No será recordado – en el plano económico- este recién estrenado siglo XXI, por haber acabado con los problemas del mundo, ni mucho menos los que tengan que ver con la socialización de la economía, o cuanto menos por eliminar la plaga de la inanición que sufre una gran parte de la humanidad.
Sin embargo, todo el mundo está hablando de la nueva economía, como si se tratara de un auténtico progreso para la humanidad, y la gran princesa de esta nueva galaxia bautizada como Internet, es la dichosa globalización.
Y se llama así, simplemente porque ahora las transacciones ya no se realizan a mano sino que todo ocurre y sucede a través de kilómetros de extensas redes de cables y satélites. Redes de cables y satélites.
Probablemente la culpa de todo eso, tengamos que buscarla en el siglo pasado, en el que nacimos usted y yo y coincide con lo que se llamó el neoliberalismo.
Esta nueva corriente liberal extrema surgió como contrapunto al keynesianismo el contexto más convulso del siglo XX. El keynesianismo, llamado así por su principal valedor John Maynard Keynes, propugnaba la intervención del estado intervención del estado para resolver los problemas de desempleo y precariedad laboral.
El mayor auge vino, tras el crack del 29 ya que sus políticas aplicadas en la práctica ayudaron a sacar a EEUU de la mayor crisis económica de su historia.
Mientras la mayoría del mundo occidental camino tras los pasos americanos, el planteamiento neoliberal, se ha ido imponiendo en la mayoría de países, aunque con resultados distintos.
Se inicia en la década de los cuarenta y sus ideólogos principales fueron Friedrich Hayek y Milton Friedman y la razón habría que buscarla probablemente, en el auge que provocara entre algunos jóvenes europeos y americanos, la doctrina de un libro denominado El capital, que proponía solución equidistante entre el derecho a la supervivencia y el reparto justo de la riqueza.
En realidad, el neoliberalismo nació para emprender, con nuevos ingredientes la lucha contra el marxismo. , No obstante, no logró desarrollarse hasta las crisis de los años 70 desencadenadas, y especialmente la denominada, crisis del petróleo del año 1973.
Esta nueva doctrina liberal alcanzará su plenitud durante los años 80 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en EEUU y el Reino Unido respectivamente.
En realidad, y como diría Charles Kindleberguer en sus Estudios de Historia, la diferencia entre los liberales y los keynesisnistas, tiene que ver en la extremada preocupación de estos últimos por el dinero, la inflación y la deflación de los precios, mientras que los neoliberales se preocupan por la distribución de productos y servicios, que deberá permitir desarrollar la producción y crear más empleo.
En realidad todo eso no suena muy bien, ensanchar el mercado para llegar a más gente, con más ofertas, más productos y más compradores, pero quizás la única perversión de este sistema, es que finalmente los medios de producción –las personas- acaban convirtiéndose en unidades de coste y en consecuencia, se acaba deslocalizando.
Durante el año 2001 el hundimiento de la burbuja tecnológica y los valores de empresas como Amazon o Terra se ve rematado por el atentado de las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001. Wall Street cierra durante unos días algo inaudito que paraliza buena parte de las finanzas mundiales.
El ciclo de crisis se cierra hasta nuestros días con la bancarrota de Enron y el escándalo en Arthur Andersen así como de otras empresas que habían manipulado sus cuentas para hacerse más atractivas en bolsa.
Las empresas del sector industrial han entrado en un régimen de reestructuración permanente porque las luchas competitivas no tienen fin. Son, por otra parte, el motor de un gigantesco movimiento de revisión de la división internacional del trabajo, que ve entrar uno tras otro a los nuevos competidores geográficos, el Sudeste Asiático, América Latina, China, India, cada uno armado de ventajas competitivas, especialmente jurídicas y saláriales,
Hasta aquí hemos analizado el proceso que nos ha llevado hasta la deslocalización, veamos ahora las causas y consecuencias de la misma.
La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido.
No quiero pensar aunque me gustaría mucho que una parte de la deslocalización, contiene algún rasgo de solidaridad, para el desarrollo de los países destino, es cierto que existen ventajas, como:
- Mayor desarrollo económico.
