 17% porque las matemáticas, cuando se trata de sobrevivir, dejan de ser una ciencia exacta. 

Y para finalizar, déjeme que le cuente una historia breve de un colega profesor en una escuela de extrarradio de ciudad grande durante una reunión de padres de curso P4: Al parecer, algunos expresaban su preocupación por el posible descenso de la calidad educativa de sus hijos si se contrastaba con emigrantes de países, teóricamente más pobres, con los que compartían clase. Pues bien, la respuesta de mi amigo fue la siguiente” mejor preocúpese de que los suyos -niños de aquí- sean capaces de llegar al nivel de actitud y comprensión de los hijos emigrantes” y seguía ”porque de lo contrario, en poco años, llegarán al mercado de trabajo mucho más espabilados ” o sea que mucho cuidado con la sobreprotección porque un día tendrán que caminar solos.

Somos jóvenes y tenemos valores

Se dice que el auténtico valor de una persona está mucho más cerca de sus corazón que de su cartera, pero lo cierto es que el concepto de triunfo y éxito en la vida está mucho más asociado al poder económico y material que a la riqueza del espíritu. 

Se nos ha borrado el sentido de la humildad porque ya casi nadie lo utiliza, lo mismo que la educación y, al paso que vamos, parece que ni siquiera el esfuerzo personal sea la llave que lleve a crecer y hacerse persona. 

La universidad acostumbra a ser el yunque que debería forjar el talante de los futuros profesionales de un país, la educación debiera caminar delante, pero de la misma forma que nadie llega a la formación universitaria sin haber superado los caminos anteriores, ya sea por la vía ESO, Bachillerato o FP, difícilmente la universidad puede enderezar los cimientos que no están bien aposentados. 

En África se dice que hace falta toda una tribu para educar un niño, mientras aquí, dejamos que otros lo hagan y cuando nos quejamos de la falta de valores que tienen nuestros hijos o de su escasa percepción hacia la religiosidad, deberíamos preguntarnos que hicimos de mal en nuestra generación para permitir que el consumismo, la inhibición o la idealización del triunfo personal para superar los complejos paternos, sustituyeran el tiempo y el espacio para comunicarnos con ellos. 

Los niños africanos viven en la calle, o sea rodeados de todo y de todos, familia, amigos, personas, animales, parientes y extraños, juegos y espiritualidad, hasta el vudú tiene su espacio y la consigna acostumbra a simplificarse en el sobrevivir. 

Mientras tanto, nosotros decidimos llevar a los hijos muy temprano a la escuela, dejarlos con canguros, aislarlos con dibujitos televisivos y llenarlos de juguetes que no han construido. Su religiosidad es copia de la nuestra y se nutren de otros principios gracias a nuestras ausencias, conviven, comen y duermen en el mismo escaparate mercantil en el que estamos todos y demasiado pronto descubren el valor del dinero. 

Mientras son universitarios viven engañados tras la zanahoria de un título o un diploma que combinado con algún master será el pasaporte imaginario que les abra las puertas del éxito. Piensan que cuando acaben, las empresas se volverán locos por contratarles, llenarles los bolsillos y entonces tendrán un coche, muchos juguetes inventados y más cosas, de esta forma el dinero les hará libres y serán felices. 

La historia puede ser parecida a ésta, pero la realidad es exactamente lo contrario. El éxito depende del ser uno mismo, del equilibrio entre salud, un trabajo enriquecedor, buenas relaciones y especialmente una actitud positiva. Si conseguimos ser, podremos hacer cosas útiles y eficientes que nos compensarán y por ello lograremos el éxito. 

No nos equivoquemos contando las historias desde el final. Los ejemplos cotidianos de los personajillos de la tele no nos sirven, las pelis sólo son sueños de otros y no nos valen para escribir nuestra propia historia. De hecho no sirve nada de los demás salvo aquellas cosas que podamos experimentar personalmente y que nos permitan estar bien y vivir en congruencia con nosotros mismos, de esta forma, contribuimos a mejorar un poco nuestro entorno y eso, sí vale la pena.

El talento no se jubila

El aumento de prejubilaciones en las empresas es una moda que como un perverso efecto de dominó se está imponiendo en el mundo laboral bajo la idea, no siempre aceptada, de que los ejecutivos jóvenes aportarán la necesaria innovación que la gente de cincuenta años parece incapaz de dar. 

Si nos creyéramos esta afirmación nos hubiéramos perdido lo mejor de Picasso, de Cela o Borges, y la mayoría de líderes empresariales que deciden el mundo económico y cuentan con sesenta años de promedio, deberían, por tanto, pasarse la vida jugando a golf o a petanca por lo que su única movilidad consistiría en ir a comprar el pan todos los días. 

Estoy convencido que esos 70. 000 prejubilados del último año sólo en España, en su gran mayoría, serían capaces de compartir una gran parte de su experiencia en una sociedad empresarial en la que, a pesar de la globalización, el valor del talento y del trabajo bien ejecutado seguirán abriendo las puertas de la competitividad. 

Debemos aceptar que hemos pasado de una cultura del trabajo estable, la funcional, jerarquizada, desinformada y con mucha supervisión, a un sistema dinámico, sobreinformado, relacional, con fuerte implicación, en el que las tareas necesitan un mucho valor añadido, ya sea en forma de conocimiento personal o capital corporativo. 

No parece justo, decirle a alguien cuando tiene que jubilarse, ni se justifica llenándole los bolsillos con unos miles de euros, dos años de paro y una pensión anticipada, pues si algo aprendemos con años de trabajo es que aún hay cosas que no tienen precio, como el derecho a decidir sobre lo que uno desea hacer con su vida en el futuro. 

Afortunadamente, las nuevas formas de trabajo están generando otras opciones como el contrato a tiempo parcial, los ligados a proyectos concretos formando equipos temporales y que no suponen compromiso de permanencia más que la decidida previamente. Con estas fórmulas, muchas personas con experiencia y talento pueden sentir de nuevo el reconocimiento y esta autoestima que les ayuda a vivir. 

Deberíamos también rehabilitar los aprendizajes y aquella figura del mentor que por desgracia se ha ido perdiendo. Las actitudes no se aprenden en las escuelas como tampoco se hace un líder a costa de masters, por todo ello, aunque innovemos mucho, no nos libramos de la mediocridad en los productos y servicios que compramos. 

Añoramos el trabajo bien hecho y la dedicación con la que cualquier persona de oficio realizaba su tarea. Echamos de menos el consejo de la experiencia y, también, voces humanas que no sean de plástico detrás del teléfono, ya que, aunque la tecnología nos haya dado muchas más cosas -que no necesitamos- incluso con mayor rapidez , ello no supone ni que sean mejores, ni siquiera que nos hagan más felices. 

No hace falta ponerle alas al tiempo porque ya se nos escapa por sí mismo, pero creo que jubilar la experiencia es un lujo que no debiéramos permitirnos, por tanto, quizás valdría la pena, antes de pensar en pre-jubilaciones que las empresas se plantearan de verdad, si siempre es justo y necesario robarle a alguien sus propios sueños.

Deslocaliza Que Algo Queda

No será recordado – en el plano económico- este recién estrenado siglo XXI, por haber acabado con los problemas del mundo, ni mucho menos los que tengan que ver con la socialización de la economía, o cuanto menos por eliminar la plaga de la inanición que sufre una gran parte de la humanidad.

Sin embargo, todo el mundo está hablando de la nueva economía, como si se tratara de un auténtico progreso para la humanidad, y la gran princesa de esta nueva galaxia bautizada como Internet, es la dichosa globalización.

Y se llama así, simplemente porque ahora las transacciones ya no se realizan a mano sino que todo ocurre y sucede a través de kilómetros de extensas redes de cables y satélites. Redes de cables y satélites.
Probablemente la culpa de todo eso, tengamos que buscarla en el siglo pasado, en el que nacimos usted y yo y coincide con lo que se llamó el neoliberalismo.

Esta nueva corriente liberal extrema surgió como contrapunto al keynesianismo el contexto más convulso del siglo XX. El keynesianismo, llamado así por su principal valedor John Maynard Keynes, propugnaba la intervención del estado intervención del estado para resolver los problemas de desempleo y precariedad laboral.

El mayor auge vino, tras el crack del 29 ya que sus políticas aplicadas en la práctica ayudaron a sacar a EEUU de la mayor crisis económica de su historia.

Mientras la mayoría del mundo occidental camino tras los pasos americanos, el planteamiento neoliberal, se ha ido imponiendo en la mayoría de países, aunque con resultados distintos.
Se inicia en la década de los cuarenta y sus ideólogos principales fueron Friedrich Hayek y Milton Friedman y la razón habría que buscarla probablemente, en el auge que provocara entre algunos jóvenes europeos y americanos, la doctrina de un libro denominado El capital, que proponía solución equidistante entre el derecho a la supervivencia y el reparto justo de la riqueza.
En realidad, el neoliberalismo nació para emprender, con nuevos ingredientes la lucha contra el marxismo. , No obstante, no logró desarrollarse hasta las crisis de los años 70 desencadenadas, y especialmente la denominada, crisis del petróleo del año 1973.

Esta nueva doctrina liberal alcanzará su plenitud durante los años 80 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en EEUU y el Reino Unido respectivamente.
En realidad, y como diría Charles Kindleberguer en sus Estudios de Historia, la diferencia entre los liberales y los keynesisnistas, tiene que ver en la extremada preocupación de estos últimos por el dinero, la inflación y la deflación de los precios, mientras que los neoliberales se preocupan por la distribución de productos y servicios, que deberá permitir desarrollar la producción y crear más empleo.

En realidad todo eso no suena muy bien, ensanchar el mercado para llegar a más gente, con más ofertas, más productos y más compradores, pero quizás la única perversión de este sistema, es que finalmente los medios de producción –las personas- acaban convirtiéndose en unidades de coste y en consecuencia, se acaba deslocalizando. 

Durante el año 2001 el hundimiento de la burbuja tecnológica y los valores de empresas como Amazon o Terra se ve rematado por el atentado de las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001. Wall Street cierra durante unos días algo inaudito que paraliza buena parte de las finanzas mundiales.

