Searched For

El apocalipsis del ejecutivo

Sólo hemos necesitado treinta años para enterrar la mayoría de nuestros sueños. Hemos confundido Internet con la comunicación, olvidando aquellos valores que heredamos de nuestros padres, hemos cambiado la tertulia por el e-mail y de la misma forma que enterramos a Kerouak, Altusser o Sastre no tenemos tiempo para explicarle a nuestros hijos que hace poco tiempo fueron nuestra esperanza para hacer un mundo mejor. Nuestros hijos no quieren escucharnos las pocas veces en que les hablamos porque piensan que ocupando nuestros puestos de trabajo, ganados por rutina más que por merecimiento, estamos entorpeciendo el camino para que ellos más jóvenes, más preparados y más ambiciosos puedan impulsar sus sueños de emprendedores.

Nos acusan de conservadores, simplemente porque tenemos miedo a perder ese estatus de ficción en el que nos sumergimos y que defendemos con una buena casa, vacaciones caribeñas en las que se incluye todo, menos la espontaneidad, pero compramos su libertad a cambio de darles pan y cama dejando que escondan su soledad en una discoteca. No les dejamos comprender que nuestras miserias sólo se traducen en un puesto de ficción en cualquier consejo directivo y en la inseguridad del crédito de una tarjeta de plástico que cada día vale menos y que compra casi todo, excepto el tiempo que nos va robando cada vez que aparece una nueva cana en nuestra sien.

En esta huida hacia delante hemos perdido la capacidad de escuchar los mensajes de la Naturaleza, controlar los quejidos en forma de inundaciones y catástrofes que sólo contemplamos desde el televisor, hemos profanado la tierra escondiéndola detrás de los bloques de hormigón que rinden tributo a un supuesto bienestar sólo basado en el consumo y ella se rebela devorando entre agua y viento nuestras frágiles posesiones.

Nos disfrazamos con trajes concebidos para personas distintas de nosotros a fin de ser aceptados en aquellos círculos de poder en los que sólo se nos valora por lo que poseemos y de esta forma podemos ocultar nuestros complejos y necesidades.

Y detrás de una bata de terciopelo nos paseamos por el duplex escondiendo a menudo la mediocridad de estas jornadas inacabadas en las que vendemos nuestras emociones orillando en los caminos de una televisión que odiamos, recuperando en un sofá la fuerza que nos falta para seguir la monotonía de nuestro trabajo el lunes siguiente. Compramos buenos colegios para nuestros hijos y de esta forma renunciamos a educarlos directamente, con la absurda ilusión de creer que un cheque mensual servirá para forjar su carácter y beber la fórmula del conocimiento, pero les negamos el derecho a recibir nuestras vivencias porque les robamos el tiempo de compartirlas con ellos.

Jugamos con el amor, creyendo que es un producto a merced del mercado de las compensaciones, nos miramos a menudo en los ojos de nuestra pareja, esperando descubrir que dentro de la burbuja de su mirada, se esconde aquella parte perdida de nosotros mismos y que no sabemos como recuperar. Estamos viviendo la vida sólo en presente, porque desconfiamos del futuro ya que la inmediatez del cambio nos condena a ser puros monigotes del avance tecnológico que, sin duda, nos supera. Corremos en esta bola de nieve son comprometernos a nada con el fin de no contraer obligaciones ante lo que nos espera.

Mientras mantenemos el alma prisionera de nuestros sentimientos hemos aprendido a sobrevivir en nuestro trabajo, machacando la pantalla del ordenador, ordeñando la bocina de nuestro loco-móvil los fines de semana ante amigos superficiales con los que compartimos poco más que la mediocridad de ser males jugadores de paddel o dominó y malos vendedores de utopías.

Pero ni podemos disimular el terror de las tardes dominicales, cuando tenemos al acecho la máquina del trabajo que devorará nuestra vida laboral, sin mayor reconocimiento que el cheque mensual y esta prejubilación que puede poner fin a esta comedia de peloteo con el jefe y formación permanente que jamás sabemos a quien sirve.

La Masteritis

No pierdan el tiempo buscando patologías médicas porque esta emfermedad aún no esta clasificada como tal y por tanto aún no se ha inventado la vacuna para prevenirla.

