No sólo se trata de parodiar la Biblia, pero, desde finales del siglo pasado, nuestra sociedad ha iniciado un proceso de transformación y, no sólo en los sistemas de trabajo por las tecnologías de información y gestión, sino también, en lo sociocultural, evidenciada en la calle sólo mirando las caras de nuestros nuevos vecinos emigrantes, pues, la singularidad de unos ojos rasgados o una tez morena que antes despertaba nuestra curiosidad, ahora es casi normal y habitual.
La combinación de una economía estable, un buen clima y como no, una tradición turística muy arraigada, ligada a nuestro carácter abierto y social, nos ha convertido en el objetivo ideal para mucho países de ultramar, seducidos por nuestra situación geográfica estratégica y también, por ser la cabeza de puente de esta tierra de promisión llamada: Europa.
No nos extrañe que deseen robarnos nuestros sueños, porque éstos no tienen dueño y no existe ninguna duda de que somos más iguales de lo que parece y que a todo el mundo le apetece vivir mejor y aspirar a este mundo mágico denominado el consumismo.
Naturalmente, ya sabemos que no deberían confundirse los valores y el precio, pero a menudo y especialmente cuando los instintos básicos aprietan, hay que tener los principios muy arraigados para prescindir de muchas cosas, aunque parezcan innecesarias, sobre todo, cuando el grado de necesidad lo marque una ciencia tan perversa como el marketing, tan voraz que se alimenta de los pecados capitales del ser humano como la vanidad, el deseo, la avaricia o la soberbia.
En el fondo, todos queremos parecernos a alguien y el modelo mimético funciona desde mucho antes de que se inventara el benchmarking. Nos gusta copiar al vecino porque solemos aprender de un modelo. El propio instinto no deja de ser una copia de ciertos hábitos de otros.
Y la globalización sólo nos recuerda que en el mundo no estamos solos. No es cuestión de solidaridad porque en realidad a la gente le sigue costando mucho compartir, a menudo hasta los buenos días. Por eso ni siquiera se conoce al vecino de al lado, pero en realidad, nos hemos acercado tanto desde que existe internet, que en adelante, ya nada puede ser como antes.
De la misma forma que el roce hace el cariño, tenemos un “gran hermano” en la parabólica de cualquier poblado remoto del tercer mundo y lógicamente, lo que al principio era simple curiosidad decae a menudo en la codicia de nuestros prójimos porque como también son humanos, desean vivir y tener tantos juguetes como nosotros.
No hace falta que nos asustemos, pero aquí al lado, hay otro mundo que sueña y además, también piensa, trabaja, no le falta coraje y seguramente muchas más ganas que nosotros, quizás, porque tienen mucho menos que perder, además como mínimo son igual de listos. No debe extrañarnos que en una sola universidad de la India (creo que Bangalore) en el último año hayan salido más licenciados en ciencias que en todos los EEUU. O que la producción en textil y en manufacturas de China e India supere la del resto del planeta. También es curioso que la tercera parte del petróleo del mundo esté en un país que no piensa como nosotros y que tiene sus derechos humanos en entredicho.
Parece que tal como advertía mi maestro utópico Leonardo hace 500 años, todo está conectado y repercute incluso en la distancia, por tanto si se quema un bosque en el amazonas un pájaro llora en Canadá.
Pues va a ser que sí, que estamos todos comiendo del mismo pesebre, aunque unos lo hagan mejor que otros y quizás, debamos aprender cuanto antes a compartir más lo que somos, lo que hacemos e incluso lo que llegaremos a tener, simplemente para seguir disfrutándolo.
No se trata de ninguna revolución, pero el mundo se está volviendo cada día más pequeño, precisamente por la interdependencia de las cosas. No nos extrañe pagar un kilo de pan o un café justo un 100% más que hace cinco años, cuando la inflación acumulada es de poco más de un 17% porque las matemáticas, cuando se trata de sobrevivir, dejan de ser una ciencia exacta.
Y para finalizar, déjeme que le cuente una historia breve de un colega profesor en una escuela de extrarradio de ciudad grande durante una reunión de padres de curso P4: Al parecer, algunos expresaban su preocupación por el posible descenso de la calidad educativa de sus hijos si se contrastaba con emigrantes de países, teóricamente más pobres, con los que compartían clase. Pues bien, la respuesta de mi amigo fue la siguiente” mejor preocúpese de que los suyos -niños de aquí- sean capaces de llegar al nivel de actitud y comprensión de los hijos emigrantes” y seguía ”porque de lo contrario, en poco años, llegarán al mercado de trabajo mucho más espabilados ” o sea que mucho cuidado con la sobreprotección porque un día tendrán que caminar solos.