La crisis de la construcción está cambiando también parte del guión social de las grandes ciudades en las que siempre ocurren cosas. La falta de grandes obras urbanas y sus enormes máquinas trabajando, ha dejado muchos “huérfanos” entre tantos jubilados. Ellos gastaban parte de su tiempo y veían resucitar solares a la sombra de las ruinas, donde hubieron casas, levantadas con el sudor y la ilusión de muchas familias, pero que el precio del progreso y los años ha obsoletizado, y que se transformarán en viviendas quizás menos entrañables, pero sin duda más funcionales.
Un fenómeno parecido se repite también en las empresas, aunque el hecho por repetitivo se convierta en anónimo, cuando muchos jubilados son testigos del vencimiento de su crédito laboral. Para unos es un premio a muchos años de esfuerzo, pero otros son víctimas de la plaga de las prejubilaciones no siempre consentidas, que esquilman los costes públicos y también apartan de la vida activa a personas de probado talento.
Para algunas empresas significa la oportunidad de rejuvenecer a la plantilla, a fin de enfrentarse a la ambigüedad de un mercado competitivo con menos lastre y con los argumentos de la racionalización y el pragmatismo para aspirar a la eficiencia. Para otras, se trata simplemente de cuadrar los números y satisfacer el siempre complejo colectivo patrimonial, a costa de la falsa expectativa de comprar talento “no usado” a un precio más barato.
Lo cierto es que las empresas no andan sobradas de talento y cada día se pagará más caro. Hay un viejo chiste que contradice la idea de que las cosas nuevas son más caras que las de ocasión, excepto cuando se habla de cerebros. La verdad es que nunca hemos tenido tanto conocimiento a nuestro alcance, pero la mayoría de nuestros jóvenes es incapaz de razonar o carece de una base cultural amplia y compleja. Para analizar sin manual, le cuesta establecer una estrategia, porque sólo sabe aplicar. Probablemente nunca la gente se ha comunicado menos, aún teniendo todos los medios a su alcance.
La mayoría de los jubilados voluntarios o a la fuerza, se han inventado nuevas rutinas para dar sentido a sus vidas, ocupándose en dar paseos por calles y con amigos repetidos o con visitas al “súper” para comprobar como cada día menguan sus euros. También ejercen como “taxistas” de sus nietos, o recaderos de algunos hijos que no tienen escrúpulos en “robarles” su tiempo, mientras ellos queman su propio ocio sin cargas ni molestias.
Un desperdicio para muchas empresas que dejan perder la cultura y el saber, pudiendo ganarlo con sólo algo de reconocimiento. Lástima de experiencia, de crisis vencidas, de ilusiones imaginadas y que otros podrían realizar. Con lo bien que nos vendría aprender de la gente que sabe del esfuerzo y que en su sabiduría, nos recordara que el auténtico consumo responsable consiste en tener la fuerza suficiente para aprender a no tener.
Muchos masters en la empresa no hacen maestros, de igual manera que cualquiera de estas casas de nueva implantación sólo podrá cumplir la función de alojar personas, pero no son un hogar, como no lo es tampoco, la mejor habitación del mejor hotel, ya que será ocupado después por cualquier otro huésped que “simplemente” pague un precio.
No corramos el riesgo de convertir a las nuevas generaciones de trabajadores, en una simple unidad de cambio, no convirtamos el talento en algo sólo transaccional. No desperdiciemos el verdadero talento simplemente por una fecha de DNI, pues el auténtico conocimiento no se mide por la edad, tiene que ver con algo llamado compromiso. De ahora en adelante, cuando vea a algunos jubilados observando como trabajan los demás, no crea que están parados, pues en realidad, están cargando fuerzas para comprender y disfrutar más el futuro, y nadie les ha vencido, porque sólo se pierde cuando se ha dejado de luchar.