Parece que en los últimos tiempos se han popularizado entre estudiantes de último año, las colectas en forma de sablazos para el viaje fin de curso y el abono a una nueva carrera de masters y postgrados, a cual más sofisticado , todo sea por demorar la entrada en la tómbola del empleo ,mientras siga el momio familiar ,ó esperando mejorar aptitudes y asegurar así, la ambición de los grandes sueldos.

Lástima por los miles de horas perdidas ,por las vagas esperanzas de los padres demasiado ocupados en mantener sus ausencias de los problemas filiales ,financianciando inútiles aventuras docentes etiquetadas bajo la forma de un diploma ; pero que, se acaban convirtiendo en apéndices inútiles de las ya excesivas carreras universitarias ,con frecuencia mal aprovechadas que se estrellan contra la incertidumbre del desempleo. 

Contra este vicio actual de la masteritis no existe otro remedio que unas dosis de humildad y una importante adición de sentido común , la suma de conocimientos no garantiza ni siquiera un mayor talento y sirve de bien poco cuando están aislados de la experiencia práctica de los mismos , la información excesiva incluso puede convertirse en una losa ,sino circula y sufre el ejercicio de la contradicción en un entorno real.

Muchos de nuestros jóvenes cuando finalizan su ciclo universitario que a menudo siquiera han elegido, buscan ensimismados la forma de especializarse a fin de adquirir el factor mágico de empleabilidad que les convierta en triunfadores, deseables y en consecuencia ricos.

Pocos de ellos son capaces de advertir que en el trasfondo de los cursos denominados de postgrado ,o master pueden coincidir materias adyacentes desvestidas a menudo de su aplicación global ,cuando no están sometidas a un proceso de auto-evaluación personal , que indique a priori ,no solo la capacidad sino las actitudes , habilidades e incluso los valores emocionales que puedan garantizar un desarrollo práctico de lo aprendido.

Asi pues en un país con más de un millón de PYMES , de poco sirve el aprendizaje en macroeconómía ,al que se entregan recién licenciados economistas para acabar desconociendo como conciliar saldos o interpretar una cuenta de explotación ,o incluso,teniendo en cuenta la poca vistosidad de la mayoría de procedimientos penales, poco podrán lucirse los futuros abogados devotos de la espectacularidad de los juicios a la americana ,y cuán lejos quedan los manuales de servicio personalizado, en turismo,distribución de productos u hostelería ,si finalmente hay que atender bolsas de turistas al forfait que no saben distinguir el gazpacho del zumo de tomate.

Entregarse en los brazos de atractivos programas de master o postgrado a la ligera, puede convertirse en trampa mortal y esperada decepción si creemos que a su finalización nos llamarán a la puerta para ofrecernos un empleo, o simplemente pretendemos que una colección de diplomas sea un pasaporte al éxito,capaz de emocionar a consultores , psicólogos o entrevistadores en los procesos de selección.

Asumiendo que el mundo económico no es más que un mercado de capitales,personas o bienes , es evidente que en él solo triunfan los que conocen su oficio , ser un profesional no equivale a ser un buen estudiante , ya que la formación puede contribuir a mejorar la calidad en una profesión ,pero casi nunca al revés .

Solo hay un truco para triunfar y mantenerse y consiste en hacer algo útil y hacerlo bien , con ello gustamos a los demás y hasta podemos conseguir que lo que hacemos nos haga felices , estudiar en vano temas que no nos corresponden sirve simplemente para tirar el tiempo y amargarnos .

Hace algunos años trabajando como profesor en el área de marketing ,vino a verme un alumno que aspiraba a trabajar como comercial , era una persona terriblemente extrovertida ,muy habladora ,tanto que en la comisura de los labios aparecía continuamente un cerco de “babilla” y además su entusiamo con la palabra le producía sudor ,sus ojos se congestionaban y no podía evitar salpicar mientras voceaba, ya que se acercaba mucho a su interlocutor.