- Posibilidad de mejorar su PIB al crecer sus exportaciones.
- Creación de empleo neto
- Mejora salarial
- Más competitividad de los Recursos Humanos
- Calificación de sus trabajadores.
- Más especialización
- Optimización de sus recursos productivos en general
Pero lo que pasa, es que éstas ventajas, difícilmente repercuten en la población de forma directa, por otra parte, tampoco es cierto del todo que se creen en excesivos puestos de trabajo, de un informe del Instituto Cato (USA) y recogido por P.Shwartz, se deduce que entre 1993 y 2002 se crean en EEUU, 17,8 millones de puestos, que es la relación entre 322,7 millones de empleos creados y 309,9 mi. de empleos destruidos, o sea que no es para tanto.
La del localización, palabra intraducible según el Diccionario de la Lengua Española, es probablemente una necesidad de la economía de nuestro tiempo y aunque no resulte descabellado suponer que existen ciertas ventajas, éstas, afectan al futuro del desarrollo del conocimiento, en algunos países receptores, porque si calan hondo, pueden favorecer la transformación de estos estados, destinatarios de la del localización, como India, China, Brasil ó Indonesia.
Gran parte de la tecnología que se genere en el la India ó China revertirá en sus propias economías, incrementando la eficiencia de las empresas locales gracias a un mecanismo de contagio beneficioso.
Además y tratándose de nuevas tecnologías, los conocimientos, la propia formación y la experiencia adquirida en empresas occidentales que son proveedoras precisamente deI más D, podrán ser aprovechados en sus respectivos países.
Pero aún hay más, la cultura empresarial, está actuando en éstos países como un resorte que se destapa, provocando el nacimiento de muchas pymes, al desarrollarse el espíritu emprendedor que es el eje de cualquier economía estable.
La deslocalización es una forma indirecta de “colonizar” en el siglo XXI , pero tiene un grave enemigo, que a menudo las mentes calenturientas que viven amarradas a las cuentas de explotación y que ven a la persona, como mera unidad de coste, quizás no han advertido, y éste peligro se llama la “deslocalización del conocimiento”.
Hay un dato muy representativo, con la fiabilidad que me merece IBM, sólo en la ciudad India de Bangalore, están graduándose tantos ingenieros de informática, como en todos los Estados Unidos, esto es bueno para la economía mundial y aún es mejor para la competitividad, porque nos obliga a no dejar de innovar para mantenerse con garantían en el mercado.
Las empresas, deberán centrarse cada vez más en su branding, en su “care bussiness” en lo que saben hacer mejor, para dejar otras actividades fuera “offshore” sin causar grandes sufrimientos, porque el talento, el conocimiento esencial, no puede copiarse, no es cuestión de “codos” ni siquiera de esfuerzo, también influyen capacidades innatas, que hemos heredado y no pueden clonarse.
La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido.
Hay un par de cosas en que políticos y altos financieros están casi siempre de acuerdo, y ambas se relacionan con el sentido del gusto, la primera se relaciona con la supervivencia y consiste en llenarse la boca de “buenos canapés” y la otra no menos golosa se refiere a decir frases tan mágicas como; ….no hay crisis, tranquilos porque no pasa nada, usted contribuyente siga pagando, comprando, dando trabajo y viendo mucha tele, porque está todo controlado.
No quiero caer en nimiedades, ni tengo nada contra los gobiernos, pero creo que la sociedad tiene derecho a un mínimo de respeto, no nos sirven las gafas que pretenden ahumar lo que pasa en nuestro entorno, ni que pretendan comprarnos por el estómago con cuatro aburridos discursos y promesas electorales, la gente quiere saber y alguien debe movernos a reflexionar.
La gente debe saber que, un euro fuerte equivale a menos competitividad, que el Pib, sólo ha crecido una décima con respecto al año anterior y la previsión para este año es de otra décima, nuestras exportaciones son pobres, pues más del 70 % de nuestras ventas dependen del mercado interior y europeo y seguimos con bastante más de un 10 % de paro, según datos que me merecen absoluta confianza, elaborados por el I.E. de la Caixa.
