Gana la esperanza

Escribo estás líneas mientras me desperezo de una noche electoral que he seguido con respetable intensidad negociando con el sueño y manteniendo la excitación que provoca el espectáculo de una noche “grande”, pues en un mundo plagado de mediocridad, en el que se llevan la palma de forma especial  nuestros políticos, alivia mucho poder disfrutar de “profesionales” capaces de ganar y también perder cuando toca. Nada que ver con el pueril espectáculo que nos toca vivir en las elecciones cada cuatro años, en las que todos son  siempre vencedores. Maldita humildad, que nunca llegaste a posarte en este país.

Naturalmente cualquier comparación entre nuestra forma de hacer política con la de aquellos países adultos en democracia, con más de doscientos años de experiencia, resulta tan imposible como comparar la estatua de Lincoln con el caballo de Espartero. Lo nuestro se quedó anclado en el aprendizaje y los atributos que cuelgan del noble animal. Demasiados sables en nuestra historia y poco diálogo; hoy nosotros somos la consecuencia. A otros países que de verdad pasaron una revolución burguesa y también industrial, les basta entenderse al amparo de un “simple” papel de declaración de principios, que sigue vigente hasta hoy en el primer país de la tierra.

Los abogados decimos con frecuencia que ningún contrato sirve de nada cuando no existe voluntad de cumplir y por eso acostumbran a ser los países más corruptos quienes tienen más leyes, tal como Tácito escribía hace veinte siglos. ¿Les suena esto?

La consecuencia de las elecciones americanas, por ahora se desconoce, porque el único compromiso de Obama ha sido que “…esta victoria es sólo la oportunidad para que hagamos el cambio”. ¿Queda claro? El único cambio es él mismo y no hay más. Por el momento, tenemos una crisis de consecuencias impredecibles y seguiremos sufriendo, no sólo por la globalización, o por el maldito efecto mariposa entre Canadá y Sudamerica, sino porque todos seguimos dependiendo de esta relación sado-masoquista con los americanos. Aunque los critiquemos todo lo que podemos, al mismo tiempo, seguimos ciegamente sus pautas ¿Será por nuestra eterna contradicción? En fin, que ha ganado este mix, entre Martin Luter King y Kennedy. Ya tenemos al líder, ahora solo hace falta saber qué sabe hacer y como lo hará.

Por enésima vez hemos asistido al triunfo del marketing que es el muñeco del que viven los financieros -porque si no se vende no se gana, ¿verdad?-, y que maneja nuestras vidas, las de nuestros hijos y posiblemente la de nuestros nietos. Dicen que en unos días quieren reunirse para reinventar el capitalismo. ¿Y eso qué va a ser?

Bueno, pues entonces es cuando me viene a la memoria aquella frase  magistral de Tomassi de Lampedusa, que escribió en su Gatopardo “…algo habrá que cambiar para que nada cambie”. Es decir que, no podemos esperar más que cierto maquillaje y quizás un cambio de depositarios, pero las reglas seguirán siendo las mismas. Los ricos mandan, los pobres contribuyen a que los primeros ganen más y reciban las sobras, quizás algunos millones más de limosna, no de generación de riqueza, para el tercer mundo, nuevas ONG y posiblemente un escenario en el que triunfará la emergencia de China, India, Brasil y algún otro. Eso sí, manejando la ruleta rusa del petróleo para que los mismos dólares que se pagan se gasten en casa del comprador. Es como si yo te invito a cenar comprando la comida en tu tienda. Te cobro lo que me conviene, te pago lo que quiero y otros que no cenan pagan el postre.

No sé que va a hacer el nuevo y culto presidente electo. Ser buen político, excelente orador y de Harvard, equivalen a una buena marca. En cuanto a su color, puede ser hasta una discriminación positiva, pero no garantiza que sea un buen gestor.  Su único reto debería ser que al final de su mandato dejara el mundo un poco mejor de lo que lo encontró. Por ahora nos ha “vendido” esperanza frente a la incertidumbre, es un buen comienzo, pero hay tantas cosas para reformar que sólo espero que tenga el tiempo y el ánimo necesarios para intentarlo, siempre y cuando le dejen.