Potencia industrial, pero menos

No todo consiste en salir en las fotos políticas como potencia europea. La verdad es que, en temas de trabajo, estamos casi en la cola de Europa y no sólo eso en Catalunya existen 140 profesiones para las que no existen trabajadores. 

Va a ser que, a pesar de lo que presumen unos y otros, nunca acabamos de consolidarnos del todo, cierto que somos una potencia en turismo y que no se nos da mal en la moda y en los servicios. 
Pero mientras tanto, existen nada menos que 52 mil personajes -puestos- en busca de “autor” y mientras los racionales se preguntan de dónde vamos a sacarlos, los auténticos previsores se interrogan sobre el porqué de esta situación, más que nada, para buscarle remedio en el futuro. 

La solución a corto plazo deberá pasar por la inmigración selectiva. Habrá que rastrear por medio mundo buscando camareros, dependientes, electricistas, domésticos, herreros, carpinteros, fontaneros, pintores, comerciales, soldadores y hasta taxistas. No es broma, faltan conductores de taxis, según el SOC -servicio catalán de ocupación- a la gente no le apetece nada eso de pasearse con el coche buscando clientela. 

Además de todo eso, está la enorme masa laboral del peonaje, porque aquí, a nadie le apetece hacer de mozo, faenar el campo, descargar o simplemente no cualificarse. 

Estamos en el mismo paradigma que antes recorrieron nuestros vecinos ingleses, y para ello, deberemos aprender a gestionar la diversidad, acostumbrarnos a convivir con otras razas, religiones y culturas porque resulta que nos hacen falta, no sólo es la necesidad de ellos, al buscarse la vida, sino la nuestra para mantener esta teórica calidad existencial, aunque sea, a golpe de hipoteca y fundiendo en compras inútiles los tristes superávits del salario antes de que se aburran en la libreta de ahorros. 

Las causas de todo eso no deben imputarse más que a la falta de previsión y no sólo de los políticos, sino de la sociedad en general, el divorcio permanente entre la sociedad empresarial y la enseñanza, la eliminación del aprendizaje, la condena social a la FP, como formación menor, el fracaso escolar y hasta la negación de la cultura del esfuerzo tiene la culpa. 

Las soluciones pasan por un nuevo planteamiento de la formación en general y del discurso empresarial por otro, las empresas deben acuñar planes atractivos capaces de ilusionar a la gente, ofreciendo a los jóvenes una mayor estabilidad con proyectos en los que puedan implicarse a medio plazo. 

La formación debe transformarse creando currículos de carrera mucho más cercanos a la realidad del mundo laboral y favoreciendo el aprendizaje desde la óptica individual, dirigir al alumno hacia competencias cercanas a sus propias habilidades y a su posible vocación, permitiendo futuros trabajadores más polivalentes, autónomos y capaces de trabajar en equipo. 

Por último, sería deseable que la ética, los valores y la cultura estuvieran tan de moda, como los avances digitales, los medios audiovisuales o el consumo innecesario o mejor, que tanta facilidad para viajar sirviera para acercarnos lo suficiente, a fin de aprender de otros países, quizás menos ricos que nosotros pero seguramente con esta autenticidad propia de aquellos que creen que no se conforman en sobrevivir porque creen que la vida, también puede ser una experiencia para disfrutar.