Lo malo de las previsiones, no es que casi nunca se cumplan, sino que pocas veces se articulan medidas coherentes, de eso, parece que los únicos que ganan algo son los especuladores, con tanta tecnología de la NASA, no parecía difícil detectar un tsumani, lo mismo que buscar alternativa al petróleo, pero quizás no interesa.
Ahora tenemos a las puertas de casa el fenómeno de la deslocalización, la palabra suena a nueva pero viene haciéndose desde el neardenthal, se trata de optimizar recursos propios –entonces era la supervivencia- desplazándose hacia la fuente de recursos más idónea.
En la época moderna, padecemos y disfrutamos al mismo tiempo de la deslocalización desde mediados de siglo, en mi Catalunya natal, la llegada de inmigrantes procedentes del sur mediterráneo y bético, supuso una ayuda indispensable para la renovación y posterior desarrollo de los sectores textil e industrial, poco competitivos sin la ayuda de un “plan marchall” que no tuvimos, de una desamortización que tampoco se aplicó y de una política estatal, mucho más preocupada en protegerse que en favorecer el crecimiento de provincias.
En realidad en los últimos decenios del siglo XX, los sectores tradicionales como el textil, la industria, el automóvil y la electrónica de consumo, han sufrido el látigo del mercado libre y la competencia asiática, incluso nuestra perla de oro, que es el turismo ha visto laminados sus recursos gratuitos como sol, plaza y pesetas, despertando del sueño utópico de pensar que el sol era de exclusiva, vivía entre nosotros, lo mismo que le pasó a Felipe II, olvidando que calienta y luce por igual en todo el mediterráneo y más.
Y está claro, que nos han abierto los ojos a palos y con eso del transporte barato, la gente ha cambiado el Caribe por Mallorca, Málaga está muy vista y hasta las vacaciones en el mar apetecen más, simplemente, porqué antes las hacían los ricos, y ahora se han democratizado.
Estamos pasando a ser víctimas pasivas, de los mismos causas que en su día nos convirtieron en punto de atracción de occidente, con el peligro de que se genere una nueva deslocalización de personas y grandes operadores.
Aquí fallaron los políticos, puesto que la democracia amén de otras cosas buenas, trajo consigo un cambio cultural muy necesario y es que a todos, nos gusta igualmente el jabugo, las gambas y el mercedes, además nos lo ponen en bandeja, cuesta lo mismo viajar a Londres en un jet, que ir en autobús hasta Lloret.
Estrenamos un mundo nuevo, en que las clases sociales ya no se gradúan ni por las rentas ni siquiera por el trabajo como antes, aquella relación de premio/esfuerzo, casi se acabó, porque nuestros hijos tienen de todo sin demasiado esfuerzo, el acceso a un buen coche, una casa, una buena universidad o un trabajo, no depende tanto de lo que ganes sino de lo que te paguen.
Por otra parte los medios de comunicación, han desarrollado las expectativas de un estado de bienestar plastificado, incluso falso, pero al mismo tiempo tan real, porque a través de concursos, reportajes ó falsas convivencias filmadas, cualquier persona mediocre, esto sí, con “jeta”, es un modelo a copiar socialmente para vivir sin dar golpe.
Y en este río revuelto, debe navegar sin rumbo fijo, los millones de pymes y profesionales que sostinen de verdad el país, cotizando religiosamente con sus irrepeefes y contribuyendo a pagar unas estructuras que a la hora de la verdad no existen.
Y éste es otro problema de la deslocalización, la gente se va a Asia, ó incluso a la Europa del este, no sólo porque producen más barato, sino porque aquí no tenemos suficientes infraestructuras, nuestra rotación ferroviaria de mercancías con puntos de enlace en los polígonos industriales es pobrísimo o simplemente inexistente.
La verdad es que además del señuelo de los costes saláriales, existen otras condicionantes que favorecen la decisión de deslocalizarse, hacia un país determinado, y éstas tiene que ver, con una cierta estructura logística (charreteras puertos) un mínimo de capital, estabilidad política, mano de obra disponible y probablemente subyace un deseo de desarrollo.