Esta persona cuya edad era cercana a treintena, suspiraba por ser algún día jefe comercial ,tener un equipo de ventas y ganar mucho dinero pues asimismo se nombraba como muy persuasivo, obviamente yo le aconsejé ,aún sabiendo que era imposible,que cambiara radicalmente su forma y encauzara sus habilidades aprendiera a escuchar,mantener la distancia, hablar más despacio ,hacer pausas y beber un poco menos, lógicamente no quiso o no supo, pero unos diez años mas tarde supe de él que trabajaba en telemarketing y no dirigía ningún equipo, en cambio parecía feliz.

En realidad el título,o el diploma ,incluso la formación son virtuales ,no hacen a la persona sino que son un medio para desarrollar sus aptitudes y quizás contribuir a la formación que realmente se perfecciona en la calle,o sea en el mundo real, de la misma forma que el amor ,que sólo se aprende amando,el trabajo requiere el aprendizaje de la práctica , la escuela siquiera proporciona herramientas y la cultura aprendida sirve de poco sino se contrasta con la del entorno en que debemos realizarnos.

Con todo esto ,no trato de mediatizar la utilidad de los muy provechosos postgrados, sino simplemente darles el contenido más realista para que puedan ser bien elegidos y por tanto mejor aprendidos, nadie se fía de un chofer que haya obtenido su título por correspondencia ,preferimos personas que sean profesionales y que asuman responsabilidades implicándose con su trabajo.
Debemos establecer las diferencias entre el saber y el conocer ,toda vez que para la simple retención de datos y teoría,cualquier ordenador barato supera a la persona , pero sin duda le falta el alma humana que es la cuna del auténtico aprendizaje.

Unos que vienen, otros que se van

…Volverán las oscuras golondrinas, así empezaba uno de los más entrañables versos de Bécquer, escrito hace demasiados años y en tiempos en que aún se añoraban cosas. Actualmente parece que se cuenten los días hasta el próximo fin de semana, quizás para olvidarnos un poco de una forma de entender la economía tan compleja, veloz e imprevisible en la que nos falta tiempo para entenderla. 
Nos han cambiado las emigraciones de aves por una trashumancia de mano de obra que nos llega del sur próximo o continental para llenar estos huecos imposibles de puestos de trabajo que casi nadie desea, pero que contribuyen a mantener nuestra economía. 

Y mientras tanto, muchos gigantes industriales de los que ocupan a mucha buena gente, huyen hacia el este porque la deslocalización es la nueva forma de “colonizar” en este siglo XXI. 

Parece que lo justifican las cuentas de explotación, especialmente aquellas que cuentan las horas de trabajo como unidad de coste, pero estas mentes borrachas de números que viven amarradas a las cuentas de explotación, quizás no han advertido que al marcharse o al prejubilar más de la cuenta también están fomentando la “deslocalización del conocimiento”. 

Según la multinacional IBM, sólo en la ciudad India de Bangalore están graduándose tantos ingenieros de informática como en todos los Estados Unidos. Por tanto, es bueno saber que para muchos países anfitriones puede ser positiva la recepción de nuevas factorías y que quizás el señuelo de sueldos baratos sea sólo el principio que finalmente, desencadene un proceso de calidad de vida para mucha gente. 

Es evidente que en una economía de mercado cada vez más liberal, poco podemos hacer para defendernos de las decisiones tomadas a ultramar por accionistas que sólo quieren escuchar palabras gratas como plusvalía, dividendo y renta. 

Pero desde aquí, me atrevería a realizar algunas propuestas concretas que nos permitan aliviar un tanto la situación. 

Si eres un empresario pequeño, un profesional o una pyme, debes fidelizar bien la clientela, estar al tanto de lo que ocurre a tu alrededor, innovar y tomar una posición que garantice la salida de tus productos o servicios, simplemente porque crees que son algo mejores que los de tu vecino. 

Contrata a la gente por su actitud y págales por resultados. Flexibiliza recursos y dirige tu fuerza comercial, además de tu clientela local o nacional, hacia mercados nuevos, emergentes, nichos y naturales. No dejes que nuestros vecinos del sur de Europa nos vuelvan a “robar la cartera” en Sudamérica, África y Medio Oriente. 

