Mirando De Lado

Confieso que sufro la deformación personal de intentar comprender las cosas que ocurren a mi alrededor, quizás con ello puedo comprender mejor al papel que me ha tocado vivir y además me permite aliviar un poquito mi existencia y aspirar a mejorar la de los demás. 

Pues resulta que nos ha tocado ser testigos a la fuerza de un mundo que gira más deprisa de lo que desearíamos y no podemos ni siquiera pensar en bajarnos de él, porque son muchos compromisos adquiridos con familia, hijos, alumnos, trabajo, todos quieren algo nuestro y a menudo tenemos demasiadas ganas de complicarnos la existencia tendiendo vínculos a la gente. 

No resulta fácil comprender el especial momento en que nos ha tocado vivir en este recién estrenado año previsiblemente complejo por lo de la recesión mundial y muy anormal a tenor de esta situación de conflicto permanente que padecemos. Y en este afán por comprender la contradicción, uno toma referencia de un gobierno envanecido pero sensible a la voz de la calle para derogar un “decretazo” laboral, pero, por otra parte, obstinado en quebrar la supuesta unidad europea ante una guerra en la que no existe ningún lado bueno, más o menos como todas las demás. 

En mi más que modesta observación supongo que el interés de nuestros gobernantes será además de legítimo, honesto y justificable por su afán de darnos un protagonismo mundial que nunca había tenido hasta la fecha, ciertamente nuestros políticos anteriores siempre han jugado en segunda división dentro de la liga mundial, aunque tampoco se había retado a nuestros mandatarios tantas veces en tan poco tiempo con todo el ejercicio del poder a su disposición. 

La única duda consiste en adivinar si el precio es justificable, pues como es sabido una cosa es cara cuando pagas más de lo que cuesta y la cuestión que se plantea la gente es si no se ha pagado muy caro el apoyo al amigo americano, es cierto que la contrapartida puede ser muy sabrosa para las minorías cualificadas, pero la ciudadanía duda que se arreglen los auténticos problemas del país como la crispación, el terrorismo, la seguridad o el empleo de cualidad. 

A menudo es bueno escuchar la voz del pueblo, porque los ciudadanos son los que votan y dudo que suspiren por los aires imperialistas de antaño. Ya fuimos primera potencia del mundo y solo nos sirvió para encallar barcos llenos de oro en las costas americanas, aniquilar a la población indígena a golpes de rosario, de pólvora o de sífilis y perder después casi todas las guerras desde Trafalgar al Sahara. También tuvimos tropecientas constituciones y guerra civil pero la reforma agraria sigue pendiente, no puede recuperarse el orgullo con el jerez, el jamón de bellota y forzados emigrantes con talento que cosechan sus éxitos fuera de aquí. 

Hay que comprender que el pueblo no quiere guerras porque casi nunca son la solución de nada, prefiere poder pagar sus hipotecas, un plan social para que sus hijos encuentren casa a un precio razonable y un trabajo estable y quizás en un clima de paz. Hasta sea posible encontrar nuevos valores para una juventud huérfana de comunicación personal, criada con la abundancia y con excesivo culto al dinero. 

Y es que hasta para soñar hace falta tener el espíritu tranquilo porque detrás de un sueño puede nacer un proyecto, con él, un poco de motivación y algún esfuerzo hasta puede construirse un futuro. 

Si los todopoderosos de verdad quieren arreglar el mundo, más les vale que asuman que hay mucha gente que lo pasa muy mal y que está cabreada, que además tiene poco que perder y por tanto es sensible al fanatismo y a la desesperación para buscarse la vida. Tienen un modelo que la tecnología de la comunicación se ocupa de pasar por sus narices a diario, en cada poblado de Afganistán, Ruanda, Eritrea o Perú. Existe un viaje hacia la utopía del primer mundo, detrás de una parabólica, y ello representa una provocación a la posesión, nadie desea lo que no conoce y lo contrario. 

Sería deseable vivir en congruencia con los valores propios y con una cierta tolerancia, intentando hacer lo mismo que hacemos todos los días simplemente, pero mejorando un poco nuestro entorno, seguro que el sólo hecho de pensar solidariamente en la otra mitad del mundo, podría ser la mejor receta para aliviar como mínimo la mitad de los problemas que tenemos cada uno de nosotros, aunque sólo sea porque alimentar nuestra auto estima lo merece.