El ciclo de crisis se cierra hasta nuestros días con la bancarrota de Enron y el escándalo en Arthur Andersen así como de otras empresas que habían manipulado sus cuentas para hacerse más atractivas en bolsa.

Las empresas del sector industrial han entrado en un régimen de reestructuración permanente porque las luchas competitivas no tienen fin. Son, por otra parte, el motor de un gigantesco movimiento de revisión de la división internacional del trabajo, que ve entrar uno tras otro a los nuevos competidores geográficos, el Sudeste Asiático, América Latina, China, India, cada uno armado de ventajas competitivas, especialmente jurídicas y saláriales,

Hasta aquí hemos analizado el proceso que nos ha llevado hasta la deslocalización, veamos ahora las causas y consecuencias de la misma.

La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido.

No quiero pensar aunque me gustaría mucho que una parte de la deslocalización, contiene algún rasgo de solidaridad, para el desarrollo de los países destino, es cierto que existen ventajas, como:

  • Mayor desarrollo económico.
  • Posibilidad de mejorar su PIB al crecer sus exportaciones. 
  • Creación de empleo neto
  • Mejora salarial
  • Más competitividad de los Recursos Humanos
  • Calificación de sus trabajadores.
  • Más especialización
  • Optimización de sus recursos productivos en general

Pero lo que pasa, es que éstas ventajas, difícilmente repercuten en la población de forma directa, por otra parte, tampoco es cierto del todo que se creen en excesivos puestos de trabajo, de un informe del Instituto Cato (USA) y recogido por P.Shwartz, se deduce que entre 1993 y 2002 se crean en EEUU, 17,8 millones de puestos, que es la relación entre 322,7 millones de empleos creados y 309,9 mi. de empleos destruidos, o sea que no es para tanto.

La del localización, palabra intraducible según el Diccionario de la Lengua Española, es probablemente una necesidad de la economía de nuestro tiempo y aunque no resulte descabellado suponer que existen ciertas ventajas, éstas, afectan al futuro del desarrollo del conocimiento, en algunos países receptores, porque si calan hondo, pueden favorecer la transformación de estos estados, destinatarios de la del localización, como India, China, Brasil ó Indonesia.

Gran parte de la tecnología que se genere en el la India ó China revertirá en sus propias economías, incrementando la eficiencia de las empresas locales gracias a un mecanismo de contagio beneficioso.

Además y tratándose de nuevas tecnologías, los conocimientos, la propia formación y la experiencia adquirida en empresas occidentales que son proveedoras precisamente deI más D, podrán ser aprovechados en sus respectivos países.

Pero aún hay más, la cultura empresarial, está actuando en éstos países como un resorte que se destapa, provocando el nacimiento de muchas pymes, al desarrollarse el espíritu emprendedor que es el eje de cualquier economía estable. 

La deslocalización es una forma indirecta de “colonizar” en el siglo XXI , pero tiene un grave enemigo, que a menudo las mentes calenturientas que viven amarradas a las cuentas de explotación y que ven a la persona, como mera unidad de coste, quizás no han advertido, y éste peligro se llama la “deslocalización del conocimiento”.

Hay un dato muy representativo, con la fiabilidad que me merece IBM, sólo en la ciudad India de Bangalore, están graduándose tantos ingenieros de informática, como en todos los Estados Unidos, esto es bueno para la economía mundial y aún es mejor para la competitividad, porque nos obliga a no dejar de innovar para mantenerse con garantían en el mercado.
Las empresas, deberán centrarse cada vez más en su branding, en su “care bussiness” en lo que saben hacer mejor, para dejar otras actividades fuera “offshore” sin causar grandes sufrimientos, porque el talento, el conocimiento esencial, no puede copiarse, no es cuestión de “codos” ni siquiera de esfuerzo, también influyen capacidades innatas, que hemos heredado y no pueden clonarse.
La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido.

Hay un par de cosas en que políticos y altos financieros están casi siempre de acuerdo, y ambas se relacionan con el sentido del gusto, la primera se relaciona con la supervivencia y consiste en llenarse la boca de “buenos canapés” y la otra no menos golosa se refiere a decir frases tan mágicas como; ….no hay crisis, tranquilos porque no pasa nada, usted contribuyente siga pagando, comprando, dando trabajo y viendo mucha tele, porque está todo controlado.

No quiero caer en nimiedades, ni tengo nada contra los gobiernos, pero creo que la sociedad tiene derecho a un mínimo de respeto, no nos sirven las gafas que pretenden ahumar lo que pasa en nuestro entorno, ni que pretendan comprarnos por el estómago con cuatro aburridos discursos y promesas electorales, la gente quiere saber y alguien debe movernos a reflexionar.

La gente debe saber que, un euro fuerte equivale a menos competitividad, que el Pib, sólo ha crecido una décima con respecto al año anterior y la previsión para este año es de otra décima, nuestras exportaciones son pobres, pues más del 70 % de nuestras ventas dependen del mercado interior y europeo y seguimos con bastante más de un 10 % de paro, según datos que me merecen absoluta confianza, elaborados por el I.E. de la Caixa.

Lo malo de las previsiones, no es que casi nunca se cumplan, sino que pocas veces se articulan medidas coherentes, de eso, parece que los únicos que ganan algo son los especuladores, con tanta tecnología de la NASA, no parecía difícil detectar un tsumani, lo mismo que buscar alternativa al petróleo, pero quizás no interesa.

Ahora tenemos a las puertas de casa el fenómeno de la deslocalización, la palabra suena a nueva pero viene haciéndose desde el neardenthal, se trata de optimizar recursos propios –entonces era la supervivencia- desplazándose hacia la fuente de recursos más idónea.

En la época moderna, padecemos y disfrutamos al mismo tiempo de la deslocalización desde mediados de siglo, en mi Catalunya natal, la llegada de inmigrantes procedentes del sur mediterráneo y bético, supuso una ayuda indispensable para la renovación y posterior desarrollo de los sectores textil e industrial, poco competitivos sin la ayuda de un “plan marchall” que no tuvimos, de una desamortización que tampoco se aplicó y de una política estatal, mucho más preocupada en protegerse que en favorecer el crecimiento de provincias.

En realidad en los últimos decenios del siglo XX, los sectores tradicionales como el textil, la industria, el automóvil y la electrónica de consumo, han sufrido el látigo del mercado libre y la competencia asiática, incluso nuestra perla de oro, que es el turismo ha visto laminados sus recursos gratuitos como sol, plaza y pesetas, despertando del sueño utópico de pensar que el sol era de exclusiva, vivía entre nosotros, lo mismo que le pasó a Felipe II, olvidando que calienta y luce por igual en todo el mediterráneo y más.

Y está claro, que nos han abierto los ojos a palos y con eso del transporte barato, la gente ha cambiado el Caribe por Mallorca, Málaga está muy vista y hasta las vacaciones en el mar apetecen más, simplemente, porqué antes las hacían los ricos, y ahora se han democratizado.
Estamos pasando a ser víctimas pasivas, de los mismos causas que en su día nos convirtieron en punto de atracción de occidente, con el peligro de que se genere una nueva deslocalización de personas y grandes operadores.

Aquí fallaron los políticos, puesto que la democracia amén de otras cosas buenas, trajo consigo un cambio cultural muy necesario y es que a todos, nos gusta igualmente el jabugo, las gambas y el mercedes, además nos lo ponen en bandeja, cuesta lo mismo viajar a Londres en un jet, que ir en autobús hasta Lloret.

Estrenamos un mundo nuevo, en que las clases sociales ya no se gradúan ni por las rentas ni siquiera por el trabajo como antes, aquella relación de premio/esfuerzo, casi se acabó, porque nuestros hijos tienen de todo sin demasiado esfuerzo, el acceso a un buen coche, una casa, una buena universidad o un trabajo, no depende tanto de lo que ganes sino de lo que te paguen.

Por otra parte los medios de comunicación, han desarrollado las expectativas de un estado de bienestar plastificado, incluso falso, pero al mismo tiempo tan real, porque a través de concursos, reportajes ó falsas convivencias filmadas, cualquier persona mediocre, esto sí, con “jeta”, es un modelo a copiar socialmente para vivir sin dar golpe.

Y en este río revuelto, debe navegar sin rumbo fijo, los millones de pymes y profesionales que sostinen de verdad el país, cotizando religiosamente con sus irrepeefes y contribuyendo a pagar unas estructuras que a la hora de la verdad no existen.

Y éste es otro problema de la deslocalización, la gente se va a Asia, ó incluso a la Europa del este, no sólo porque producen más barato, sino porque aquí no tenemos suficientes infraestructuras, nuestra rotación ferroviaria de mercancías con puntos de enlace en los polígonos industriales es pobrísimo o simplemente inexistente.

La verdad es que además del señuelo de los costes saláriales, existen otras condicionantes que favorecen la decisión de deslocalizarse, hacia un país determinado, y éstas tiene que ver, con una cierta estructura logística (charreteras puertos) un mínimo de capital, estabilidad política, mano de obra disponible y probablemente subyace un deseo de desarrollo.

Algunas de las razones que pueden empujar hacia la deslocalización de una empresa serían las siguientes:

  • Mejor acceso a materias primas
  •  Más competitividad
  • Reducción de costes, especialmente de mano de obra directa
  • Ventajas fiscales y políticas
  • Focalización hacia tareas de auténtico “valor añadido”
  • Diversificación de riesgo
  • Mayor especialización de los servicios
  • Aumentar el nivel de cualificación de los trabajadores.
  • Menor conflictividad laboral
  • Favorecer el cambio desde los Recursos Humanos.

No voy a entretenerme demasiado en justificar cada una de ellas, ya que entiendo que el lector las conoce sobradamente o cuanto menos las intuye.

Sólo destacaré algunos puntos, que avalan decisiones empresariales, supuestamente egoístas pero investidas de mucho sentido común empresarial.

