La asociación entre la mujer y el trabajo viene de largo. A lo mejor empezó en el momento en que la humanidad descubriera que el hecho de salir de una costilla no creaba mayor dependencia que liberar el corazón cuando se abraza a alguien y que en adelante lo masculino y femenino se complementaría para garantizar la sostenibilidad de la raza humana.
Sin duda, podríamos vivir con una costilla de menos pero dudo que consiguiéramos sobrevivir sin comer. Puede que se le escape a algún lector pero las mujeres trabajadoras rurales son responsables de la producción mundial de alimentos.
Ellas producen casi un 80% de los alimentos en la mayoría de países del tercer mundo, estos son datos de la FAO y convendría recordarlos de cuando en cuando pero de forma especial cuando se subvalora la productividad femenina. Y si hablamos de salarios, mejor sonrojarse, pues a pesar del Convenio nº 100 de la OIT, lo cierto es que tanto en el tercer mundo como en el nuestro, la renumeración económica de la mujer sigue siendo más baja que la del género masculino.
Empezar este artículo hablando de una clara marginación del trabajo femenino es una forma de entrar de lleno, en algo tan decisivo como el papel que jugará el liderazgo femenino en los próximos años y que supondrá para una gran parte de mujeres directivas llevar el peso de la sobrevivencia de nuestro sistema económico, aquí y probablemente en de la mayor parte del mundo.
Es imposible adivinar hasta que punto las mujeres sabrán hacerlo mejor que nosotros pero, de lo que no cabe duda, es que no lo van a hacer peor y, con ello, no pretendo vocear los temas sabidos del calentamiento global, la masificación de C02 y todo el discurso en defensa de la naturaleza que ya conocemos sobradamente por Al Gore, un perdedor que tiene más credibilidad que su oponente, en fin, no quiero pecar de retórico pero lo cierto es que estamos viviendo al borde de un precipicio.
Claro que todo eso son datos que olvidamos rápidamente cuando nos subimos en un 4×4 para circular por nuestra ciudad, quemando combustibles fósiles que compramos a precio de oro o cuando pagamos abogados para divorciarnos o invertimos fortunas para que nos digan lo que ya sabemos y gastamos miles de medicinas para curarnos de enfermedades, que en su mayoría nos autoprovocados. Claro que todo eso, y el consumo innecesario, hacen subir nuestro PIB y hasta parece que vamos bien, aunque seamos incapaces de añadir un solo segundo a nuestra vida y con tanto crecimiento somos incapaces de dar de comer al 80% de la humanidad.
El liderazgo se siente
Pero eso es otro tema y no voy a cuestionar el sistema, sino simplemente presentar con la mayor humildad un nuevo modelo de liderazgo en femenino, que permita relevar el actual -básicamente masculino- porque necesita renovarse, cambiar y mejorar en principio, porque ya toca hacerlo y también porque existe una absoluta congruencia con ciertas características y aptitudes que son más cercanas al género femenino y que se hacen indispensables en una economía tecnológica, global y relacional, coincidencia con la irrupción decisiva de los últimos veinte años del rol femenino en el mundo laboral.
Existe una realidad y es que el liderazgo vital de alguna forma siempre estuvo repartido. Los roles masculino y femenino se han complementado con más o menos fortuna para llegar hasta nuestros días. Por una parte, la procreación, la administración de la familia, la educación de los hijos, las relaciones sociales, etc., que son más femeninas, han completado el trabajo externo, la provisión de recursos, la seguridad, el pragmatismo y otras competencias que son claramente masculinas.
Hasta ahora parece que existe un cierto equilibrio entre los papeles femenino y masculino para que todo más o menos se mantenga en armonía. Claro está que el precio de esta armonía a veces es muy alto, especialmente cuando se limitan derechos, se fundamenta en la violencia o se rozan situaciones de esclavitud. Pero todo eso no se corresponde con el propósito de este artículo, que no es otro que provocar la reflexión sobre el liderazgo en general y analizar como podría repercutir en el mundo empresarial el liderazgo decidido de la mujer en un momento tan trascendente como el que vivimos al albor del siglo XXI.
LIDER Pensar –Hacer –Sentir coherencia coherencia
Quiero evitar caer en los tópicos conceptuales tan en boga en manos de consultores, oradores y gurús y, para ello, tengo una definición muy simple del liderazgo, que sería algo así: “ser líder consiste en lograr que otros hagan cosas, por tanto y para ello, necesitamos influir y motivar a los demás para conseguir determinados fines”.
Si a usted le vale a mi también. Y partiendo de esta definición, parece que se hace difícil pretender motivar a otros sin estarlo individualmente. En consecuencia diría que una cualidad básica de un líder es que sea capaz de conocerse lo suficiente para motivarse a sí mismo y de paso inspirar a los demás, aunque sea por simple mimetismo.
Pero hay más, se supone que el líder es capaz de organizar recursos y descubrir lo que cada uno sabe hacer mejor. Con ello llegamos a una primera conclusión, existe una componente racional para proveer y otra emocional para convencer.