Algunas de las razones que pueden empujar hacia la deslocalización de una empresa serían las siguientes:
- Mejor acceso a materias primas
- Más competitividad
- Reducción de costes, especialmente de mano de obra directa
- Ventajas fiscales y políticas
- Focalización hacia tareas de auténtico “valor añadido”
- Diversificación de riesgo
- Mayor especialización de los servicios
- Aumentar el nivel de cualificación de los trabajadores.
- Menor conflictividad laboral
- Favorecer el cambio desde los Recursos Humanos.
No voy a entretenerme demasiado en justificar cada una de ellas, ya que entiendo que el lector las conoce sobradamente o cuanto menos las intuye.
Sólo destacaré algunos puntos, que avalan decisiones empresariales, supuestamente egoístas pero investidas de mucho sentido común empresarial.
La gran lección industrial de la deslocalización, nos la viene dando, el filón del turismo al que me he referido antes y otro ejemplo podría ser nuestra potente industria de confección, la influencia del factor moda, ha alterado totalmente los hábitos de consumo en los últimos 20 años, y ha cambiando incluso el verbo de esta actividad, hemos pasado de “vestirnos” a “ponernos” cosas.
Casi nadie cubre su cuerpo, como hicieran nuestros antepasados, para protegerse del frió, pudor, utilidad ó necesidad, el márketing se ha enquistado en nuestra vidas y compramos centenares de prendas por el mero placer de hacerlo, lógicamente este cambio de la forma de vivir, ha mediatizado la producción de la moda, de la que somos una potencia europea y normalmente, los grandes fabricantes de moda, sólo diseñan, distribuyen y poco más, productos que se producen, cortan, cosen fuera de nuestras fronteras.
Y la segunda gran lección de deslocalización , es el propio turismo, somos exportadores de “sol gratuito” placer, otrora buenos precios, simpatía y placer de vivir, lo que nos ha convertido en la segunda potencia mundial en turismo de ocio, aunque la lección la aprendimos a medias y ahora podemos ser víctimas de los mismos elementos que en su día nos convirtieron en punto de atracción que favoreciera la deslocalización de personas y grandes operadores.
No nos extrañe por tanto esta deslocalización, porque sólo han pasado 30 años, cuando nosotros mismos fuimos, receptores de grandes industrias manufactureras, provenientes de Europa y que encontraron en este país, el señuelo fácil para conseguir ventajas económicas o incluso fiscales.
Pero lo que de verdad nos ocupa, es conocer en que forma afecta la deslocalización a estos humanos con recursos, que somos las personas.
De entrada, quiero advertir que estamos a las puertas de una nueva reforma laboral, se hace necesario buscar el equilibrio entre la flexibilidad empresarial y la necesaria estabilidad en el empleo.
Seguimos teniendo un nivel insuficiente de empleo y la temporalidad es también muy alta, no obstante sería poco adecuado limitarla, porque la competitividad, la estacionalidad de muchos sectores y las condiciones del mercado, apuntan a esta flexibilidad.
Los caminos deberán pasar por abrir otras formas de flexibilidad para las empresas, y también para los trabajadores, que probablemente deberán asegurar más su competitividad por él, camino de la formación permanente y buscar la estabilidad a través de la empleabilidad y la disponibilidad.
Quizás también haya que cambiar la mentalidad empresarial, de forma que tener un trabajador, deje de ser un problema y se convierta en una oportunidad de disponer de talento útil para la organización, pero, del que se beneficie directamente el propio empleado.
No olvidemos el freno social que supone la deslocalización el país de origen, especialmente cuando existen despidos masivos y auténtica precariedad, especialmente para esos perfiles mayores de 50 años, que ven acabada su vida laboral antes de hora.
Naturalmente que esta movilidad ha permitido la intervención más o menos apurada de empresas de outplacement, siempre eficientes, pero que implican la necesidad de readaptación y reciclaje, pero sin duda el coste de mala imagen y desconfianza en la empresa en muy importante, originando en muchos casos la movilidad hacia otros lugares en los que hay trabajo.