La gran lección industrial de la deslocalización, nos la viene dando, el filón del turismo al que me he referido antes y otro ejemplo podría ser nuestra potente industria de confección, la influencia del factor moda, ha alterado totalmente los hábitos de consumo en los últimos 20 años, y ha cambiando incluso el verbo de esta actividad, hemos pasado de “vestirnos” a “ponernos” cosas.

Casi nadie cubre su cuerpo, como hicieran nuestros antepasados, para protegerse del frió, pudor, utilidad ó necesidad, el márketing se ha enquistado en nuestra vidas y compramos centenares de prendas por el mero placer de hacerlo, lógicamente este cambio de la forma de vivir, ha mediatizado la producción de la moda, de la que somos una potencia europea y normalmente, los grandes fabricantes de moda, sólo diseñan, distribuyen y poco más, productos que se producen, cortan, cosen fuera de nuestras fronteras.

Y la segunda gran lección de deslocalización , es el propio turismo, somos exportadores de “sol gratuito” placer, otrora buenos precios, simpatía y placer de vivir, lo que nos ha convertido en la segunda potencia mundial en turismo de ocio, aunque la lección la aprendimos a medias y ahora podemos ser víctimas de los mismos elementos que en su día nos convirtieron en punto de atracción que favoreciera la deslocalización de personas y grandes operadores.

No nos extrañe por tanto esta deslocalización, porque sólo han pasado 30 años, cuando nosotros mismos fuimos, receptores de grandes industrias manufactureras, provenientes de Europa y que encontraron en este país, el señuelo fácil para conseguir ventajas económicas o incluso fiscales.

Pero lo que de verdad nos ocupa, es conocer en que forma afecta la deslocalización a estos humanos con recursos, que somos las personas.

De entrada, quiero advertir que estamos a las puertas de una nueva reforma laboral, se hace necesario buscar el equilibrio entre la flexibilidad empresarial y la necesaria estabilidad en el empleo.

Seguimos teniendo un nivel insuficiente de empleo y la temporalidad es también muy alta, no obstante sería poco adecuado limitarla, porque la competitividad, la estacionalidad de muchos sectores y las condiciones del mercado, apuntan a esta flexibilidad.

Los caminos deberán pasar por abrir otras formas de flexibilidad para las empresas, y también para los trabajadores, que probablemente deberán asegurar más su competitividad por él, camino de la formación permanente y buscar la estabilidad a través de la empleabilidad y la disponibilidad.

Quizás también haya que cambiar la mentalidad empresarial, de forma que tener un trabajador, deje de ser un problema y se convierta en una oportunidad de disponer de talento útil para la organización, pero, del que se beneficie directamente el propio empleado. 

No olvidemos el freno social que supone la deslocalización el país de origen, especialmente cuando existen despidos masivos y auténtica precariedad, especialmente para esos perfiles mayores de 50 años, que ven acabada su vida laboral antes de hora.

Naturalmente que esta movilidad ha permitido la intervención más o menos apurada de empresas de outplacement, siempre eficientes, pero que implican la necesidad de readaptación y reciclaje, pero sin duda el coste de mala imagen y desconfianza en la empresa en muy importante, originando en muchos casos la movilidad hacia otros lugares en los que hay trabajo.

Mientras nos hemos apuntado al carro del progreso y han proliferado por doquier las ofertas de formación públicas o privadas, las empresas siguen sin disponer del modelo de trabajador, que no sea simplemente productivo, que no lo es, porque nuestra tasa de productividad sigue siendo muy baja, pero sigue faltando implicación en los proyectos, autonomía ó disponibilidad.

Por otra parte, seguimos gestionando buena parte de nuestras empresas como se hacía hace 20 años, con una dirección en exceso jerarquizada, sin vías de comunicación interna, que favorezcan la aportación del talento de las personas y sin darnos cuenta que la sociedad ha cambiado, el nivel cultural de la gente no se cambia sólo con más universidades, sino favoreciendo e incentivando las ganas de aprender.

Para este país y en mi modestísima opinión, la proliferación de centros universitarios ha sido engañosa, porqué la escenificación de un titulo como máximo exponente del conocimiento y por tanto como salvoconducto hacia el empleo de por vida, ha abortado al mismo tiempo, el necesario desarrollo de vocaciones en oficialías y formación profesional, hasta llegar al problema deficitario actual.

Hemos olvidado que los ejes reales de la productividad, de la calidad, de la mejora continua, incluso del clima laboral, están relacionados con los mandos intermedios y con aquellos que rechazan comportarse como robots y convierten a su trabajo en un proceso de artesanía, por tanto, debe incidirse sobre la Formación Profesional..

Los medios de comunicación especialmente la televisión, con su enorme poder sobre una sociedad demonizada por el culto al consumo, y que asimila en su escala de valores, la posesión como signo de progreso.
Han favorecido el éxito a través de personajes normalmente universitarios y al mismo tiempo han asimilado la figura peyorativa “chistosa y rural” a gente de oficio -dicho con el mayor respeto- series como “farmacia de guardia, médico de familia” en comparación con “manos a la obra ó incluso los Alcántara” son tópicos de unos modelos de sociedad que asocia el éxito al poder adquisitivo.

Se ha evidenciado que, el supuesto avance cultural basado en superar la selectividad y conseguir finalizar una carrera, no se corresponde en absoluto con los resultados esperados, en mi experiencia docente, es prácticamente imposible leer una sola frase, sin faltas de ortografía, de la misma forma que es un milagro que se ceda un asiento de bus a una embarazada, no hace falta que describamos las respuestas populares en encuestas de la calle, para desvelar el grado de conocimiento que poseemos.

Casi nadie lee nada, porque representa un esfuerzo y la información visual es más fácil y gratis, la cultura no es otra cosas que una actitud y ésta requiere motivación, estímulo y metas para alcanzar, actualmente a la gente lo que vivir sin trabajar.

Estoy sondeando en el iceberg de la deslocalización , buscando y analizando las causas con la modesta pretensión que aprendí muy bien en la escuela industrial, de que, sólo es posible resolver un problema si sabemos plantearlo.

Todo esto y más cosas que me guardo, son indicativos de una sociedad que vive en crisis y que necesita transformarse tanto en sus valores como en otros elementos.

Sobre los valores, vamos a hablar poco, no es objeto de éste trabajo y el tema es muy profundo y naturalmente, subjetivo, por ello filosofaremos otro día, baste decir únicamente, que como fiel seguidor que soy del renacimiento, afirmo mi creencia de que ambas cosas están relacionadas, tanto, como la ciencia y el arte. 

Hay que transformar esta sociedad y debe hacerse, a partir de aquellas cosas que conocemos y por tanto son susceptibles de cambiar, ya que el mercado, la globalización o la guerra fría -aunque nunca quieran hablar de ella, existen y no dependen de nosotros, ser competitivos no es sólo es una necesidad, es una obligación para sobrevivir, las glaciaciones de hace millones de año, son ahora los mercados mundiales, Internet es casi Dios y los dinosaurios son los gigantes financieros que viven de nosotros, pero de los que dependemos para seguir la rueda del mercado.

Algunas empresas modernas, hace tiempo que han entendido todo eso del cambio, algunos líderes hasta creen en los recursos humanos y los ven como esos misioneros abnegados y cargados de vocación predicadora, que finalmente han decidido darles una silla en el comité de dirección, para que hablen de algo más esperanzador que los planes de regulación, o las prejubilaciones.

Y naturalmente, en los lugares en donde ha sido posible, los directores de RRHH, han aprovechado su oportunidad, en muchos casos han sido capaces incluso, de despojarse de las obligaciones más o menos burocráticas como contratación y nóminas, pudiendo centrarse en la evaluación de puestos, la afinidad de perfiles, los planes de carrera, clima laboral y pretender que la gente esté realizando aquel trabajo para el que está preparado y que además lo haga a gusto, dispuesto por tanto a compartir conocimiento.

Nada cambia por si sólo y o debería hacer falta la presión del exterior o los cataclismos inevitables para que la gente varíe la forma de hacer las cosas, lo malo de esta situación de crisis que está pasando, es que no la conocemos, ni la comprendemos, porque nadie quiere salir del estado de comodidad.

No es “cómodo” pensar que cada hora se mueren miles de niños de hambre, ni que no pueda evitarse cargarnos el ozono, tampoco nos preocupa seguir fabricando armas mortales, y es que reaccionamos tarde, como jurista sé perfectamente que el derecho siempre llega tarde, hay que agredir a muchos miles de mujeres para que se haga una ley que las proteja de verdad, lo mismo que somos reacios a poner un semáforo en un cruce, hasta que se han matado unos cuantos.

No vale cargar el peso de todo lo que nos está pasando a binladen, ó al fatídico DIA once, eso es lo mismo que echársela al tiempo, o al precio del petróleo, naturalmente que todo influye pero hay que prever, todo lo previsible y de la misma forma que nada se aprende de verdad hasta que se hace por uno mismo.

No se preocupe demasiado, las empresas no van mal, los que vamos mal somos las personas.

El gran error sería cargar la presión para conseguir beneficios sobre las rentas saláriales o sobre la productividad, puesto que algunas empresas especialmente las globales, piensan que sólo a través de la deslocalización y el aumento de la carga de trabajo pueden obtenerse dividendos.

Pero no deberían perder de vista que cuando llegue el momento en que los salarios no puedan mantener el consumo superfluo- que es mayoría-puede romperse la gallina de los huevos de oro.
Y si a alguien, se le ocurre la genial idea de despedir de forma masiva, simplemente para mantener los beneficios, podríamos caer en una depresión en cadena, como sucediera en EEUU en 1929.

Por mi parte y teniendo en cuenta que no soy economista, ni financiero, sigo confiando en el buen hacer de las personas, creo que la competitividad, en este nuevo siglo de la tecnología y del conocimiento, habrá que buscarla en este órgano pequeño, que apenas pesa 1.300 gramos y que se llama cerebro, y que nos permite aportar valores añadidos en lo que hacemos.

El progreso de nuestra economía deberá girar hacía el único espacio en el que nadie puede copiarnos, que es el capital intelectual y emocional, que poseemos individualmente y que no es imitable, de la misma forma que no hay dos personas iguales, sólo tiene valor aquello que no nos pueden comprar y esto, aplicado en el mundo del trabajo es el modo en que hacemos las cosas.

