Hace unos días, cayó en mis manos un informe muy interesante, hablaba de aquellas tareas y empleos que podrían ser realizadas en un futuro próximo por robots, elaborado-supongo- con la rigidez esperada por McKinsey Quarterly , analizando las funciones laborales, susceptibles de poder automatizarse en el futuro.
Así por ejemplo, la dirección de personas se le considera “difícil” de robotizar, mientras la interacción con otros, parece más fácil, tema interesante en lo referente a los trabajos físicos, en que somos perfectamente reemplazables, también es relevante que en Educación, pueda ser automática la aplicación de conocimiento, a saber de qué conocimiento hablamos.
El artículo concluye advirtiendo que la robotización podría transformar el entorno laboral, dejando al criterio de los líderes la decisión de automatizar aquellas tareas en función simplemente de la productividad y yo diría más bien de “reducir costes”.
De hecho en el siglo XX, ya se produjo un cambio en la forma de trabajar, la maquinaria, las cadenas de montaje, la organización de la producción en serie, buscaban objetivos de rentabilidad y en este siglo, el desarrollo tecnológico y la digitalización de todo, van por el mismo camino, o sea producir, muy barato y vender muy por encima de lo necesario.
Lo que para algunos puede resultar un avance en las formas de organización y dirección empresarial y un signo evidente de prosperidad, para otros, como yo, no es otra cosa que la aplicación del materialismo “a saco”, que persigue por encima de todo el enriquecimiento de algunos y el sometimiento de la mayoría a los mandatos de un mercado repleto de bienes y servicios, la mayoría prescindibles y que lejos de mejorar la calidad de vida de la gente, la llevan a la más absoluta opacidad, pervirtiendo su capacidad de decisión individual, al convertirlos en rehenes de un sistema del que es difícil escapar.
Cuando la capacidad de decisión, no deriva de un razonamiento libre, cuando el método, la inercia del sistema o las decisiones de “otros” superan la posibilidad de dialogar, discutir o en su caso buscar nuevos caminos, es lo más parecido a la robotización. El robot no piensa, no decide, no inventa, o delibera, ni siente y este es el escenario tan cercano que ya vemos en muchas empresas, hoy tenemos hasta jefes robots, incapaces de pensar por sí mismos que aplican lo que les han programado, y lo vemos a menudo en nuestra vida diaria, camareros que no escuchan, dependientes que no saben, obreros pendientes de la hora del cierre, millones de “aplicadores” incapaces de pensar por sí mismos.
Y en la calle, familias en las que cada miembro sólo habla con su móvil, comunicación forjada en la base de frases hechas”ya te llamo” “ a ver cuando cenamos”ó este “hasta luego” que evidencia poco más que una rutina, la gente se escapa de sí misma ya sea para comprar “un master” apuntarse a viajes organizados o comida en conserva. ¿Cuántos aventureros hay? ¿Quién cocina para los suyos? O mejor…¿quién es capaz de cerrar el televisor en la comida y hablar con sus hijos? , Quien te llama para saber como estás? , Quien te reconoce lo bien que haces tu trabajo? ¿Quién te evalúa y te lo dice? ¿Quién estudia simplemente para hacer mejor su trabajo? Pues eso, ya casi somos robots.