La perversión del marketing

No descubro nada nuevo, afirmando que el mundo se mueve al vaivén de las modas, que surgen de las creencias populares, alimentadas  por  mecanismos más o menos científicos, pero muy perversos, que influyen en la sociedad actual, acelerados por la virtualidad y que se llama “marketing”, algo mágico que transforma en dinero, los deseos de  incautos compradores,  aquellos que no quieren, no saben o no pueden, pensar por sí mismos.

No hay que generalizar, porque hay otro marketing instrumentado por personas vs empresas, que realmente satisface necesidades reales en un mercado abierto y competitivo, pero nos referimos al “otro marketing”, que sólo se justifica por su  decisiva influencia hacia determinados colectivos, siempre muy vulnerables, con el fin de vaciar sus bolsillos, vendiéndoles lo que no necesitan.

No es fácil resistirse ante el espectáculo, mediático, real y virtual, que bombardea  al potencial comprador, sometido a un control exhaustivo de sus gustos y preferencias, obtenido maliciosamente por la interconexión, en mi opinión rozando lo  ilegal,  estudiándose sus hábitos de compra, ó los espacios  visitados combinados con el networking. El sistema es  sencillo, localización del individuo, obtención del historial de compras, asociación a segmentos de mercado de interés potencial y oferta insistente de variables de productos y servicios susceptibles de ser comprados por el individuo.

Al final de todo, parece que las nuevas tecnologías aparentemente pretenden facilitarnos la existencia, algo que dudo muchísimo, pues aunque sea evidente que tengamos más datos e información que nunca, parece que nos hemos perdido muchísimo de la comunicación, es sabido que la cantidad difícilmente se asocia con la calidad. Quizás la ventaja es que en estos escaparates virtuales, alguien decida por uno mismo obviando el esfuerzo de “pensar”, pero quien dijo que pensar o meditar sea negativo.

El mundo nos observa como prisioneros de un Gran Hermano y se ocupa de enviarnos constantes estímulos, para que encontremos razones para vivir, para trabajar y especialmente para gastar, pero nadie parece haberse planteado, el coste de todo eso. Los valores: en su mayor parte se han resentido, porque han quebrado muchos principios de la educación, las escuelas siguen empeñadas en aplicar modelos memorísticos y conceptuales y los maestros en enseñar a buscar soluciones, cuando se trataría de educar mostrando como “aprender a aprender”  incentivando el planteamiento de preguntas para obligarnos a pensar.

Parece que, nos hemos olvidado de la meritocracia, y ahora premiamos el mérito  con la masteritis, como si un título convirtiera en competente a un  mal profesional y la igualdad de oportunidades se ha convertido en la estimulación hacia la mediocridad, baste ver  el perfil de quienes dirigen  y por hoy no hablaré, de la ética, la humanística, ó  el compromiso, pero desde aquí deberíamos planteanos la rebelión, combatiendo con la cultura que posibilita el criterio , a estas modas que invocan la acumulación y el consumo brutal, opuesto a aquellas maravillas, que toda la humanidad, o sea nosotros,  fuimos capaces de concebir con nuestro ingenio, con nuestro trabajo, con persistencia y este gusto por hacer bien las cosas, para la propia satisfacción, habría que reinvicar la parte “artesana” que todos llevamos dentro y que  nos lleva a distinguir lo que queremos, evitando este marketing temporal que quiere hacernos cómplices de su miserias.