Debemos perseguir el objetivo de hacer bien las cosas, por el mero gusto de hacerlas y el camino es la educación, una cultura mucho más ordenada en todos los niveles, el mundo universitario debe bajar a las empresas para saber que tipo de profesionales habrá que tener en el futuro.

Afortunadamente nuestro país sobrevive mayormente gracias a la Pymes, y estas empresas que no tienen la misma capacidad para reducir costes deslocalizando, se aseguran su propia competitividad, cuidando el talento y buscando aquellas diferenciales, que equivalen a hacer bien las cosas..

No obstante deben tenerse en cuenta que con la implantación de las nuevas tecnologías, la diversificación de transportes, la sobre información, el alto nivel de comunicaciones, la progresión del tele-trabajo etc, en los municipios en los que viven nuestros jóvenes, no se encuentran sus centros de trabajo.

Nuestra juventud, en los casos en que ha podido elegir determinada carrera ú oficio, difícilmente puede ejercerla en el pueblo en donde vive, incluso las empresas priorizar las condiciones financieras, tecnológicas, productivas, competitivas, imagen ó logística, alejándose de los territorios de explotación.

Teniendo en cuenta esta deslocalización interior, debe existir por una parte un acercamiento de la realidad social y económica, mediatizada por el futuro, de forma que puedan acercarse las expectativas de los futuros trabajadores y el desarrollo normal de las empresas. 

Algo que no puede pararse es la centrifugadora de la innovación permanente, los productos envejecen con mucha más rapidez que las personas y la sobrevivencia del sistema, sólo puede garantizarse tomando medidas que forzosamente tendrán que aplicarse en la actualidad y en ámbito, en que se permita, pero al mismo tiempo preparando el futuro generaciones venideras. 

La formación profesional, debe adquirir el nivel que le corresponde, la voluntad para desarrollarlo y la actitud necesaria, incluyendo factores tan importantes como el aprendizaje, la racionalización de la formación para hacerla más útil, la experiencia laboral concurrente con los probos estudios y la innovación como fuente de futuro. 

En conclusión, el fenómeno del offshore , o la deslocalización, es algo imparable y que no debe sorprendernos, tiene sus raíces en la economía y se alimenta principalmente de esta ciencia peligrosa, con la que nos hemos acostumbrado a vivir y que no podemos obviar en el mundo moderno, llamada márketing.

No hace mucho leía una frase acuñada por un consultor americano que decía algo así. “La deslocalización (outsourcing) es como si se aumentara la altura de un rascacielos a base de ir sacando material de las plantas inferiores”.,Lo que equivale a pensar, que si la gente pierde el poder adquisitivo que consigue gracias a su trabajo, quizás no tenga recursos para comprar aquellos productos que las empresas occidentales, han pasado a producir en Oriente.

Poco importa que tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas, ya que el consumo es como una hidra insaciable, que se ocupa sencillamente de crear otras nuevas, para que de esta forma no dejemos de empujar el bolsillo con nuestro deseo, al señuelo de algo tan intangible y utópico denominado calidad de vida.

Las empresas sometidas lógicamente a esta competitividad global, deberán racionalizar sus costes de producción a fin de tener un espacio en el mercado y probablemente siempre seremos mejores compitiendo con algo que conlleve conocimiento que, en el bazar del “todo a cien”, eso mantendrá despierta nuestra mente y nos ocupará en hacer mejor lo que sabemos hacer.

A nivel personal, nuestro mayor poder, es el talento, la historia aprendida durante generaciones, la cultura del esfuerzo, la disposición a aprender constantemente, la autonomía pero trabajando en equipo, nuestra iniciativa y creatividad, la capacidad de elegir lo que sabemos hacer mejor y dejar a otros la simple fuerza de trabajo, probablemente preocupándonos para que la cultura y el conocimiento crezcan con nosotros, seremos mucho más libres, tanto como para saber elegir y entonces, por mucho que quieran deslocalizar, siempre nos quedará nuestra buena conciencia.

El autor, que no es economista, quiere reflexionar sobre la el pensamiento económico neoliberal, que nos ha llevado hasta esta nueva economía que esta originando la deslocalización de las empresas y que a su vez, es consecuencia de la globalización y la competitividad.

Se incluye un detallado y muy personal análisis de las causas que han motivado la misma, poniendo sobre la mesa, verdades y mentiras derivadas del fenómeno de la deslocalización.
Con un breve paseo histórico, sobre nuestros orígenes y nuestra forma de actuar, se pone en evidencia el escenario que nos ha tocado vivir en estos albores del siglo XXI, definiendo una posición realista y consecuente con nuestra forma de ser.

También se relatan las ventajas y la repercusión social para los países de origen y los receptores y muy especialmente se dan sugerencias para establecer una estrategia para defendernos de éste fenómeno, que precisamente por su origen universal, es inevitable para nosotros.

Por último el autor reclama una nueva reforma laboral que permita armonizar flexibilidad con estabilidad en el empleo.

Se presta en todo el artículo una especial atención a los profesionales, como seres humanos con recursos y a la vez, auténticos protagonistas de la deslocalización y se proponen soluciones, especialmente en el ámbito de los valores, la cultura y la formación que permitan abordar un futuro con éxito.

Los pobres del Baby Boom

Si yo fuera filósofo, que no lo soy, diría que entendemos y anhelamos la libertad, para librarnos de la carga de sentirnos atados a un compromiso cuando, en realidad, el mayor compromiso que existe es precisamente ser libres. 

Vivimos una época de cambios casi convulsivos y el cambio generacional se está acercando sin que nadie haya sido capaz hasta la fecha de predecir, con un poco de sentido común, como será el futuro en el mundo económico. 
Y es por ello que quiero aportar mi opinión jugando un poco a adivinar el futuro a partir de un análisis, esto sí, muy profundo de nuestro presente. 

Pertenezco a la llamada generación de la posguerra, representada por personas que vivimos la transición política con incertidumbre, cargados de esperanza, pero también de obligaciones y de hijos. 

Sobrados de energía acumulada en muchos años de represión, alimentábamos la esperanza de cambiar el mundo con la bandera de la libertad y esa rebeldía que debiera llevarnos al éxito, aunque sólo fuera, para demostrarnos que podíamos vivir mejor que nuestros padres. 

Para muchos de nosotros ya se han abierto las puertas de las jubilaciones, cuyas consecuencias, además de la pérdida de mucho talento empresarial, contribuyeron al enterramiento de aquel panegírico ”nada sin esfuerzo”. Heredamos valores familiares que explicamos a nuestros hijos, pero que casi nunca llegamos a exigir más allá de algún guiño de autoridad. 

En los próximos años empezará a jubilarse la primera ronda de la generación del baby-boom, ésta que fue a la universidad instalada en el bienestar, creció soñando en el “éxito fácil” siguiendo modelos a lo “condelarosaroldan” y el pelotazo, pero a los que las crisis de los 90 y la fuerte competitividad les llevó en su mayoría al conformismo, a suspirar por el empleo fijo, vivir con la inseguridad de un mundo que han transformado la tecnología y el marketing. 

Los, en otro tiempo, llamados yuppies, cabalgan ahora a lomos de coches de marca, muchas mujeres de este grupo que tuvieron la fortuna de ocupar puestos de cierta responsabilidad compran amor familiar robando tiempo a sus obligaciones y a la sombra de un triunfo estéril, ambos tienen hijos a los que sobreprotegen alimentando su ilusión, comprando todo lo que no necesitan y de esta forma, robándoles la posibilidad de ilusionarse por algo. 

Difícilmente triunfan de verdad en su trabajo porque viven rodeados de hojalata, chips y encuentros. En su vida todo es provisional y sus relaciones sociales se reducen al “.. . cualquier día quedamos”, aspiran a mejorar sin implicarse en nada, a menudo no creen ni en lo que hacen todos los días y piensan que la sociedad los ha engañado. 

Viven ausentes de comunicación porque son prisioneros de los excesos de información que reciben y generan. Su grandeza está normalmente más cerca de su cartera que de su corazón, son vulnerables a cualquier capricho y a veces, en su egoísmo ni siquiera recuerdan que son los valores, ya que no tienen el precio puesto. 

Han puesto de moda la crítica a la excesiva temporalidad, sin tener en cuenta que la mayoría de ellos persiguen precisamente trabajar con poco compromiso obviando que cualquier empresario sólido no desea otra cosa que una plantilla estable que aporte conocimiento y talento para emprender juntos un camino a menudo incierto, puesto que la globalización y la competitividad no permiten otras opciones. 

Por supuesto, en su mayoría, dejaron aparcados sus títulos académicos y creen que están formados porque aprendieron a preparan sus presentaciones en “pauerpoin” conocen “excel” y, sobretodo, dominan el correo electrónico tanto como el mando de la televisión opaca a la que recurren a menudo para huir del hastío o, lo que es peor, del compromiso, de tener que dialogar con su pareja o educar a sus hijos, a los que no escuchan porque tienen una oreja hipotecada de por vida a su móvil. 

Sólo espero fervientemente, y lo deseamos por el bien de todos, que cuando muchos de ellos tengan que dirigir el mundo, éste sea un poco mejor -que no lo será al paso que vamos-, que no tengan que tomar demasiadas decisiones y que hayan recuperado algo de su alma para que, al menos, sean capaces de comprender que su vida aún puede tener sentido si son capaces de dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontraron.

La suerte de ser vendedor

El mundo está cambiando y con él nuestra forma de trabajar. Cuando ni siquiera hemos asumido el choque que supuso en su día desechar el papel carbón, pasar de la máquina de escribir al PC o entender el milagro del fax, ahora resulta que las tecnologías de la información y sobretodo internet están cambiando el mundo. 