Aunque para ello deberás reforzar más la cooperación interempresarial entre las pymes y ofrecer a los buenos trabajadores proyectos empresariales a largo plazo que contengan una mayor seguridad laboral para el trabajador implicado como en Japón. 

Si acabas de aterrizar en el mundo del trabajo o esperas simplemente mejorar, no dejes de aprender y formarte. 

Si consigues descubrir aquello que sabes hacer mejor que los demás, podrás dejar que otros se vayan, pero tú siempre decidirás tu futuro.

La trampa de la innovación

Me asusta que me hablen tanto de la palabra innovar porque temo que vaya a gastar y no es por falta de fe, todo lo contrario, donde estaríamos sin la evolución, usted y yo, lo hacemos todos los días mejorando inconscientemente los hábitos aprendidos y buscando controlar el tiempo que no tenemos ; pero, como ocurre con las modas, veneramos las genialidades simplemente por la novedad y con ello inducimos a pensar que lo que veníamos haciendo era erróneo, sin pensar que si todos fueran geniales nadie aplaudiría y con ello se mataría el éxito de público que es la justificación de sus creaciones. 

La explosión de los genios sirve para cambiar moldes y para replantear las cosas, el problema reside en que no hemos tenido tiempo de asumir la evolución reciente, de hecho, en menos de 100 años hemos pasado de ir a caballo a mandar turistas a la luna, por ello, no debemos caer en el pecado de innovar, sin entender porque lo hacemos. 

Está bien que existan genios como Ferran Adrià, pero no podemos cocinar todos con nitrógeno líquido ni sustituir la sartén por un sifón de gas o meter un laboratorio en la cocina. No caigamos en el tópico del snobismo innovador, pues de la mayoría de “máquinas domésticas” que utilizamos, apenas aprovechamos un 10 % de sus funciones, por tanto, lo nuevo es bueno pero lo clásico a menudo, también lo es. 

Con la gestión de personas puede suceder algo parecido porque se nos llena la boca hablando de conocimiento, talento, headhunters o liderazgo y, al final, resulta que la mayoría de la gente prefiere obedecer a mandar, pocos renuncian a un tiempo de ocio para formarse. Se están conjugando ecuaciones imposibles como aumentar la productividad en base a trabajar menos o comprar el futuro sin poseer el presente. Hay directivos que siguen teorías de gurús imposibles de aplicar, ya que sólo pertenecen a las experiencias individuales de otros y por tanto, para ellos, nunca serán lo mismo. 

Es como aprender a jugar a fútbol con un video de Ronaldinho o Zidane, descubres el resultado de una buena aplicación, pero si intentas copiarlo te das cuenta que sólo aprenderás según tu talento y equivocándote a menudo, por suerte no todo es imitable. 

La innovación es necesaria pero puede pervertirse como ocurrió con la dinamita del pobre Nobel -pobre por las consecuencias de su invento- o la energía nuclear, pues todo lo que ayuda en medicina se pierde al usarse como arma, simplemente, porque no venía el manual de uso. Lo cierto es que cada persona reacciona de forma distinta ante hechos nuevos como en la vida real. Es algo parecido al miedo, lo sentimos emocionalmente antes de que lo racionalicemos. 

Naturalmente que todas la empresas tiene que innovar, aplicar nuevas tecnologías y crecer , pero todo ello debe hacerse a partir de las personas que deben aplicarlo y no al revés, la innovación por presión no funciona, de la misma forma que no funciona el código de circulación mientras no aprendamos a autolimitar la velocidad del coche sería como ir a la universidad sin haber estado en el instituto. 

Concluiría parafraseando algo que oí hace tiempo y decía “innovarse o morir, pero morir no es una opción”, yo añadiría que cuando se trata de innovar sin que exista la base y la actitud necesaria para hacerlo, tampoco es una opción.

Dónde van los jóvenes

Leer es malo, o así debe parecer, porque la gente cada vez lee menos y aunque no me atreva a asegurar que los libros enseñen cosas, estoy convencido que gracias a las experiencias personales de los escritores, somos capaces de plantearnos cosas nuevas e incluso aprender al experimentarlas. 

Cicerón decía que “una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma” porque, a menudo, descubrimos nuestra espiritualidad en los demás mucho antes que en nosotros mismos. 

