En menos de lo que tarda un ciclo lunar he podido barajar dos noticias aparentemente contradictorias que nos están mostrando una pequeña parte de lo que está ocurriendo en el mundo laboral y la economía de consumo, ligadas como es lógico a nuestros salarios como trabajadores.
Nuestros vecinos europeos y nosotros mismos estamos preocupados y con razón por el aumento de la temporalidad, por la deslocalización y por las grandes crisis en sectores como el automóvil y los gobiernos. Obligados por la competitividad están redactando nuevas fórmulas que incluyen la doble escala salarial y que permitan más flexibilidad manteniendo el trabajo estable.
La otra novedad es que nos acabamos de enterar, aunque ya lo sabíamos, que hay más de mil millones de parados en el mundo. Supongo que es un dato técnico porque lo cierto es que la mayoría de esta gente sobrevive de alguna manera.
Pero es preocupante que no tengan un empleo normal, o sea, con su horario, con su regulación correspondiente y unas prestaciones sociales dignas.
El gran fracaso y el reto frustrado de nuestra sociedad será no haber conseguido que todo el mundo tenga un trabajo del que vivir, o por lo menos llegue a sobrevivir y no sólo por razones humanitarias, sino más bien prácticas. La economía de consumo a la que estamos abocados necesita que la gente gane dinero para gastarlo y rotar la máquina del mercado.
Sin embargo, algo no acaba de funcionar en el sistema, cuando la mayor parte de la humanidad, más del 80 por ciento, apenas puede consumir mientras que la minoría busca nuevos alicientes para gastar el dinero.
Quizás haría falta, establecer un catálogo de necesidades individuales, para enfocar el gasto, es triste y absurdo, que en miles de años, no hemos sido capaces, de utilizar el progreso, para que todos podamos vivir mejor.
En realidad, gastamos el talento y el tiempo en aprender el funcionamiento de maquinillas domésticas y videojuegos que no sirven más que para limarnos la capacidad de pensar y claro, ni siquiera nos planteamos que tenemos a ¾ partes de la humanidad, casi siempre “cabreada”y voluble ante cualquier idea radical.
Un día les “colonizamos” negando su cultura, les arrebatamos sus riquezas, sus tierras, aniquilamos a una parte y a los que sobran les enseñamos que hay una religión que invita a compartir -ellos lo hacían hace miles de años- pero después no repartimos nada con nadie.
Es cierto que el camino de la deslocalización y la fuga de empresas hacia fuentes de producción es imparable, porque esta es la penitencia al pecado de la soberbia del consumo. Hasta el más lerdo en economía sabe que el aumento de oferta hace bajar los precios y aquí el único valor añadido que vendemos es tan volátil como el humo del marketing.
De otra forma, explíqueme porque una caja de antibióticos cuesta en Togo la mitad del salario mínimo o porque la mayoría de africanos o asiáticos tendrían que trabajar un mes para comprarse un perfume o peor, unas zapatillas de marca fabricadas por alguien a medio euro la hora. Por suerte son más listos y prefieren pisar su pie desnudo en la tierra y se perfuman del color de las puestas de sol o el rocío puro de la selva.
No sé si deberíamos aprender algo de los cientos de miles de emigrantes de otras culturas que nos hacen falta. Quizás más pobres de medios pero sin duda más instruidos en necesidades auténticas porque sus niños disfrutan simplemente corriendo por la calle, mientras los nuestros que son herederos del progreso, utilizan su creatividad, compitiendo en el average de una playstation o aprendiendo a envidiar a su vecino porque tiene un coche más grande.
Lo que pasa a nuestro alrededor es un fiel reflejo de un sistema perverso. El problema no está en la relación de la economía y el trabajo sino en su proporción, pues siempre habrá gente más apta para producir y otros para gestionar, pero no deberíamos olvidar que todos tenemos la misma boquita y nuestra evolución sólo se justifica utilizando nuestro trabajo para subir un peldaño y progresar.
De que nos servirá tener agua en Marte, cuando cientos de niños morirán de sed en el tiempo en que tarda en leer este artículo, simplemente, porque hemos sido incapaces de llevar hasta ellos los medios para sobrevivir, o es que nos avergüenza tanto verlos sonreír porque nos recuerdan que tener muchas cosas no basta para ser más felices.