Podríamos buscar muchas cualidades afines a un líder, pero por exclusión me quedo con las siguientes: dedicación, carisma, ambición, energía, ganas, honestidad e integridad. El liderazgo es, por tanto, una acción que abarca sentimientos, actitudes, intereses y valores, todo ello ligado a las personas, ya que no hay líder sin que exista un grupo humano que les siga.
Leí en algún sitio hace muchos años, que el líder es como el chófer del bus, sabe a donde va, busca un buen clima de convivencia y lleva a la gente sana y salva hasta su destino. Por tanto, contribuye a que cada uno consiga lo que realmente desea individualmente.
Hasta aquí nada de lo dicho separa el mundo masculino y femenino, puesto que el talento necesario y las competencias no dependen del género, porque todas están contenidas en cada uno de nosotros y en nuestra mente.
En las funciones del líder me gusta distinguir dos tipos de funciones:
- La funciones propiamente Directivas-Funcionales.
- Las funciones Personales-Apoyo.
Entiendo como Directivas las que corresponden a la definición, control y supervisión de objetivos, así como las funciones de carácter organizativo-estructural. Y las Personales como las de tipo relacional, comunicación, reconocimiento, motivación y otras derivadas. En realidad deben ejercitarse conjuntamente, de forma que la persona dirigida asuma su cuota de responsabilidad con independencia del líder. Esto es lo que persigue el modelo de la Dirección por Objetivos que sería la ideal para la mayoría de directores.
Se evidencia claramente que el auténtico líder, además de realizar su función Directiva y Personal, con su correspondiente cuota emocional, actúa como un auténtico coach, creando el efecto espejo. Por tanto, sabe preguntar -escuchar y es un facilitador para el desarrollo de cada uno de los miembros del equipo.
Dentro de cada líder existe una persona y, como tal, posee una parte racional y una componente emocional desarrolladas principalmente a través de la comunicación, que junto con el lenguaje se convierten en los elementos decisivos para la plena ejecución de la función de líder. Por ello vale la pena conocer como gestionamos en nuestro cuerpo ambas partes para conseguir resultados en relación con los demás.
Todo está en el cerebro
El cerebro sigue suponiendo un reto para todos los que lo estudian, porque viene sin un manual de instrucciones y es tan complejo como cada uno de nosotros. No obstante, es sabido que consta de dos hemisferios derecho e izquierdo y que funcionan conjuntamente.
Se supone que la parte izquierda es la responsable de nuestro funcionamiento lógico, detallista, racional, prudente y evaluador; mientras que nuestro hemisferio derecho es creativo, intuitivo, emocional. No obstante, para desarrollar nuestra inteligencia necesitamos ambas partes.
También la evolución humana ha determinado ciertas diferencias entre el cerebro masculino y femenino. Según el Prof. José Rubia (UCM), el cerebro determina el desarrollo de las habilidades y comportamientos propios de cada sexo y las divergencias se producen en relación a las funciones que realiza cada uno de los hemisferios.
Una de sus primeras conclusiones es que los hombres muestran mayor desarrollo de su hemisferio derecho, lo que les hará más aptos para actividades como conducir, jugar ajedrez y otros temas visuoespaciales; mientras que las mujeres ya de niñas desarrollan lo contrario y acostumbran a manejar mejor el lenguaje, la relación con los demás etc.
Por consiguiente la parte derecha emocional realiza el procesamiento simultáneo, la atención difusa y la manifiesta corporalmente a través de la expresión de la cara, los matices vocales, sensaciones corporales, emociones, afecto, desprecio, etc. y le cuesta más expresarlo con palabras porque de ello se ocupa el hemisferio izquierdo. Por tanto, cada cerebro dirige el proceso para interpretar la realidad y podemos ver cómo mínimo dos enfoques distintos representados por cada hemisferio.
Aunque parte de la ciencia, la educación, la sociología o, incluso, la psicología no coincida siempre con esta apreciación y a menudo se reserve más atención al hemisferio izquierdo por ser más concluyente y predecible, la realidad es que funcionan simultáneamente y se necesitan. De hecho, cuando se produce la integración, se inicia el proceso en el que pasamos de la polaridad a la unidad de conciencia.
Si nos creemos la teoría de que somos lo que hacemos, aceptemos que el hábito ancestral ha creado diferencias biológicas y psíquicas entre ambos géneros. Así pues, y desde la prehistoria, las mujeres han desempeñado siempre un papel importante en la transmisión de la cultura y el lenguaje y probablemente esto las ha convertido en facilitadoras de la comunicación.
Si me baso en mi experiencia de más de cuatro décadas trabajando con hombres y mujeres en distintos ámbitos empresariales y adiciono mi experiencia docente de los últimos cinco años con más de 3.000 alumnos -con mayoría de mujeres- puedo asegurar que las mujeres son más intuitivas, lo que facilita la empatía, se comunican mejor y, por tanto, se relacionan mejor que los hombres y sus promedios de evaluación, al menos en la universidad, son en general superiores.