Nosotros, igual que nuestros jóvenes, aprendimos de los valores de la sociedad que conocimos. Los que crecimos en un entorno represivo, suspirábamos por obtener la libertad que no teníamos. Después, cuando nos la entregaron, no supimos qué hacer con ella. 

Durante muchas décadas de limitaciones, renegamos del capitalismo hasta que descubrimos que el socialismo sólo sirve mientras se es pobre, porque cuando alcanzas el nivel de tu vecino, ya quieres superarlo. Esta competitividad no es mala, sino que es consecuencia de la necesidad de superación del ser humano que es precisamente la que nos ha llevado a evolucionar, aunque no siempre, de una forma coherente con nuestros principios. 

Se dice que el auténtico valor de una persona está mucho más cerca de su corazón que de su cartera, aunque lo cierto es que el concepto de triunfo y éxito en la vida está mucho más asociado al poder económico y material que a la riqueza del espíritu. 
De la misma forma que tener más información no equivale a estar más informado, se nos están borrando hábitos como la comunicación o la lectura porque ya casi nadie los utiliza. En realidad, nunca hemos tenido tanta facilidad para conocer cosas nuevas y educarnos, pero en este mundo contradictorio, no parece que el saber más o, ni siquiera, el esfuerzo personal, sean la llaves que garanticen el triunfo y la felicidad. 

Por el camino de la cultura, esperamos que la experiencia universitaria sea el yunque que debiera forjar el talante de los futuros profesionales de un país, ya que, la educación tendría que caminar por delante y formar las bases sobre las que se construya un futuro proyecto profesional. 

Pero lo que ocurre en realidad es que la universidad es incapaz de enderezar los malos hábitos aprendidos repetidamente en las etapas anteriores. 

Nuestros hijos están creciendo en una sociedad utópica, que vive al servicio de la perversión del marketing. Todo gira entorno al consumismo y el dinero y sino observen cómo cada mañana nos despiertan anuncios de créditos fáciles y disponibles para viajar, comprarse un coche o cambiar el sofá, por tanto, nos invitan a endeudarnos para disfrutar algo que no nos hace falta para nada.

Sobre estos “valores” se asienta nuestra sociedad y este es el escaparate de compraventa convulsiva, alimentada por mucha publicidad totalmente prescindible que contemplan nuestros hijos todos los días. Si buscábamos estimular su competitividad, lo estamos consiguiendo, aunque ésta se reducirá a tener una zapatillas mejores que su vecino o una moto más grande. 

En África se dice que hace falta toda una tribu para educar un niño, mientras que aquí, dejamos que otros lo hagan y cuando nos quejamos de la falta de valores que tienen nuestros hijos o de su escasa percepción de la religiosidad, deberíamos preguntarnos qué hicimos de mal en nuestra generación para permitir que el consumismo, la inhibición o la idealización del triunfo personal para superar miserias y complejos paternos, sustituyeran el tiempo y el espacio para comunicarnos y entendernos con ellos. 

Los niños africanos viven en la calle, rodeados de todo y de todos, familia, amigos, personas, animales, parientes, extraños, juegos y espiritualidad, hasta el vudú tiene su espacio y la consigna acostumbra a simplificarse en buscar sobrevivir y ser feliz. 

Mientras tanto, nosotros creemos ser los privilegiados del planeta. Decidimos llevar a los hijos precozmente a la escuela, ya que así, podemos dedicarnos a obtener más euros para gastar. Los dejamos con canguros y los aislamos por las tardes con dibujitos televisivos, pero eso sí, los llenamos de juguetes o mejor dicho, de bonitas cajas con ridículos muñecos de fantasía que no han construido y encima pretendemos que jueguen y sean creativos. 

Naturalmente, tienen poco tiempo para leer y su religiosidad es copia de la nuestra. Ignoran nuestras creencias porque no las compartimos con ellos y se nutren de otros principios gracias a nuestra ausencia. Ellos viven, comen y duermen en el mismo escaparate mercantil en el que estamos todos y, muy pronto, descubren que el valor del dinero sirve para comprar la libertad que no podemos ofrecerles, ya que ni siquiera, les dejamos pensar por su cuenta. 