Mientras nos hemos apuntado al carro del progreso y han proliferado por doquier las ofertas de formación públicas o privadas, las empresas siguen sin disponer del modelo de trabajador, que no sea simplemente productivo, que no lo es, porque nuestra tasa de productividad sigue siendo muy baja, pero sigue faltando implicación en los proyectos, autonomía ó disponibilidad.
Por otra parte, seguimos gestionando buena parte de nuestras empresas como se hacía hace 20 años, con una dirección en exceso jerarquizada, sin vías de comunicación interna, que favorezcan la aportación del talento de las personas y sin darnos cuenta que la sociedad ha cambiado, el nivel cultural de la gente no se cambia sólo con más universidades, sino favoreciendo e incentivando las ganas de aprender.
Para este país y en mi modestísima opinión, la proliferación de centros universitarios ha sido engañosa, porqué la escenificación de un titulo como máximo exponente del conocimiento y por tanto como salvoconducto hacia el empleo de por vida, ha abortado al mismo tiempo, el necesario desarrollo de vocaciones en oficialías y formación profesional, hasta llegar al problema deficitario actual.
Hemos olvidado que los ejes reales de la productividad, de la calidad, de la mejora continua, incluso del clima laboral, están relacionados con los mandos intermedios y con aquellos que rechazan comportarse como robots y convierten a su trabajo en un proceso de artesanía, por tanto, debe incidirse sobre la Formación Profesional..
Los medios de comunicación especialmente la televisión, con su enorme poder sobre una sociedad demonizada por el culto al consumo, y que asimila en su escala de valores, la posesión como signo de progreso.
Han favorecido el éxito a través de personajes normalmente universitarios y al mismo tiempo han asimilado la figura peyorativa “chistosa y rural” a gente de oficio -dicho con el mayor respeto- series como “farmacia de guardia, médico de familia” en comparación con “manos a la obra ó incluso los Alcántara” son tópicos de unos modelos de sociedad que asocia el éxito al poder adquisitivo.
Se ha evidenciado que, el supuesto avance cultural basado en superar la selectividad y conseguir finalizar una carrera, no se corresponde en absoluto con los resultados esperados, en mi experiencia docente, es prácticamente imposible leer una sola frase, sin faltas de ortografía, de la misma forma que es un milagro que se ceda un asiento de bus a una embarazada, no hace falta que describamos las respuestas populares en encuestas de la calle, para desvelar el grado de conocimiento que poseemos.
Casi nadie lee nada, porque representa un esfuerzo y la información visual es más fácil y gratis, la cultura no es otra cosas que una actitud y ésta requiere motivación, estímulo y metas para alcanzar, actualmente a la gente lo que vivir sin trabajar.
Estoy sondeando en el iceberg de la deslocalización , buscando y analizando las causas con la modesta pretensión que aprendí muy bien en la escuela industrial, de que, sólo es posible resolver un problema si sabemos plantearlo.
Todo esto y más cosas que me guardo, son indicativos de una sociedad que vive en crisis y que necesita transformarse tanto en sus valores como en otros elementos.
Sobre los valores, vamos a hablar poco, no es objeto de éste trabajo y el tema es muy profundo y naturalmente, subjetivo, por ello filosofaremos otro día, baste decir únicamente, que como fiel seguidor que soy del renacimiento, afirmo mi creencia de que ambas cosas están relacionadas, tanto, como la ciencia y el arte.
Hay que transformar esta sociedad y debe hacerse, a partir de aquellas cosas que conocemos y por tanto son susceptibles de cambiar, ya que el mercado, la globalización o la guerra fría -aunque nunca quieran hablar de ella, existen y no dependen de nosotros, ser competitivos no es sólo es una necesidad, es una obligación para sobrevivir, las glaciaciones de hace millones de año, son ahora los mercados mundiales, Internet es casi Dios y los dinosaurios son los gigantes financieros que viven de nosotros, pero de los que dependemos para seguir la rueda del mercado.
Algunas empresas modernas, hace tiempo que han entendido todo eso del cambio, algunos líderes hasta creen en los recursos humanos y los ven como esos misioneros abnegados y cargados de vocación predicadora, que finalmente han decidido darles una silla en el comité de dirección, para que hablen de algo más esperanzador que los planes de regulación, o las prejubilaciones.