A partir de ahora nada volverá a ser como antes. Muchos oficios morirán para dar paso a otros nuevos , pero afortunadamente la gente seguirá solicitando cosas y alguien que se las proporcione. Probablemente existen necesidades que pueden satisfacerse individualmente gracias a la red, pero para la mayoría de productos y servicios se seguirá invocando el postulado de un perfil humano capaz de transmitir emociones y talento, que es de las pocas cosas que afortunadamente no puede hacer una máquina. 

La mediación profesional de un prescriptor, agente, vendedor o comercial sigue siendo imprescindible en este recién estrenado siglo XXI, y es que, dedicarse a vender, es mucho más que una función profesional. En realidad, estamos hablando de una competencia . 

Y ser competente no es más que la suma de conocimientos y habilidades que pueden ser observados y juzgados por los demás y en el caso de los profesionales de la venta, la valoración de los resultados, sigue siendo el indicador de su eficiencia. 

Parece que cada vez está más cerca, gracias al esfuerzo de corporaciones y colegios profesionales, el camino hacia un reconocimiento académico y público de este noble oficio. A ello deberán contribuir las nuevas generaciones de aspirantes que procediendo del ámbito universitario se están formando comercialmente porque han entendido que la polivalencia es el mejor valor añadido que pueden aportar a su titulación técnica o humanista. 

Los retos que nos propone el mundo económico requieren prepararnos adecuadamente para afrontarlos, de las misma forma que las áreas de compras se han convertido en centros analíticos-financieros y que, a menudo, la pequeña calculadora parece matar la mejor sonrisa. Lo cierto es que una formación integral será la mejor pértiga para superar todos los obstáculos. 

En futuros artículos trataremos de aquellas otras competencias que serán muy necesarias en un mundo redundantemente “competitivo” y de las herramientas que permiten desarrollarlas, pero, mientras tanto, le sugiero querido lector o lectora que vaya haciéndose un autoanálisis sobre aquellas que quiera potenciar y que comprenden el ámbito personal, relacional y organizativo, teniendo en cuenta que con la actitud necesaria para convertirnos en buenos profesionales nos convertirá, sin duda, en mejores personas.

Educarnos con Internet

Parece que de forma decidida se ha perdido el miedo a la tecnología de, la información y el traspaso desde la galaxia gutemberg, como definiría nuestro paisano Manuel Castells, a la era internet, ha sido mucho más low que hard, ya que fomentar que todo el mundo acceda con facilidad al escaparate virtual está resultando mucho más bueno que malo. Compartir parte de lo que sabemos con todos los demás, es aún mejor. Lo más complicado es limitar la información y lo complejo sigue siendo sacar dinero a la gente.

Pero la galaxia internet está abriendo nuevos caminos, muy especialmente a la formación y el trabajo, por permitir su difusión universal y por las posibilidades de, dar valores cualitativos a la información que pueda, extraerse de la red.
A menudo, estos grandes optimistas que acostumbran a ser la gente de marketing, siguen, viendo todo lo que vomita la pequeña pantalla como una oportunidad de negocio. El bussiness.net, es su gran objetivo, pero olvidan que la información por buena, rápida, y clara que sea siempre está un eslabón por debajo de la auténtica comunicación que exige la venta de productos y servicios por la red y subsiste el vacío de emociones, en la transacción que sólo puede, insuflar el ser humano.

La, formación virtual, empieza a generar, cierto atractivo porque, algunos de sus promotores como Roger Schank han empezado, a redefinir el, modelo de formación, asumiendo que no puede trasladarse el conocimiento entre maestro y alumno, sino, , simplemente, se puede ayudar al descubrimiento individual. La metodología socrática, vuelve a ganar actualidad después de más de veinte siglos, y se, replantean los procedimientos docentes actuales.

De esta forma, el e-learning está ganando terreno frente a la formación, presencial, especialmente dentro del ámbito de la universidad y más concretamente en los programas de postgrado, y desarrollo de habilidades.

Si se hace bien desde el principio, esto es, contando con un “campus virtual”, se crean contenidos dirigidos a potenciar la forma en que aprendemos las personas, o sea interiorizando unos objetivos, deduciendo como lo hacemos, experimentando, errando y sacando conclusiones propias. Es mejor que pasar información, aunque siempre contando con, el valor añadido del tutor-profesor.

En este contexto es posible, que las enormes ventajas del e-learning que favorecen la disponibilidad de horarios, la libertad, la adaptación individual del plan docente, contribuyan realmente a, posibilitar la experiencia personal, fomentando actividades que permitan practicar las propias habilidades.
Porque el mundo laboral no quiere sólo gente que sepa cosas, sino personas que quieran hacer cosas y si es posible que las hayan experimentado previamente aunque sea de forma simulada.

La alianza entre el mundo del trabajo y la universidad, al menos en internet, está siendo la mejor experiencia de los últimos años, pues la posibilidad de determinar las ofertas de las empresas dentro de parámetros, relativos a las competencias deseadas y el acceso libre y fácil por parte de futuros profesionales que siguen ganando conocimientos, al mismo tiempo que se posibilitan como candidatos, permite el acceso a ofertas normalmente con carácter temporal, complementarias a su formación pero, que facilitan, un mejor acceso al mundo de la empresa. 
La aceptación de internet por el mundo de la universidad, ya sean profesores o alumnos está generalizada y su tendencia seguirá al alza, ya que la mejor y más rápida información constituye por si misma una ventaja, pero jamás debe perderse de vista que la tecnología debe ser un medio para acercarnos mejor a los demás, sin que llegue a sustituir jamás el calor que genera la comunicación entre dos seres humanos.

Potencia industrial, pero menos

No todo consiste en salir en las fotos políticas como potencia europea. La verdad es que, en temas de trabajo, estamos casi en la cola de Europa y no sólo eso en Catalunya existen 140 profesiones para las que no existen trabajadores. 

Va a ser que, a pesar de lo que presumen unos y otros, nunca acabamos de consolidarnos del todo, cierto que somos una potencia en turismo y que no se nos da mal en la moda y en los servicios. 
Pero mientras tanto, existen nada menos que 52 mil personajes -puestos- en busca de “autor” y mientras los racionales se preguntan de dónde vamos a sacarlos, los auténticos previsores se interrogan sobre el porqué de esta situación, más que nada, para buscarle remedio en el futuro. 

La solución a corto plazo deberá pasar por la inmigración selectiva. Habrá que rastrear por medio mundo buscando camareros, dependientes, electricistas, domésticos, herreros, carpinteros, fontaneros, pintores, comerciales, soldadores y hasta taxistas. No es broma, faltan conductores de taxis, según el SOC -servicio catalán de ocupación- a la gente no le apetece nada eso de pasearse con el coche buscando clientela. 

Además de todo eso, está la enorme masa laboral del peonaje, porque aquí, a nadie le apetece hacer de mozo, faenar el campo, descargar o simplemente no cualificarse. 

Estamos en el mismo paradigma que antes recorrieron nuestros vecinos ingleses, y para ello, deberemos aprender a gestionar la diversidad, acostumbrarnos a convivir con otras razas, religiones y culturas porque resulta que nos hacen falta, no sólo es la necesidad de ellos, al buscarse la vida, sino la nuestra para mantener esta teórica calidad existencial, aunque sea, a golpe de hipoteca y fundiendo en compras inútiles los tristes superávits del salario antes de que se aburran en la libreta de ahorros. 

Las causas de todo eso no deben imputarse más que a la falta de previsión y no sólo de los políticos, sino de la sociedad en general, el divorcio permanente entre la sociedad empresarial y la enseñanza, la eliminación del aprendizaje, la condena social a la FP, como formación menor, el fracaso escolar y hasta la negación de la cultura del esfuerzo tiene la culpa. 

Las soluciones pasan por un nuevo planteamiento de la formación en general y del discurso empresarial por otro, las empresas deben acuñar planes atractivos capaces de ilusionar a la gente, ofreciendo a los jóvenes una mayor estabilidad con proyectos en los que puedan implicarse a medio plazo. 

La formación debe transformarse creando currículos de carrera mucho más cercanos a la realidad del mundo laboral y favoreciendo el aprendizaje desde la óptica individual, dirigir al alumno hacia competencias cercanas a sus propias habilidades y a su posible vocación, permitiendo futuros trabajadores más polivalentes, autónomos y capaces de trabajar en equipo. 

Por último, sería deseable que la ética, los valores y la cultura estuvieran tan de moda, como los avances digitales, los medios audiovisuales o el consumo innecesario o mejor, que tanta facilidad para viajar sirviera para acercarnos lo suficiente, a fin de aprender de otros países, quizás menos ricos que nosotros pero seguramente con esta autenticidad propia de aquellos que creen que no se conforman en sobrevivir porque creen que la vida, también puede ser una experiencia para disfrutar.

¿Por qué no mandan las mujeres?

Algunos expertos bien pensados y optimistas pronostican que en este siglo XXI se recuperará, por fin, una parte de los valores humanos y empresariales que olvidamos en algún lugar durante los últimos 30 años. 

La verdad es que no existen signos que permitan vislumbrar está tendencia más allá del romanticismo , esta palabra mágica que no tiene traducción en economía, ya que este universo global parece demasiado grande para ser comprendido. 

Vivimos dominados por el pragmatismo del consumo cuyos indicadores son la capacidad de compra, el bienestar propio y una tolerancia más bien menguante, pero suena bien hablar de utopías . 
A veces pienso que a la gente de recursos humanos nos pagan para potenciar la esperanza a través de la cultura del cambio, la evaluación del desempeño, el desarrollo del conocimiento, planes de carrera y todas estas cosas. 

Nunca he dejado de creer en la posibilidad de mejorar un poco mi entorno y me apunto, lógicamente, a este sueño de humanizar la empresa, incluso me atrevo a señalar algunos caminos que nos lleven a este propósito. 

Creo que la incorporación de mujeres en los puestos directivos puede resultar decisiva para mejorar los actuales valores empresariales, propongo reflexionar sobre ello. 

Si analizamos aquellas características que caracterizan un buen liderazgo, como la capacidad para transformar a las personas, hacer que descubran su talento y por tanto, destacando competencias básicas como: empatía, ilusión, serenidad, autocontrol, constancia, paciencia, confianza, aprendizaje y mucha comunicación. 