Durante su etapa universitaria viven engañados tras la zanahoria de un título o un diploma que combinado con algún master será el pasaporte imaginario que les abra las puertas del éxito. Piensan que cuando acaben sus estudios, las empresas se volverán locos por contratarles, llenarles los bolsillos y entonces tendrán un coche, muchos juguetes tecnológicos y más cosas, de esta forma el dinero les hará libres y serán felices. 

La historia puede ser parecida a ésta, aunque en la realidad ocurra exactamente lo contrario. El éxito depende de ser uno mismo, del equilibrio entre tener salud, un trabajo enriquecedor, buenas relaciones y especialmente una actitud positiva. Si conseguimos ser, podremos hacer cosas útiles y eficientes que nos compensarán y por ello lograremos el éxito. 

No nos equivoquemos contando las historias desde el final, los ejemplos cotidianos de los personajillos de la tele no nos sirven, las pelis sólo son sueños de otros y no nos valen para escribir nuestra propia historia. De hecho, no sirve nada de los demás, salvo aquellas cosas que podamos experimentar personalmente y que nos permitan estar bien y vivir en congruencia con nosotros mismos, de esta forma, contribuiremos a mejorar un poco nuestro entorno y eso, sí vale la pena.

Colgados de una nube

Recién entrados en el tercer año del milenio y las noticias sobre la tribu humana no son nada alentadoras. Las familias ricas siguen desintegrándose, la caja tonta ha conseguido eliminar el mantel compartido de las mesas honradas y la radio nocturna se ha convertido en sudario de corazones solitarios. Pero, la cultura televisiva sigue vendiendo toda la basura de una sociedad que ha optado por la misantropía digital antes que la comunicación humana.

El trabajo sigue mal repartido. Se está jubilando el talento, las escasas buenas ideas son devoradas por la temible alianza entre el marketing y la tecnología, y es probable que en poco tiempo acabemos perdiendo la escasa individualidad de la que disfrutábamos cuando podíamos sacar nuestra silla a la calle para charlar con los amigos en las noches tibias de verano.

Es como vivir colgados de una nube, dejándonos llevar por los vientos de la tecnología de la comunicación, sin ni siquiera el tiempo necesario para reflexionar sobre lo que está pasando. 

Estamos viviendo de prestado, negociando estos buenos momentos que pasamos con la gente que queremos, esperando impasibles el cambio que nos devuelva la ilusión por emprender nuevos retos y deseando ganarnos la autoestima todos los días aunque sea detrás de una sonrisa de reconocimiento de los demás.

Ni siquiera noticias tan deseables como las rebajas del IRPF previstas para el año próximo, ni las promesas políticas, ni tampoco la posibilidad de poseer todo lo deseable, son capaces de arrancarnos de esta sensación de incertidumbre que se está generando en este nuevo milenio.

Si el símbolo de la guerra fría fue el famoso muro de Berlín, el de la globalización será la red, la posibilidad de contactar todos con todos y además con oficinas virtuales siempre abiertas. Ello nos permitirá disponer de todas las herramientas posibles para comunicarnos, ahora ya sólo faltará saber qué decirnos.

Porque el problema sigue siendo de comunicación personal. Estamos engendrando una sociedad abonada al móvil, la playstation, Internet, los satélites digitales, pero aquí nadie habla con nadie, ni los padres con los hijos, ni los empleados con los patrones, ni los profesores con sus alumnos. Todos dicen cosas pero nadie se comunica de verdad.

Todos vivimos con el miedo al compromiso, por eso los hijos pasan treinta años en casa, muchos trabajadores aguantan un empleo que no les gusta para no arriesgarse a cambiar y muchos jóvenes se han convertido en saltamontes laborales que atrapan el dinero para correr hacia el mejor postor.

Compromiso, lealtad, valores, ética,… son conceptos de los que sólo hablan los libros y del que son cómplices muchos pequeños empresarios y profesionales que sostienen casi a pulso el país porque las ayudas son pocas y demasiado envenenadas de burocracia y Europa sigue estando lejos excepto para los políticos. No obstante, aún tenemos la posibilidad de cambiar.