Y naturalmente, en los lugares en donde ha sido posible, los directores de RRHH, han aprovechado su oportunidad, en muchos casos han sido capaces incluso, de despojarse de las obligaciones más o menos burocráticas como contratación y nóminas, pudiendo centrarse en la evaluación de puestos, la afinidad de perfiles, los planes de carrera, clima laboral y pretender que la gente esté realizando aquel trabajo para el que está preparado y que además lo haga a gusto, dispuesto por tanto a compartir conocimiento.
Nada cambia por si sólo y o debería hacer falta la presión del exterior o los cataclismos inevitables para que la gente varíe la forma de hacer las cosas, lo malo de esta situación de crisis que está pasando, es que no la conocemos, ni la comprendemos, porque nadie quiere salir del estado de comodidad.
No es “cómodo” pensar que cada hora se mueren miles de niños de hambre, ni que no pueda evitarse cargarnos el ozono, tampoco nos preocupa seguir fabricando armas mortales, y es que reaccionamos tarde, como jurista sé perfectamente que el derecho siempre llega tarde, hay que agredir a muchos miles de mujeres para que se haga una ley que las proteja de verdad, lo mismo que somos reacios a poner un semáforo en un cruce, hasta que se han matado unos cuantos.
No vale cargar el peso de todo lo que nos está pasando a binladen, ó al fatídico DIA once, eso es lo mismo que echársela al tiempo, o al precio del petróleo, naturalmente que todo influye pero hay que prever, todo lo previsible y de la misma forma que nada se aprende de verdad hasta que se hace por uno mismo.
No se preocupe demasiado, las empresas no van mal, los que vamos mal somos las personas.
El gran error sería cargar la presión para conseguir beneficios sobre las rentas saláriales o sobre la productividad, puesto que algunas empresas especialmente las globales, piensan que sólo a través de la deslocalización y el aumento de la carga de trabajo pueden obtenerse dividendos.
Pero no deberían perder de vista que cuando llegue el momento en que los salarios no puedan mantener el consumo superfluo- que es mayoría-puede romperse la gallina de los huevos de oro.
Y si a alguien, se le ocurre la genial idea de despedir de forma masiva, simplemente para mantener los beneficios, podríamos caer en una depresión en cadena, como sucediera en EEUU en 1929.
Por mi parte y teniendo en cuenta que no soy economista, ni financiero, sigo confiando en el buen hacer de las personas, creo que la competitividad, en este nuevo siglo de la tecnología y del conocimiento, habrá que buscarla en este órgano pequeño, que apenas pesa 1.300 gramos y que se llama cerebro, y que nos permite aportar valores añadidos en lo que hacemos.
El progreso de nuestra economía deberá girar hacía el único espacio en el que nadie puede copiarnos, que es el capital intelectual y emocional, que poseemos individualmente y que no es imitable, de la misma forma que no hay dos personas iguales, sólo tiene valor aquello que no nos pueden comprar y esto, aplicado en el mundo del trabajo es el modo en que hacemos las cosas.
Debemos perseguir el objetivo de hacer bien las cosas, por el mero gusto de hacerlas y el camino es la educación, una cultura mucho más ordenada en todos los niveles, el mundo universitario debe bajar a las empresas para saber que tipo de profesionales habrá que tener en el futuro.
Afortunadamente nuestro país sobrevive mayormente gracias a la Pymes, y estas empresas que no tienen la misma capacidad para reducir costes deslocalizando, se aseguran su propia competitividad, cuidando el talento y buscando aquellas diferenciales, que equivalen a hacer bien las cosas..
No obstante deben tenerse en cuenta que con la implantación de las nuevas tecnologías, la diversificación de transportes, la sobre información, el alto nivel de comunicaciones, la progresión del tele-trabajo etc, en los municipios en los que viven nuestros jóvenes, no se encuentran sus centros de trabajo.
Nuestra juventud, en los casos en que ha podido elegir determinada carrera ú oficio, difícilmente puede ejercerla en el pueblo en donde vive, incluso las empresas priorizar las condiciones financieras, tecnológicas, productivas, competitivas, imagen ó logística, alejándose de los territorios de explotación.