Descubrimos que todas estas cualidades están más cerca de la mujer que del hombre, simplemente por haberlas desempeñado desde hace muchos siglos, y hoy siguen siendo realidad en economías básicas, pues administrar recursos, facilitar el desarrollo, comprender, aguantar, escuchar , motivar, sacrificarse es lo que hace cualquier mujer con responsabilidades cada día en cualquier familia y en todo el mundo. 

Avancemos un poco más ¿cómo saber lo que ocurrirá mañana? ¿cómo prepararnos ante un futuro cambiante por la dichosa globalización? con intuición está claro, y ¿cómo conseguir retener el talento de la organización? con sensibilidad, y por último ¿cómo saber donde están los focos de los problemas? sin duda escuchando. 

Intuir para organizarse mejor, escuchar para comunicarse, ser sensible para individualizar las relaciones con trabajadores y clientes, y al mismo tiempo, ser exigentes con el método, son características propias del género femenino. 

Por tanto, está llegando la hora del recambio y las mujeres deberían prepararse para dirigir las economías mundiales, y hablo de dirección, porque mandar nunca han dejado de hacerlo, afortunadamente para nosotros, en otro caso, ni siquiera hubiéramos superado la infancia. 

Ahora sólo falta que rompan de una vez este “techo de cristal” que ya han superado las profesionales médicas, abogadas o políticas y, por último, sólo les quedará su gran asignatura pendiente, tan de moda, la dichosa conciliación familiar. 

Los problemas son bien conocidos, la imposibilidad de estar en dos sitios a la vez, este miedo a la libertad “frommiano”, la inflexibilidad, el deseo de “ comprar afecto “, la falta de tiempo o la excesiva preocupación por el fracaso y el rechazo. 

Pero, de todo esto, podemos hablar otro día, de momento, nos quedamos con la enorme posibilidad de convertir todas las barreras en auténticas oportunidades.

CÓMO SOBREVIVIR A LA DESLOCALIZACIÓN

Primero fue la globalización, ensanchar el mercado para llegar a más gente; más ofertas, más productos y más compradores. Después viene la deslocalización, pero sin olvidar que, gracias a la fuerza del marketing , todo eso que vendemos de más hay que fabricarlo.

Por tanto, la eliminación de aranceles y el paraíso del mercado libre es para todos. Si dejamos abiertas las “puertas”, puede entrar todo el mundo y, claro, todos quieren participar, a lo bueno todo el mundo se apunta. 

Más mercados, más servicios y especialmente más competitividad repercute en los precios y eso lo aprendimos hace años. Los excedentes hacen bajar la balanza de precios y al revés. Excepto los grandes monopolios de materia prima que controlan media docena de entes o personajes, probablemente ajenos a nuestro mundo, todos los demás dependemos del dichoso mercado. 

La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil o estancado y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido. 

No quiero suponer, aunque confieso que me complacería mucho, que una parte de la deslocalización contiene algún rasgo de solidaridad para el desarrollo de los países destino. Aunque, lo cierto es que les reportan algunas ventajas como:

  • Mayor desarrollo económico
  • Posibilidad de mejorar su PIB al crecer sus exportaciones
  • Creación de empleo neto
  • Mejora salarial 
  • Más competitividad de los Recursos Humanos 
  • Cualificación de sus trabajadores
  • Más especialización 
  • Optimización de sus recursos productivos en general

En realidad, lo que ocurre es que, estas ventajas difícilmente repercuten en la población de forma directa. Por otra parte, tampoco es cierto del todo que se creen excesivos puestos de trabajo. De un informe del Instituto Cato (USA), recogido por P. Shwartz, se deduce que entre 1993 y 2002 se crearon en EEUU “sólo”17, 8 millones de puestos, que es la relación entre 322, 7 millones de empleos creados y 309, 9 millones de empleos destruidos, o sea que no es para tanto. 

¿Qué pasa en el mundo?

La deslocalización, palabra intraducible según el Diccionario de la Lengua Española y también conocida como offshore, es probablemente una necesidad de la economía de nuestro tiempo, y, aunque no resulte descabellado suponer que existen ciertas ventajas, éstas, afectan al futuro del desarrollo del conocimiento, en algunos países receptores , porque si calan hondo, pueden favorecer la transformación de estos estados destinatarios de la deslocalización como India, China, Brasil o Indonesia.
Gran parte de la tecnología que se genere en la India o China revertirá en sus propias economías, incrementando la eficiencia de las empresas locales gracias a un mecanismo de contagio beneficioso. Además y cuando se trata de nuevas tecnologías, los conocimientos, la propia formación y la experiencia adquirida en empresas occidentales, que son proveedoras precisamente de I+D, podrán ser aprovechados en sus respectivos países. 

Pero aún hay más, la cultura empresarial está actuando en estos países, como un resorte que se destapa, provocando el nacimiento de muchas pymes, al desarrollarse el espíritu emprendedor , que es el eje de cualquier economía estable. 

¿Por qué deslocalizan?

La deslocalización es una forma indirecta de “colonizar” en el siglo XXI, pero tiene un grave enemigo, que son estas mentes calenturientas que viven amarradas a las cuentas de explotación y que ven a la persona como mera unidad de coste. Quizás no lo han advertido, pero este peligro se llama la “deslocalización del conocimiento”. 

Hay un dato muy representativo al que concedo toda la fiabilidad que me merece IBM. Sólo en la ciudad India de Bangalore están graduándose tantos ingenieros de informática como en todos los Estados Unidos. Ésto es bueno para la economía mundial y aún es mejor para la competitividad porque nos obliga a no dejar de innovar para mantenernos con garantías en el mercado. 
Las empresas deberán centrarse cada vez más en su branding, en su “care bussiness”, en lo que saben hacer mejor, para dejar otras actividades fuera, o sea “offshore”, sin causar grandes sufrimientos, porque el talento, el conocimiento esencial, no puede copiarse, no es cuestión de “codos” ni siquiera de esfuerzo, también influyen capacidades innatas que hemos heredado y no pueden clonarse. 

De hecho existen diversos grupos de trabajadores en función de la trascendencia de su aportación de valor añadido y que podríamos resumir en dos.

Por una parte están aquellos que, con la mayor dignidad, ”sólo” aportan fuerza de trabajo. Esos cumplen a rajatabla el principio tayloriano de la producción, una función, un puesto, una persona, cualquiera puede hacer lo que hace, son como los peones agrícolas americanos normalmente importados o los atareados productores orientales que producen toneladas del “todoacien”.
Y además están aquellos trabajadores polivalentes, autónomos, disponibles y adaptables a los cambios. Ellos crecen con las empresas y la formación permanente es un reto para crecer con sus empresas, negocian individualmente y arrienda su talento a cambio de poner lo que saben y mucha actitud.

Para los primeros la innovación representa un problema, para los otros es una oportunidad. 

¿A quiénes cree el lector? ¿quién es más fácil de deslocalizar?

Hay un dicho en marketing que expresa algo así “si tu única diferencial es el precio, más te vale que seas barato”

La realidad española

Veamos cómo se maneja este tema en muchas administraciones y, especialmente, qué puede pasar en España. 

Hay un par de cosas con las que políticos y altos financieros están casi siempre de acuerdo y ambas se relacionan con el sentido del gusto. La primera se relaciona con la supervivencia y consiste en llenarse la boca de “buenos canapés” y la otra, no menos golosa, se refiere a decir frases tan mágicas como no hay crisis, tranquilos porque no pasa nada, usted contribuyente siga pagando, comprando, trabajando y viendo mucha tele porque está todo controlado. 

No quiero caer en nimiedades ni tengo nada contra los gobiernos, pero creo que los ciudadanos tenemos derecho a un mínimo de respeto. No nos sirven las gafas que pretenden ahumar lo que pasa en nuestro entorno, tampoco que pretendan comprarnos con cuatro aburridos discursos y promesas electorales. La gente quiere saber verdad, por qué el TGB no llega a Barcelona, por qué se invierte en estructuras de transporte “sólo” en algunas comunidades y alguien debe movernos a reflexionar. 

La gente debería saber que un euro fuerte equivale a menos competitividad, que el Pib sólo ha crecido una décima con respecto al año anterior y que la previsión para este año es de otra décima. Nuestras exportaciones son pobres, pues más del 70 % de nuestras ventas dependen del mercado interior y europeo, y seguimos con bastante más de un 10 % de paro, según datos que me merecen absoluta confianza, elaborados por el I.E. de la Caixa. 

Lo malo de las previsiones no es que casi nunca se cumplan, sino que pocas veces se articulan medidas coherentes. De eso, parece que los únicos que ganan algo son los especuladores. Con tanta tecnología de la NASA no parecía difícil detectar un tsumani, lo mismo que buscar alternativas al petróleo, pero quizás, no interesa. 

Ahora tenemos a las puertas de casa el fenómeno de la deslocalización. La palabra suena a nueva pero viene haciéndose desde el Neardhental. Se trata de optimizar sus posibilidades –entonces era la supervivencia- desplazándose hacia la fuente de recursos más idónea. 

En la época moderna padecemos y disfrutamos, al mismo tiempo, de la deslocalización desde mediados de siglo. Recuerdo de mi Catalunya natal, la llegada de inmigrantes procedentes del sur mediterráneo y que supuso una ayuda indispensable para la renovación y posterior desarrollo de los sectores textil e industrial, que eran poco competitivos sin la ayuda del “Plan Marshall” que no tuvimos, con el escollo de la inexistente desamortización de Mendizábal que tampoco se aplicó y de una política estatal, mucho más preocupada en protegerse que en favorecer el crecimiento de provincias. 

En realidad, en los últimos decenios del siglo XX, los sectores tradicionales como el textil, la industria, el automóvil y la electrónica de consumo, han sufrido el látigo del mercado libre y la competencia asiática. Incluso nuestra perla de oro que es el turismo, ha visto laminados sus recursos gratuitos, como sol, playa y “pesetas”, despertando del sueño utópico al pensar que el sol era una exclusiva hispana que vivía entre nosotros por nuestra “cara bonita”. Nos obstinamos en la posesión, lo mismo que le pasó a Felipe II, olvidando que calienta y luce por igual en todo el mediterráneo y más allá. 