El camino pasaría por recuperar nuestro poder individual y como grupo humano, puesto que nuestro mayor patrimonio es precisamente la imaginación y nuestros sueños, aunque no coticen en bolsa, seguro que podemos trepar a un árbol y ver el bosque al mismo tiempo, y de paso este camino que empieza por conocernos mejor a nosotros mismos.

Cada trabajador es esencialmente una persona con determinadas habilidades naturales que pueden desarrollarse, conocimientos potenciales que pueden adquirirse y especialmente con una actitud propia para aprender haciendo cosas, errando a menudo pero analizando la experiencia personal.

Es mejor tocar el suelo con los pies que estar colgado del cuello de esa nube a expensas de donde te lleve el viento. Vale la pena identificar los valores personales, formarse en lo necesario, invertir en este patrimonio único que somos nosotros para poder elegir dónde queremos compartir lo que sabemos.

Aprender de África

En el norte de un hermoso país africano llamado Costa de Marfil vive desde hace siglos la etnia de los senufos, en realidad el hecho no tendría mayor significación a no ser por el sistema de organización social de esta comunidad, de la que sin duda podríamos aprender mucho.

Probablemente lo que más llama la atención al conocer a esta gente, además del entorno subliminal colmado de fetiches y de magia que envuelve cualquier pueblo del Africa profunda, sea la valoración de la mujer y el respeto por los perros.

Ya sé que suena a peyorativo pero cuando vivimos mediatizados por esta España rápida, que nos roba el aliento en esta huída al galope hacia ningún lado, corriendo por el túnel del consumo, sin la luz de los valores y con el vacío de un futuro demasiado lleno de cosas pero absolutamente incierto, lo que debiera ser natural suena a extraordinario.

Por mucha equiparación de derechos constitucionales, por mucha promesa electoral incumplida, en realidad, todos sabemos que la mujer sigue siendo discriminada en muchos ámbitos, los perros se abandonan como un sofá viejo a pie de contenedor y los políticos son muy ecológicos, aunque sólo en el “patio” de su casa.

En nuestra supina ignorancia que nos impide reconocer hasta lo poco que sabemos, confundimos a los africanos con los sobrevivientes de la “patera” o como estos ciudadanos de segunda que deambulan por nuestras ciudades, escondidos detrás de la ropa occidental, pero desconocemos que son poseedores de una cultura tan rica en lo social y familiar, como pobre en lo económico.

La mujer senufa goza del reconocimiento de su familia, del clan y del pueblo, trabaja, administra y cuida a su familia, tiene voz y voto en las decisiones tribales y mima a sus hijos extremadamente hasta la pubertad.
El perro senufo vive con la familia, es básicamente cazador, lleva un collar de raíces que le protege de los depredadores y es útil a la familia, contribuyendo a su bienestar.

Mientras esto sucede a cinco horas de avión, nuestras mujeres ocupan más del 60% de las cifras de paro y se les paga un 28% menos por el mismo trabajo, aunque se les exige lo mismo, a menudo comparten trabajo externo con labores domésticas y socialmente en el mejor de los casos son simplemente aceptadas.

De los perros españoles, es mejor no hablar, pues aparte de los valores que derivan de su comercialización como mascotas de “élite”, mientras son sacrificados por centenares cada día, para la mayoría el único valor reside en su utilidad, como cazador o “segurata barato” y los demás son maltratados, abandonados o víctimas anónimas en cualquier carretera, sin una señal de identificación.

En esta extraña ciencia del management dicen que anteriormente a la decisión, hacen falta análisis, datos e información, en estos casos los datos los tenemos todos, pero la decisión no llega, los políticos siguen creyendo que la reinserción de la mujer pasa por la ventanilla de las subvenciones, cuando probablemente y sin excluir ninguna ayuda, debería pasar antes por los pupitres de la formación.

Esta bien que invirtamos miles de millones en formación continua, en prevención y en ayudas, pero la mejor inversión siempre será aquella que “enseña a pescar”, el camino está más cerca de formar al empresario, promover el espíritu emprendedor y especialmente el de la mujer como empresaria, pues con toda seguridad la mujer está habituada a trabajar y emprender, sólo necesita la oportunidad de demostrarlo.