Trabajo contra crisis

Es interesante observar en estos tiempos críticos, cómo se comportan aquéllos que tienen cierta influencia sobre los demás. Para los políticos el mal es endémico, está generalizado y es consecuencia del entorno. Incluso hay quien se atreve a culpabilizar a la globalización o a la propia tecnología, como si éso pudiera pararse de golpe. Entre los empresarios existen algunas distinciones, no es lo mismo el emprendedor que compromete vida y patrimonio detrás de un sueño, capaz de generar riqueza que comparte con los que aportan la fuerza de su trabajo y conocimiento a su misión empresarial, que aquellos que simplemente gestionan bienes ajenos y que no tienen mayor propósito que aumentar su patrimonio, perpetrándose en un entramado financiero para aspirar a la simple especulación.

Pero ni siquiera estas crisis son capaces de obviar el auténtico problema de nuestro mercado de trabajo, una cuestión que no puede olvidarse a la hora de entender lo que está pasando especialmente en el mundo laboral y que arranca de los últimos treinta años. Hay que asumir que nuestra legislación laboral y nuestro sistema, no es que haya caducado, sino que nunca se llegó a plantear seriamente y hoy sufrimos las consecuencias de la ambigüedad.

Perdimos la oportunidad de apuntarnos al carro de Europa en 1994 -en el ámbito laboral- con la posibilidad de instaurar una flexi-seguridad para afrontar los retos del siglo XXI. También despreciamos todas las oportunidades de las constantes reformas, pero siguen legislando imponiendo parches que deben taponar el problema, sin plantearse una reorganización general del mundo del trabajo. Empezando por la propia formación y desoyendo los continuos fracasos escolares que deberían ser indicativos de un mal de raíz que viene desde el inicio del sistema educativo. Lástima de tantos títulos y súper masters que no equivalen para nada a ser competente, cuando todos sabemos, que para crear empleo hay que priorizar el aprendizaje, se ha criminalizado y marginado la F.P. Como si fuera hija de un dios menor, pero de la que dependemos todos, no podría salir agua del grifo, no encenderíamos la luz, ni tendríamos techo, o si siquiera podríamos ir en coche sin los oficios.

No es de recibo que seamos el país en que la gente pase más horas trabajando y estemos en la cola de la productividad, no es cuestión de pereza, sino de sentido común, no es lo mismo pasar el tiempo que aprovecharlo. Y ahora podría ser el momento de remover todo lo que no funciona en el complejo mundo laboral y ponernos de una vez “las pilas” aunque sólo sea para sobrevivir, ya sea de forma inducida o voluntaria, se está fomentando el parasitismo social a un coste que no podremos soportar. Si malo es prejubilar a alguien que no lo desea, peor es perder talento que hace falta, pero lo que es imperdonable es que se financie con el dinero de todos.

Los de mi generación, hemos tenido otras tres crisis y en todas hemos tenido la oportunidad de aprender algo. Quizás la actual nos devuelva aquellos valores que hicieron posible ser lo que somos, pero no se engañen, porque el único camino es el trabajo y éste pasa por la ilusión, la convicción y el esfuerzo constante, hasta conseguir llegar a algún sitio, pero si los políticos no ayudan, por lo menos que no estorben.