Que somos un país de recursos, no sorprende a nadie, ni tampoco el que mantengamos en los últimos años una bonanza económica, sin embargo para ello estamos agotando todos los recursos y estamos en la cola en innovación o sea, que los famosos valores añadidos que deben permitirnos competir en un mundo global debemos pagarlos o copiarlos de los demás.
La verdad es, estamos en manos de los especuladores, especialmente en materias primas y energía y nuestra economía descansa sobre dos pilares tan frágiles como una nueve de humo, la construcción ligada al fenómeno, de momento imparable, de la inmigración de trabajadores o el precio del dinero y el turismo, gracias al hermano sol y buenas estructuras que ya están imitándose en todos los países del sur del mediterráneo además, de los mercados emergentes del Caribe o Asia.
Se acabo la competitividad, al pagar un euro por un café y sobre el servicio, la mayor dependencia es de los inmigrantes, porque disminuyen las vocaciones locales entre la juventud, para trabajar mientras otros se divierten además, nuestra evolución social ha desarrollado una fuerte clase media en la que todos son propietarios de piso, coche y visa y esos de servir, siempre lo hemos confundido con el servilismo, no vamos tan bien como creemos.
Si asimismo que una sociedad debe asentarse en sus valores, su conocimiento y su actitud frente a la vida , por citar tres bases trascendentes.
Resulta que de valores, andamos mal, incluso peor que nuestros vecinos, la iglesia hace aguas entre la sociedad y le resulta imposible conjugar estos principios tradicionales, como la ética, la familia o incluso la cultura del esfuerzo con una sociedad que se obstina en no querer comprender, en donde los mensajes contra el divorcio, la sexualidad o incluso el clasismo se sobreponen a las respuestas sobre la defensa frente a la manipulación del consumismo y la tolerancia y que parece haber perdido la capacidad de escuchar la realidad social.
Tampoco van mejor las cosas en el conocimiento, nuestros jóvenes siguen viendo la universidad como la gran panacea que garantizará su futuro y viven sobreprotegidos creyendo que con un título y un par de masters tendrán la calidad de vida de sus padres, pero nadie quiere pagar el precio de aprender a equivocarse y trabajar a menudo en algo que te gusta poco y comprometerse. En cuanto a la formación profesional sigue deficitaria porque no cuenta con las estructuras y el respaldo social que merece. ¿Dónde están los aprendices? Se sigue rindiendo culto a la corbata, al buen coche ó al PC, mucho más que al furgón y la caja de herramientas.
Además, se esta propagando peligrosamente la cultura del poco esfuerzo, o sea, conseguir cosas gratis, empezando por los papás que regalan cama y comida hasta los 30 años, el pluri-consumo ilimitado, de la calle que va desde el TOP-manta a los pantalones a 10 euros y eso evidencia dos cosas, que es posible vivir sin trabajar y que todo tiene un precio que al final se acaba pagando en “euros”. Si a ello sumamos referentes como la plaga de prejubilaciones de los últimos años , veremos cuantos nuevos trabajadores vamos a necesitar, supongo que la mayoría inmigrantes para pagarnos la futura jubilación.
Pero la perversión de esta formula es mucho más grave porque contagia a los jóvenes abocados en la resolución de una ecuación imposible que, consiste en alcanzar la prosperidad en una sociedad cada mes más preocupada en trabajar menos y dedicar más tiempo al ocio y por otra parte, debiendo soportar obligaciones hipotecarias y créditos, que superan en la mayoría en muchos casos, el 50 % de ingresos por familia.
Debemos reconocer de una vez, que somos un país tremendamente frágil y vulnerable con cuestiones pendientes desde hace siglos, sin revolución industrial ni social, marcados por una cultura basada en gran parte en el vivir a costa de otros, o el moderno pelotazo, nos acostumbramos igual que en el siglo 16 a sobrevivir con el oro que llegaba de las Américas, mientras, sigue la incomprensión y el divorcio entre las comunidades y somos incapaces de bajar un solo peldaño para tratar de entendernos con el vecino, el colega o nuestros hijos .
Probablemente mi planteamiento sea algo radical, pero es obvio que esta sociedad necesita alguna reacción, no sea que al final nos muramos de éxito.
Siempre aprendí que la mejor forma de resolver un problema consiste en plantearlo, y quizás ya toque hacerlo individualmente. Hay que hablar menos y pensar, inventar y realizar más, exprimir el talento, pensando que lo bueno para los demás es bueno para nosotros. Las empresas siguen aún dudando en dar más formación, por si se les van los trabajadores a la competencia y eso es un planteamiento erróneo, porque es más caro mantener una máquina obsoleta que adaptarla cada día.
Reconocer de una vez, que el euro no equivale a 100 de las antiguas pesetas sino casi 170 y eso es lo que ha subido la vida, que somos un gigante económico con los pies de barro porque ni la construcción, ni el turismo, nos garantizan el futuro.
Fíjese querido lector que los mejores obras artísticas siempre están relacionadas con la época de escasez porque el hambre agudiza el ingenio, los mejores discos, los mejores cuadros, las mejores películas siempre tienen que ver con el inicio, o la primera parte, después desde el éxito es más incómodo ser creativo, por eso, las segundas partes nunca superan las primeras. Nos acomodamos a lo fácil y en esta sociedad utópica del bienestar probablemente, hemos tirado los brazos mucho antes de haber llegado a algún sitio.
Por último, y solo como referente, toda sociedad necesita unos modelos. Por desgracia, esos aquí nadie conoce a un premio Nóbel, un investigador o un innovador, sino que los modelos a imitar forman un claro abanico, aireado por la prensa rosa, que va desde las modelos casi anoréxicas a futbolistas mil millonarios, consejeros de sociedades que siempre han sido ricos y que no saben que hacer con su dinero y encima los famosos que viven sin trabajar.
No envidio para nada a los americanos, pero aunque sea solo un referente, en aquel país, alguien que quiere trabajar tiene la oportunidad de hacerse rico y eso es un referente para los demás. Allí se admira el esfuerzo individual aquí, simplemente se envidia lo que tiene el vecino.