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Sueños que se caen

Lo bueno y lo malo de los sueños está en la incerteza, igual que la vida misma. A todos los que nos gusta el fútbol, hace unas semanas descubrimos una vez más, la enorme grandeza del deporte, con la derrota en champions del Barça, a pesar de tenerlo todo a favor y como no,  la imposible victoria del Tothenham sueños de unos y pesadillas para otros, igual que esta “venda que se cayó” en otro gran espectáculo eurovisivo, donde mi pobre tocayo Miki  aprendió un poco más, mientras en el mismo acto mi admirada Madonna que fuera sueño erótico y brillante de un par de generaciones, pero que naufragó y desafinó a lo grande, llegando a bajar tres tonos que la situaban en el abismo de estos sueños que ya pasaron y no van a volver.

Y después de la resaca, seguimos regalando nuestra confianza a políticos que sin duda no la merecen y que acaban usando el poder que les regalamos para dejarnos un poco más desnudos y pobres cada dia que pasa, mientras la vergüenza parece pasar de largo en muchos tribunales que reparten una forma de justicia que pocos entienden y a menudo olvidando que la caridad y hasta la clemencia son el auténtico patrimonio de la grandeza.

Pero quizás los sueños que más me duelen son los de esta generación del milenio que deberá vivir en un mundo cada vez más ausente de humanidad, viciado por la tecnología y dirigido por mentores que decidieron subirse al sueño de los poderosos para completar a menudo su codicia y obviando su mediocridad, falsos profesionales  abrazados a dudosos masters que no son otra cosa que el pasaporte a una vida mercenaria, en la que no parece que exista un lugar para los valores y la ética.

Sin duda lo mejor de los sueños consiste en su fragilidad y la magia de poder alcanzarlos, ya que poco cuesta tenerlos y no hay ninguna discriminación; sueñan ricos y pobres, mujeres y hombre , niños y viejos y quizás hasta algunos animales que acostumbran a ser “mejores personas” que muchos salvajes que asímismo se llaman humanos, aunque nadie les reconoce como tales. Supongo que la única forma de mantener la contagiosa  esperanza  es la certeza de que por el momento seguimos siendo libres para soñar y además sale gratis.