Y está claro que nos han abierto los ojos a palos y con eso del transporte barato, la gente se va al Caribe o a Croacia en vez de a Mallorca. Málaga está muy vista y es cara –con tanta especulación – hasta las vacaciones en barco apetecen más, simplemente, porque antes los cruceros eran cosa de los ricos y ahora se han democratizado. Estamos pasando a ser víctimas pasivas de las mismas causas que en su día nos convirtieron en punto de atracción de Occidente, con el peligro de que se genere una nueva deslocalización de personas y grandes operadores. 

Causas y realismo

Conste que este humilde trabajo no quiere ir más allá, que introducir ciertas reflexiones muy subjetivas, de un espectador al que no le pasa inadvertida la realidad de su entorno.

Pero en mi opinión, aquí fallaron los políticos, puesto que la democracia, amén de otras cosas buenas, trajo consigo un cambio en la cultura social muy necesario, pero que no se atendió en su día, y cuando la denominada clase obrera, descubrió que Ermenegildo Zegna era más elegante que la pana y el cuello alto y conoció el placer de tener chofer, asumimos que las personas somos muy parecidas, y es que a todos nos gusta igualmente el jabugo, las gambas y viajar mucho. Además ahora, nos lo ponen en bandeja: cuesta lo mismo viajar a Londres en un jet que ir en autobús hasta Lloret. 

Estrenamos un mundo nuevo en el que las clases sociales ya no se gradúan ni por las rentas, ni siquiera por el trabajo como antes. Aquella relación de premio/esfuerzo casi se acabó, porque nuestros hijos tienen de todo sin demasiado esfuerzo. El acceso a un buen coche, una casa, una buena universidad o un trabajo no depende tanto de lo que te ganes sino de lo que te paguen. 

Por otra parte, los medios de comunicación han desarrollado las expectativas de un estado de bienestar plastificado, incluso falso, pero al mismo tiempo tan real, porque a través de concursos, reportajes o falsas convivencias filmadas, cualquier persona mediocre, esto sí, con “jeta”, es un modelo a copiar socialmente para vivir sin dar golpe. 

Y en este río revuelto deben navegar sin rumbo fijo, los millones de pymes y profesionales que sostienen de verdad el país y los que cotizamos religiosamente nuestros ierrepeefes contribuyendo a pagar unas estructuras que a la hora de la verdad son demasiado limitadas.

Por eso, cuando nos atrevemos a pelear en el ruedo de los grandes competidores europeos en un sector secundario que requiere grandes producciones, tecnología, productividad y valores añadidos, entonces nos perdemos, se evidencia que nos falta gente especializada y comprometida y surge este pánico que tenemos, a todo lo que represente cambio o movilidad.

¿Por qué se van las empresas?

Éste es otro problema de la deslocalización, la clase empresaria, se va a Asia o incluso a la Europa del Este, no sólo porque producen más barato sino porque aquí no tenemos suficientes infraestructuras, baste como ejemplo que nuestra rotación ferroviaria de mercancías con puntos de enlace en los polígonos industriales es pobrísima o simplemente inexistente. 

La verdad es que, además del señuelo de los costes salariales, existen otras condicionantes que favorecen la decisión de deslocalizarse hacia un país determinado, y éstas tiene que ver con una necesaria estructura logística (carreteras, puertos, ferrocarriles) un mínimo de capital, estabilidad política, mano de obra disponible y un deseo de desarrollo. 

Por enumerarlas, algunas de las razones que pueden empujar hacia la deslocalización de una empresa serían las siguientes:

  • Mejor acceso a materias primas
  • Más competitividad
  • Reducción de costes especialmente de mano de obra directa
  • Ventajas fiscales y políticas
  • Focalización hacia tareas de auténtico “valor añadido”
  • Diversificación de riesgo
  • Mayor especialización de los servicios
  • Aumentar el nivel de cualificación de los trabajadores
  • Menor conflictividad laboral
  • Favorecer el cambio desde los Recursos Humanos
  • La actitud de mejorar individualmente.

No voy a entretenerme demasiado, en justificar cada una de ellas, ya que entiendo que el lector las conoce sobradamente o cuanto menos, las intuye. Sólo destacaré algunos puntos que avalan decisiones empresariales supuestamente egoístas pero investidas de mucho sentido común empresarial. 

Pongamos un par de ejemplos, una gran lección industrial de la deslocalización nos la viene dando el filón del turismo, al que me he referido antes y otro ejemplo podría ser nuestra potente industria de confección. La influencia del factor moda ha alterado totalmente los hábitos de consumo en los últimos 20 años y ha cambiando incluso el verbo de esta actividad. Hemos pasado de “vestirnos” a “ponernos” cosas. 

Casi nadie cubre su cuerpo como hicieran nuestros antepasados para protegerse del frío, pudor, utilidad o necesidad. El márketing se ha enquistado en nuestra vidas y compramos centenares de prendas por el mero placer de hacerlo. Lógicamente, este cambio de la forma de vivir ha mediatizado la producción de la moda, de la que somos una potencia europea y normalmente, los grandes fabricantes de moda sólo diseñan, distribuyen y poco más, productos que se producen, cortan y cosen fuera de nuestras fronteras. 

No nos extrañe, por tanto, esta deslocalización porque sólo han pasado 30 años, cuando nosotros mismos, fuimos receptores de grandes industrias manufactureras provenientes de Europa y que encontraron en este país el señuelo fácil , para conseguir ventajas económicas o incluso fiscales. 

¿Cómo afecta la deslocalizacion a las personas?

Pero, lo que de verdad nos ocupa, es conocer en qué forma afecta la deslocalización a estos humanos con recursos que somos las personas. 

De entrada, quiero advertir que estamos a las puertas de una nueva reforma laboral. Se hace necesario buscar el equilibrio entre la flexibilidad empresarial y la necesaria estabilidad en el empleo. 

Por otra parte, debemos afrontar el fracaso escolar de nuestros jóvenes, buscando alternativas que permitan el resurgimiento de vocaciones , bajo el principio de que todo el mundo puede ser bueno, si conseguimos que trabaje, en aquello que más le gusta.

Seguimos teniendo un nivel insuficiente de empleo y la temporalidad es también muy alta, no obstante sería poco adecuado limitarla simplemente, porque la competitividad, la estacionalidad de muchos sectores y las condiciones del mercado apuntan a esta flexibilidad. 

¿Cómo defendernos?

Los caminos deberán pasar por abrir otras formas de flexibilidad para las empresas, y también, para los trabajadores que probablemente deberán asegurar más su competitividad por el camino de la formación permanente y buscar la estabilidad a través de la empleabilidad y la disponibilidad. 

Quizás también haya que cambiar la mentalidad empresarial, de forma que tener un trabajador deje de ser un problema y se convierta en una oportunidad de disponer de talento útil para la organización, pero del que se beneficie directamente el propio empleado. 

No olvidemos el freno social que supone la deslocalización en el país de origen, especialmente cuando existen despidos masivos y auténtica precariedad, especialmente para esos perfiles mayores de 50 años que ven acabada su vida laboral antes de hora. 

Naturalmente que esta movilidad ha permitido la intervención más o menos apurada de empresas de outplacement, siempre eficientes pero que implican la necesidad de readaptación y reciclaje, aunque sin duda, el coste de mala imagen y desconfianza en la empresa es muy importante, originando en muchos casos la movilidad hacia otros lugares en los que hay trabajo. 

Mientras, nos hemos apuntado al carro del progreso y han proliferado por doquier las ofertas de formación públicas o privadas. Las empresas siguen sin disponer del modelo de trabajador que no sea simplemente productivo, que no lo es porque nuestra tasa de productividad sigue siendo muy baja, pero sigue faltando implicación en los proyectos, autonomía o disponibilidad. 

Por otra parte, seguimos gestionando buena parte de nuestras empresas como se hacía hace 20 años, con una dirección en exceso jerarquizada, sin vías de comunicación interna, que favorezcan la aportación del talento de las personas y sin darnos cuenta que la sociedad ha cambiado. El nivel cultural de la gente no se cambia sólo con más universidades, sino favoreciendo e incentivando las ganas de aprender. 

Para este país y en mi modestísima opinión, la proliferación de centros universitarios ha sido engañosa, porque la escenificación de un título como máximo exponente del conocimiento y, por tanto, como salvoconducto hacia el empleo de por vida, ha abortado, al mismo tiempo, el necesario desarrollo de vocaciones en oficialías y formación profesional hasta llegar al problema deficitario actual. 

Recuperar las profesiones de siempre

Hemos olvidado que los ejes reales de la productividad, de la calidad, de la mejora continua e incluso del clima laboral están relacionados con los mandos intermedios y con aquellos que rechazan comportarse como robots y convierten a su trabajo en un proceso de artesanía. Por tanto, debe incidirse sobre la Formación Profesional. 

Los medios de comunicación, especialmente la televisión con su enorme poder sobre una sociedad demonizada por el culto al consumo y que asimila en su escala de valores la posesión como signo de progreso, han favorecido el éxito a través de personajes normalmente universitarios y, al mismo tiempo, han asimilado la figura peyorativa “chistosa” y “rural” a gente de oficio -dicho con el mayor respeto-. Series como “Farmacia de guardia” o “Médico de familia” en comparación con “Manos a la obra” o incluso “los Alcántara” son tópicos de unos modelos de sociedad que asocia el éxito al poder adquisitivo. 

Se ha evidenciado que el supuesto avance cultural, basado en superar la selectividad y conseguir finalizar una carrera, no se corresponde en absoluto con los resultados esperados. En mi experiencia docente, es prácticamente imposible leer una sola frase sin faltas de ortografía, de la misma forma que es un milagro que se ceda un asiento de bus a una embarazada. No hace falta que describamos las respuestas populares en encuestas de la calle para desvelar el grado de conocimiento que poseemos. 