Asumo mi responsabilidad por esta afirmación y hasta me atrevería a formular esta pregunta ¿Saben más porque se relacionan mejor? O bien ¿se relacionan mejor porque saben más?
¿Se dirige emocionalmente?
La respuesta, si la hubiera, sin duda desvanecería muchas dudas en los procesos de selección y muchos directores de RRHH se frotarían la manos, pero prefiero dejarlo así. Lo que es evidente es que, tal y como anticipara el padre de los gurús Peter Drucker hace 50 años, las organizaciones son personas que piensan, hacen y se desarrollan en función de ellas. Por tanto, se ha evidenciado que en un mundo cada vez más incierto, competitivo y siendo el talento un bien escaso, vale la pena cuidarlo, y eso requiere dedicación, sensibilidad, reconocimiento, empatía; o sea escuchar mucho y sintiendo lo que ocurre, todo eso se llama comunicación.
El redescubrimiento de la inteligencia emocional (IE), tan antigua como lo humano y que define el conocimiento y gestión de las emociones propias y ajenas, se proclama como la mayor competencia posible, por encima de otras formas de inteligencia. Una buena IE, unida a la definición de los talentos como aquellas capacidades individuales que no entienden de razas, sexos, ni edades, susceptibles de desarrollarse y generadores de sinergias y que consisten simplemente en poner valor a lo que se hace, facilitará que exista el “buen rollo” necesario y el entorno que sólo favorece la buena comunicación.
Y todo ello en congruencia con una nueva forma de trabajar, mucho más basada en la productividad que en la presencia, necesitada de conciliación familiar, flexibilidad y volcada totalmente al cliente como eje de la sostenibilidad del negocio, definiendo unas competencias de liderazgo tan necesarias como las propiamente directivas.
La ética, como valor único
Si por último hablamos de valores o de la necesidad de una dirección ética basada en compartir el éxito del equipo, alejada de los egos individuales y contrastada con resultados. Hay que asumir que de tanto hablar de cultura corporativa o de valores se ha agotado el discurso y no hay mayor credibilidad que el beneficio a corto plazo.
Deberíamos analizar los fracasos empresariales de grandes empresas, cuyas marcas desaparecieron en los últimos 25 años. Todo eso da que pensar y la extremada competitividad indica que las posibilidades de mantenerse en el mercado son cada vez más difíciles y más lo serán sino existe cierto compromiso y humanidad detrás de las actuaciones empresariales.
Ni siquiera hemos sido capaces de crear modelos de cultura y valores más allá de la monopolización del marketing como unidad de crecimiento, la televisión como referente de cultura y el gregarismo consumista como signo de liberación. Todo ello, evidencia que tenemos un modelo de liderazgo que, sin llegar a ser tóxico, como mínimo deja mucho que desear o está agotado. Por ello, no es de extrañar que hay llegado el momento en que la mujer adquiera de forma decidida un protagonismo en los puestos de alta responsabilidad en las empresas, aportando sus capacidades excepcionales para intuir lo que no vemos escuchar y sentir e influyendo desde el principio en la toma de decisiones para que todo funcione algo mejor.
No es casualidad que por el momento se esté notando una entrada femenina importante en recursos humanos, permitiendo -como mínimo- trascender las funciones clásicas funcionales, y que empezó con el cambio del concepto recurso por el de persona. Parece que, como acostumbra a pasar siempre, la escasez de un recurso llamado talento, ha abierto los ojos a los empresarios y les ha llevado a pensar que la gente, como los cerebros, van donde se sienten más valorados y que las “emociones” en masculino no significan debilidad sino más bien fortaleza.
En parte, gracias a esta aportación femenina, muchas empresas ya han empezado a hablar con su gente y también a escucharles, muy pronto también se preocuparán de que se sientan mejor, buscarán fórmulas de conciliación en base a una mayor dirección por objetivos, puesto que es evidente que al final los números de la productividad deben salir.
También las nuevas líderes se aplicarán en traspasar el famoso techo de cristal sin cortarse pero con responsabilidad, conscientes que el coste de la promoción debe pagarse a medias con la pareja y buscarán una organización distinta de horarios que evite el chantaje emocional de la familia, tendrán la libertad de armonizar la vida individual, teniendo siempre en cuenta que el crecimiento también tiene un precio. Para disfrutar también se sufre pues duele hasta cuando te salen los dientes, y sabrán que conseguir a menudo supone renunciar, porque tener simplemente a buenas personas sin método puede ser tan inútil como una cubitera en el polo.
Como conclusiones, diría que hoy se dirige de una forma más emocional, que la aportación de valor y el talento dependen de una actitud, que las emociones alimentan las actitudes, que las personas con mayor inteligencia emocional llegan más y mejor, y que las mujeres que utilicen estás capacidades serán las líderes del futuro. Y puesto que el éxito sólo depende de la percepción de los demás, les aseguro que tengo reservado un asiento de primera fila en el escenario empresarial para comprobar en otras empresas y de la misma forma que lo vivo en mi empresa -con un 80% de mujeres- que nada engancha más que un buen clima laboral y un buen jefe, si es femenino mejor.