Teniendo en cuenta esta deslocalización interior, debe existir por una parte un acercamiento de la realidad social y económica, mediatizada por el futuro, de forma que puedan acercarse las expectativas de los futuros trabajadores y el desarrollo normal de las empresas.
Algo que no puede pararse es la centrifugadora de la innovación permanente, los productos envejecen con mucha más rapidez que las personas y la sobrevivencia del sistema, sólo puede garantizarse tomando medidas que forzosamente tendrán que aplicarse en la actualidad y en ámbito, en que se permita, pero al mismo tiempo preparando el futuro generaciones venideras.
La formación profesional, debe adquirir el nivel que le corresponde, la voluntad para desarrollarlo y la actitud necesaria, incluyendo factores tan importantes como el aprendizaje, la racionalización de la formación para hacerla más útil, la experiencia laboral concurrente con los probos estudios y la innovación como fuente de futuro.
En conclusión, el fenómeno del offshore , o la deslocalización, es algo imparable y que no debe sorprendernos, tiene sus raíces en la economía y se alimenta principalmente de esta ciencia peligrosa, con la que nos hemos acostumbrado a vivir y que no podemos obviar en el mundo moderno, llamada márketing.
No hace mucho leía una frase acuñada por un consultor americano que decía algo así. “La deslocalización (outsourcing) es como si se aumentara la altura de un rascacielos a base de ir sacando material de las plantas inferiores”.,Lo que equivale a pensar, que si la gente pierde el poder adquisitivo que consigue gracias a su trabajo, quizás no tenga recursos para comprar aquellos productos que las empresas occidentales, han pasado a producir en Oriente.
Poco importa que tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas, ya que el consumo es como una hidra insaciable, que se ocupa sencillamente de crear otras nuevas, para que de esta forma no dejemos de empujar el bolsillo con nuestro deseo, al señuelo de algo tan intangible y utópico denominado calidad de vida.
Las empresas sometidas lógicamente a esta competitividad global, deberán racionalizar sus costes de producción a fin de tener un espacio en el mercado y probablemente siempre seremos mejores compitiendo con algo que conlleve conocimiento que, en el bazar del “todo a cien”, eso mantendrá despierta nuestra mente y nos ocupará en hacer mejor lo que sabemos hacer.
A nivel personal, nuestro mayor poder, es el talento, la historia aprendida durante generaciones, la cultura del esfuerzo, la disposición a aprender constantemente, la autonomía pero trabajando en equipo, nuestra iniciativa y creatividad, la capacidad de elegir lo que sabemos hacer mejor y dejar a otros la simple fuerza de trabajo, probablemente preocupándonos para que la cultura y el conocimiento crezcan con nosotros, seremos mucho más libres, tanto como para saber elegir y entonces, por mucho que quieran deslocalizar, siempre nos quedará nuestra buena conciencia.
El autor, que no es economista, quiere reflexionar sobre la el pensamiento económico neoliberal, que nos ha llevado hasta esta nueva economía que esta originando la deslocalización de las empresas y que a su vez, es consecuencia de la globalización y la competitividad.
Se incluye un detallado y muy personal análisis de las causas que han motivado la misma, poniendo sobre la mesa, verdades y mentiras derivadas del fenómeno de la deslocalización.
Con un breve paseo histórico, sobre nuestros orígenes y nuestra forma de actuar, se pone en evidencia el escenario que nos ha tocado vivir en estos albores del siglo XXI, definiendo una posición realista y consecuente con nuestra forma de ser.
También se relatan las ventajas y la repercusión social para los países de origen y los receptores y muy especialmente se dan sugerencias para establecer una estrategia para defendernos de éste fenómeno, que precisamente por su origen universal, es inevitable para nosotros.
Por último el autor reclama una nueva reforma laboral que permita armonizar flexibilidad con estabilidad en el empleo.
Se presta en todo el artículo una especial atención a los profesionales, como seres humanos con recursos y a la vez, auténticos protagonistas de la deslocalización y se proponen soluciones, especialmente en el ámbito de los valores, la cultura y la formación que permitan abordar un futuro con éxito.