Casi nadie lee nada, porque representa un esfuerzo y la información visual es más fácil y gratis. La cultura no es otra cosa que una actitud, y ésta requiere motivación, estímulo y metas para alcanzar, pero actualmente mucha gente se apunta al carro de vivir trabajando lo mínimo posible. 

Estoy sondeando en el iceberg de la deslocalización, buscando y analizando las causas, con la modesta pretensión que aprendí muy bien en la escuela industrial, de que sólo es posible resolver un problema si sabemos plantearlo. 

Todo esto y más cosas que me guardo, son indicativos de una sociedad que vive en crisis y que necesita transformarse tanto en sus valores como en otros elementos. 

¿Hacia una sociedad sin valores?

Sobre los valores, vamos a hablar poco. No es objeto de este trabajo y el tema es muy profundo y naturalmente subjetivo. Por ello, filosofaremos otro día. Baste decir únicamente que como fiel seguidor que soy del Renacimiento, afirmo mi creencia de que ambas cosas están relacionadas tanto como la ciencia y el arte. 

Hay que transformar esta sociedad y debe hacerse a partir de aquellas cosas que conocemos y que son susceptibles de cambiar, ya que el mercado, la globalización o la guerra fría -aunque nunca quieran hablar de ella- existen y no dependen de nosotros. Ser competitivos no es sólo una necesidad, es una obligación para sobrevivir. Las glaciaciones de hace millones de año son ahora los mercados mundiales. Internet es casi Dios y los dinosaurios son los gigantes financieros que viven de nosotros pero de los que dependemos para seguir la rueda del mercado. 

Algunas empresas modernas hace tiempo que han entendido todo eso del cambio. Algunos líderes hasta creen en los recursos humanos y los ven como esos misioneros abnegados y cargados de vocación predicadora que finalmente han decidido darles una silla en el comité de dirección para que hablen de algo más esperanzador que los planes de regulación o las prejubilaciones. 

Y naturalmente, en los lugares donde ha sido posible, los directores de RRHH han aprovechado su oportunidad. En muchos casos, han sido capaces incluso de despojarse de las obligaciones más o menos burocráticas como contratación y nóminas, pudiendo centrarse en la evaluación de puestos, la afinidad de perfiles, los planes de carrera y clima laboral, y así, pretender que la gente esté realizando aquel trabajo para el que está preparado y que además lo haga a gusto, dispuesto por tanto a compartir conocimiento. 

Nada cambia por sí solo y debería hacer falta la presión del exterior o los cataclismos inevitables para que la gente variemos la forma de hacer las cosas. Lo malo de esta situación de crisis que está pasando es que no la conocemos ni la comprendemos porque nadie quiere salir del estado de comodidad. 

No es “cómodo” pensar que cada hora se mueren miles de niños de hambre, ni que no pueda evitarse cargarnos el ozono. Tampoco nos preocupa seguir fabricando armas mortales. Y es que reaccionamos tarde. Como jurista, sé perfectamente que el derecho siempre llega tarde. Hay que agredir a muchos miles de mujeres para que se haga una ley que las proteja de verdad, lo mismo que somos reacios a poner un semáforo en un cruce hasta que se han matado unos cuantos. 

No vale cargar el peso de todo lo que nos está pasando a Bin Laden o al fatídico “día once”. Eso es lo mismo que echársela al tiempo o al precio del petróleo. Naturalmente todo influye, pero hay que prever todo lo previsible y de la misma forma que nada se aprende de verdad hasta que se hace por uno mismo. 

No se preocupe demasiado, las empresas no van mal, los que vamos mal somos las personas. 

Más conocimiento

Nuestra economía debe girar hacia el único espacio en el que nadie puede copiarnos, que es el conocimiento que poseemos individualmente. De la misma forma que no hay dos personas iguales, sólo tiene valor aquello que no nos pueden comprar y ésto aplicado en el mundo del trabajo es el modo en que hacemos las cosas. 

Debemos perseguir el objetivo de hacer bien las cosas por el mero gusto de hacerlas y el camino es la educación, una cultura mucho más ordenada en todos los niveles. El mundo universitario debe bajar a las empresas para saber qué tipo de profesionales habrá que tener en el futuro. 

No obstante, debe tenerse en cuenta que, con la implantación de las nuevas tecnologías, la diversificación de transportes, la sobre-información, el alto nivel de comunicaciones, la progresión del tele-trabajo etc, en los municipios en los que viven nuestros jóvenes no se encuentran sus centros de trabajo. 

Una estrategia concreta

Nuestra juventud, en los casos en que ha podido elegir determinada carrera u oficio, difícilmente puede ejercerla en el pueblo donde vive. Incluso, las empresas priorizan las condiciones financieras, tecnológicas, productivas, competitivas, imagen o logística, alejándose de los territorios de explotación. 

Teniendo en cuenta esta deslocalización interior, debe existir por una parte, un acercamiento de la realidad social y económica mediatizada por el futuro, de forma que puedan acercarse las expectativas de los futuros trabajadores y el desarrollo normal de las empresas. 

Algo que no puede pararse es la centrifugadora de la innovación permanente. Los productos envejecen con mucha más rapidez que las personas y la sobrevivencia del sistema sólo puede garantizarse tomando medidas que forzosamente tendrán que aplicarse en la actualidad y en el ámbito en que se permita, pero al mismo tiempo, preparando el futuro de generaciones venideras.

Unas propuestas concretas 

Por tanto, deberíamos, por una parte, elevar la calidad de nuestro trabajo:

  • Mejorando la educación y la formación profesional, luchando contra el fracaso escolar y acercando las opciones formativas a perfiles con futuro laboral
  • Una más y mejor tecnología de la comunicación, facilitando el acceso al e-learning, la formación permanente y la visión universal
  • Fomentar el espíritu emprendedor, eliminar trabas y apoyar la iniciativa empresarial. 

Por otra parte, cambiar nuestro modelo de organización en las empresas:

  • Cambiando el modelo de gestión excesivamente jerarquizado hacia una fórmula de dirección por resultados
  • Flexibilizando recursos, centrándose en etapas productivas de valor añadido. 
  • Una acción vendedora determinante hacia mercados nuevos, emergentes, nichos y naturales. No podemos dejar que nos vuelvan a “robar la cartera” en Sudamérica, África y Medio Oriente, nuestros vecinos. 
  • Más cooperación interempresarial entre las pymes
  • Favorecer la evolución hacia una cultura de proyecto
  • Racionalizar la distribución del tiempo de trabajo y favorecer la conciliación familia /trabajo.
  • Ofrecer a los buenos trabajadores, proyectos empresariales a largo plazo que contengan una mayor seguridad laboral para el trabajador implicado (Japón).

Con esta actitud, puede aspirarse a un modelo de eficiencia económica y social que es un concepto más amplio que la mera competitividad. 

Conclusión

En conclusión, el fenómeno del offshore o la deslocalización es algo imparable y que no debe sorprendernos. Tiene sus raíces en la economía y se alimenta principalmente de esta ciencia peligrosa con la que nos hemos acostumbrado a vivir y que no podemos obviar en el mundo moderno, llamada márketing. 

Poco importa que tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas, ya que el consumo, es como una hidra insaciable, que se ocupa sencillamente de crear otras nuevas, para que de esta forma, no dejemos de empujar el bolsillo con nuestros deseos hacia un señuelo de algo tan intangible y utópico denominado calidad de vida. 

Las empresas, sometidas lógicamente a esta competitividad global, deberán racionalizar sus costes de producción, a fin de tener un espacio en el mercado y, probablemente, siempre seremos mejores compitiendo con algo que conlleve conocimiento que en el bazar del “todomásbarato”, eso mantendrá despierta nuestra mente y nos ocupará en hacer mejor lo que sabemos hacer. 

A nivel personal, nuestro mayor poder es el talento, la historia aprendida durante generaciones, la cultura del esfuerzo, la disposición a aprender constantemente, la autonomía aplicada al trabajo en equipo, nuestra iniciativa y creatividad, la capacidad de elegir volcándonos en, lo que sabemos hacer mejor, para dejar a otros , la simple fuerza de trabajo. Probablemente, preocupándonos para que la cultura y el conocimiento crezcan con nosotros, seremos mucho más libres, tanto como para saber elegir y entonces, seguro que nada nos condicionará. 

RESUMEN

El autor hace una reflexión sobre la deslocalización de las empresas que es consecuencia de la globalización y la competitividad. 

Se realiza un exhaustivo análisis de las causas que han motivado la misma, poniendo sobre la mesa verdades y mentiras derivadas del fenómeno de la deslocalización. 

Con un breve paseo histórico sobre nuestros orígenes, la influencia del entorno y nuestra forma de actuar, se define una posición realista y consecuente con nuestra forma de ser en el siglo XXI. 
También se relatan las ventajas y la repercusión social para los países de origen y los receptores y, muy especialmente, se dan sugerencias para establecer una estrategia para defendernos de éste fenómeno que precisamente por su origen universal es inevitable para nosotros, ocupándonos de crear antídotos que van desde las estructuras al aprendizaje. 

Se justifica que la eficiencia económica puede conseguirse con una nueva reforma laboral y una actitud por parte de la administración que permita armonizar flexibilidad con estabilidad en el empleo. 

Se presta en todo el artículo una especial atención a los profesionales como seres humanos con recursos y, a la vez, auténticos protagonistas de la deslocalización, y se proponen soluciones, especialmente, en el ámbito de la formación, los valores y la organización del trabajo, que permitan abordar el futuro con esperanza. 

SOBRE EL AUTOR

El autor, Miquel Bonet (Manresa 1947) cursó estudios empresariales y Derecho. Posee diversos masters y postgrados. Es profesor presencial y virtual en varias universidades, especialmente en la de Barcelona y también en Escuelas de Negocios. 

Autor de más de 600 artículos así como de manuales técnicos y de RRHH, acaba de publicar su libro”Búscate la vida” (Ed. Cerasa 2004). 

Colaborador habitual en Radio y TV, participa como ponente en diversos eventos relacionados con RRHH, Comunicación y Formación.

Presidente la consultora ABR y Consejero del grupo Select. 

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