Si yo fuera filósofo, que no lo soy, diría que entendemos y anhelamos la libertad, para librarnos de la carga de sentirnos atados a un compromiso cuando, en realidad, el mayor compromiso que existe es precisamente ser libres.
Vivimos una época de cambios casi convulsivos y el cambio generacional se está acercando sin que nadie haya sido capaz hasta la fecha de predecir, con un poco de sentido común, como será el futuro en el mundo económico.
Y es por ello que quiero aportar mi opinión jugando un poco a adivinar el futuro a partir de un análisis, esto sí, muy profundo de nuestro presente.
Pertenezco a la llamada generación de la posguerra, representada por personas que vivimos la transición política con incertidumbre, cargados de esperanza, pero también de obligaciones y de hijos.
Sobrados de energía acumulada en muchos años de represión, alimentábamos la esperanza de cambiar el mundo con la bandera de la libertad y esa rebeldía que debiera llevarnos al éxito, aunque sólo fuera, para demostrarnos que podíamos vivir mejor que nuestros padres.
Para muchos de nosotros ya se han abierto las puertas de las jubilaciones, cuyas consecuencias, además de la pérdida de mucho talento empresarial, contribuyeron al enterramiento de aquel panegírico ”nada sin esfuerzo”. Heredamos valores familiares que explicamos a nuestros hijos, pero que casi nunca llegamos a exigir más allá de algún guiño de autoridad.
En los próximos años empezará a jubilarse la primera ronda de la generación del baby-boom, ésta que fue a la universidad instalada en el bienestar, creció soñando en el “éxito fácil” siguiendo modelos a lo “condelarosaroldan” y el pelotazo, pero a los que las crisis de los 90 y la fuerte competitividad les llevó en su mayoría al conformismo, a suspirar por el empleo fijo, vivir con la inseguridad de un mundo que han transformado la tecnología y el marketing.
Los, en otro tiempo, llamados yuppies, cabalgan ahora a lomos de coches de marca, muchas mujeres de este grupo que tuvieron la fortuna de ocupar puestos de cierta responsabilidad compran amor familiar robando tiempo a sus obligaciones y a la sombra de un triunfo estéril, ambos tienen hijos a los que sobreprotegen alimentando su ilusión, comprando todo lo que no necesitan y de esta forma, robándoles la posibilidad de ilusionarse por algo.
Difícilmente triunfan de verdad en su trabajo porque viven rodeados de hojalata, chips y encuentros. En su vida todo es provisional y sus relaciones sociales se reducen al “.. . cualquier día quedamos”, aspiran a mejorar sin implicarse en nada, a menudo no creen ni en lo que hacen todos los días y piensan que la sociedad los ha engañado.
Viven ausentes de comunicación porque son prisioneros de los excesos de información que reciben y generan. Su grandeza está normalmente más cerca de su cartera que de su corazón, son vulnerables a cualquier capricho y a veces, en su egoísmo ni siquiera recuerdan que son los valores, ya que no tienen el precio puesto.
Han puesto de moda la crítica a la excesiva temporalidad, sin tener en cuenta que la mayoría de ellos persiguen precisamente trabajar con poco compromiso obviando que cualquier empresario sólido no desea otra cosa que una plantilla estable que aporte conocimiento y talento para emprender juntos un camino a menudo incierto, puesto que la globalización y la competitividad no permiten otras opciones.
Por supuesto, en su mayoría, dejaron aparcados sus títulos académicos y creen que están formados porque aprendieron a preparan sus presentaciones en “pauerpoin” conocen “excel” y, sobretodo, dominan el correo electrónico tanto como el mando de la televisión opaca a la que recurren a menudo para huir del hastío o, lo que es peor, del compromiso, de tener que dialogar con su pareja o educar a sus hijos, a los que no escuchan porque tienen una oreja hipotecada de por vida a su móvil.
Sólo espero fervientemente, y lo deseamos por el bien de todos, que cuando muchos de ellos tengan que dirigir el mundo, éste sea un poco mejor -que no lo será al paso que vamos-, que no tengan que tomar demasiadas decisiones y que hayan recuperado algo de su alma para que, al menos, sean capaces de comprender que su vida aún puede tener sentido si son capaces de dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontraron.