CÓMO SOBREVIVIR A LA DESLOCALIZACIÓN

Primero fue la globalización, ensanchar el mercado para llegar a más gente; más ofertas, más productos y más compradores. Después viene la deslocalización, pero sin olvidar que, gracias a la fuerza del marketing , todo eso que vendemos de más hay que fabricarlo.

Por tanto, la eliminación de aranceles y el paraíso del mercado libre es para todos. Si dejamos abiertas las “puertas”, puede entrar todo el mundo y, claro, todos quieren participar, a lo bueno todo el mundo se apunta. 

Más mercados, más servicios y especialmente más competitividad repercute en los precios y eso lo aprendimos hace años. Los excedentes hacen bajar la balanza de precios y al revés. Excepto los grandes monopolios de materia prima que controlan media docena de entes o personajes, probablemente ajenos a nuestro mundo, todos los demás dependemos del dichoso mercado. 

La deslocalización de la producción deriva de dos dinámicas divergentes: destrucción de empleos industriales en un país de origen de crecimiento débil o estancado y creación de empleos industriales en un país de crecimiento rápido. 

No quiero suponer, aunque confieso que me complacería mucho, que una parte de la deslocalización contiene algún rasgo de solidaridad para el desarrollo de los países destino. Aunque, lo cierto es que les reportan algunas ventajas como:

  • Mayor desarrollo económico
  • Posibilidad de mejorar su PIB al crecer sus exportaciones
  • Creación de empleo neto
  • Mejora salarial 
  • Más competitividad de los Recursos Humanos 
  • Cualificación de sus trabajadores
  • Más especialización 
  • Optimización de sus recursos productivos en general

En realidad, lo que ocurre es que, estas ventajas difícilmente repercuten en la población de forma directa. Por otra parte, tampoco es cierto del todo que se creen excesivos puestos de trabajo. De un informe del Instituto Cato (USA), recogido por P. Shwartz, se deduce que entre 1993 y 2002 se crearon en EEUU “sólo”17, 8 millones de puestos, que es la relación entre 322, 7 millones de empleos creados y 309, 9 millones de empleos destruidos, o sea que no es para tanto. 

¿Qué pasa en el mundo?

La deslocalización, palabra intraducible según el Diccionario de la Lengua Española y también conocida como offshore, es probablemente una necesidad de la economía de nuestro tiempo, y, aunque no resulte descabellado suponer que existen ciertas ventajas, éstas, afectan al futuro del desarrollo del conocimiento, en algunos países receptores , porque si calan hondo, pueden favorecer la transformación de estos estados destinatarios de la deslocalización como India, China, Brasil o Indonesia.
Gran parte de la tecnología que se genere en la India o China revertirá en sus propias economías, incrementando la eficiencia de las empresas locales gracias a un mecanismo de contagio beneficioso. Además y cuando se trata de nuevas tecnologías, los conocimientos, la propia formación y la experiencia adquirida en empresas occidentales, que son proveedoras precisamente de I+D, podrán ser aprovechados en sus respectivos países. 

Pero aún hay más, la cultura empresarial está actuando en estos países, como un resorte que se destapa, provocando el nacimiento de muchas pymes, al desarrollarse el espíritu emprendedor , que es el eje de cualquier economía estable. 

¿Por qué deslocalizan?

La deslocalización es una forma indirecta de “colonizar” en el siglo XXI, pero tiene un grave enemigo, que son estas mentes calenturientas que viven amarradas a las cuentas de explotación y que ven a la persona como mera unidad de coste. Quizás no lo han advertido, pero este peligro se llama la “deslocalización del conocimiento”. 

Hay un dato muy representativo al que concedo toda la fiabilidad que me merece IBM. Sólo en la ciudad India de Bangalore están graduándose tantos ingenieros de informática como en todos los Estados Unidos. Ésto es bueno para la economía mundial y aún es mejor para la competitividad porque nos obliga a no dejar de innovar para mantenernos con garantías en el mercado. 
Las empresas deberán centrarse cada vez más en su branding, en su “care bussiness”, en lo que saben hacer mejor, para dejar otras actividades fuera, o sea “offshore”, sin causar grandes sufrimientos, porque el talento, el conocimiento esencial, no puede copiarse, no es cuestión de “codos” ni siquiera de esfuerzo, también influyen capacidades innatas que hemos heredado y no pueden clonarse. 

De hecho existen diversos grupos de trabajadores en función de la trascendencia de su aportación de valor añadido y que podríamos resumir en dos.

Por una parte están aquellos que, con la mayor dignidad, ”sólo” aportan fuerza de trabajo. Esos cumplen a rajatabla el principio tayloriano de la producción, una función, un puesto, una persona, cualquiera puede hacer lo que hace, son como los peones agrícolas americanos normalmente importados o los atareados productores orientales que producen toneladas del “todoacien”.
Y además están aquellos trabajadores polivalentes, autónomos, disponibles y adaptables a los cambios. Ellos crecen con las empresas y la formación permanente es un reto para crecer con sus empresas, negocian individualmente y arrienda su talento a cambio de poner lo que saben y mucha actitud.

Para los primeros la innovación representa un problema, para los otros es una oportunidad. 

¿A quiénes cree el lector? ¿quién es más fácil de deslocalizar?

Hay un dicho en marketing que expresa algo así “si tu única diferencial es el precio, más te vale que seas barato”

La realidad española

Veamos cómo se maneja este tema en muchas administraciones y, especialmente, qué puede pasar en España. 

Hay un par de cosas con las que políticos y altos financieros están casi siempre de acuerdo y ambas se relacionan con el sentido del gusto. La primera se relaciona con la supervivencia y consiste en llenarse la boca de “buenos canapés” y la otra, no menos golosa, se refiere a decir frases tan mágicas como no hay crisis, tranquilos porque no pasa nada, usted contribuyente siga pagando, comprando, trabajando y viendo mucha tele porque está todo controlado. 

No quiero caer en nimiedades ni tengo nada contra los gobiernos, pero creo que los ciudadanos tenemos derecho a un mínimo de respeto. No nos sirven las gafas que pretenden ahumar lo que pasa en nuestro entorno, tampoco que pretendan comprarnos con cuatro aburridos discursos y promesas electorales. La gente quiere saber verdad, por qué el TGB no llega a Barcelona, por qué se invierte en estructuras de transporte “sólo” en algunas comunidades y alguien debe movernos a reflexionar. 

La gente debería saber que un euro fuerte equivale a menos competitividad, que el Pib sólo ha crecido una décima con respecto al año anterior y que la previsión para este año es de otra décima. Nuestras exportaciones son pobres, pues más del 70 % de nuestras ventas dependen del mercado interior y europeo, y seguimos con bastante más de un 10 % de paro, según datos que me merecen absoluta confianza, elaborados por el I.E. de la Caixa. 

Lo malo de las previsiones no es que casi nunca se cumplan, sino que pocas veces se articulan medidas coherentes. De eso, parece que los únicos que ganan algo son los especuladores. Con tanta tecnología de la NASA no parecía difícil detectar un tsumani, lo mismo que buscar alternativas al petróleo, pero quizás, no interesa. 

Ahora tenemos a las puertas de casa el fenómeno de la deslocalización. La palabra suena a nueva pero viene haciéndose desde el Neardhental. Se trata de optimizar sus posibilidades –entonces era la supervivencia- desplazándose hacia la fuente de recursos más idónea. 

En la época moderna padecemos y disfrutamos, al mismo tiempo, de la deslocalización desde mediados de siglo. Recuerdo de mi Catalunya natal, la llegada de inmigrantes procedentes del sur mediterráneo y que supuso una ayuda indispensable para la renovación y posterior desarrollo de los sectores textil e industrial, que eran poco competitivos sin la ayuda del “Plan Marshall” que no tuvimos, con el escollo de la inexistente desamortización de Mendizábal que tampoco se aplicó y de una política estatal, mucho más preocupada en protegerse que en favorecer el crecimiento de provincias. 

En realidad, en los últimos decenios del siglo XX, los sectores tradicionales como el textil, la industria, el automóvil y la electrónica de consumo, han sufrido el látigo del mercado libre y la competencia asiática. Incluso nuestra perla de oro que es el turismo, ha visto laminados sus recursos gratuitos, como sol, playa y “pesetas”, despertando del sueño utópico al pensar que el sol era una exclusiva hispana que vivía entre nosotros por nuestra “cara bonita”. Nos obstinamos en la posesión, lo mismo que le pasó a Felipe II, olvidando que calienta y luce por igual en todo el mediterráneo y más allá. 

Y está claro que nos han abierto los ojos a palos y con eso del transporte barato, la gente se va al Caribe o a Croacia en vez de a Mallorca. Málaga está muy vista y es cara –con tanta especulación – hasta las vacaciones en barco apetecen más, simplemente, porque antes los cruceros eran cosa de los ricos y ahora se han democratizado. Estamos pasando a ser víctimas pasivas de las mismas causas que en su día nos convirtieron en punto de atracción de Occidente, con el peligro de que se genere una nueva deslocalización de personas y grandes operadores. 

Causas y realismo

Conste que este humilde trabajo no quiere ir más allá, que introducir ciertas reflexiones muy subjetivas, de un espectador al que no le pasa inadvertida la realidad de su entorno.

Pero en mi opinión, aquí fallaron los políticos, puesto que la democracia, amén de otras cosas buenas, trajo consigo un cambio en la cultura social muy necesario, pero que no se atendió en su día, y cuando la denominada clase obrera, descubrió que Ermenegildo Zegna era más elegante que la pana y el cuello alto y conoció el placer de tener chofer, asumimos que las personas somos muy parecidas, y es que a todos nos gusta igualmente el jabugo, las gambas y viajar mucho. Además ahora, nos lo ponen en bandeja: cuesta lo mismo viajar a Londres en un jet que ir en autobús hasta Lloret. 

Estrenamos un mundo nuevo en el que las clases sociales ya no se gradúan ni por las rentas, ni siquiera por el trabajo como antes. Aquella relación de premio/esfuerzo casi se acabó, porque nuestros hijos tienen de todo sin demasiado esfuerzo. El acceso a un buen coche, una casa, una buena universidad o un trabajo no depende tanto de lo que te ganes sino de lo que te paguen. 

Por otra parte, los medios de comunicación han desarrollado las expectativas de un estado de bienestar plastificado, incluso falso, pero al mismo tiempo tan real, porque a través de concursos, reportajes o falsas convivencias filmadas, cualquier persona mediocre, esto sí, con “jeta”, es un modelo a copiar socialmente para vivir sin dar golpe. 

Y en este río revuelto deben navegar sin rumbo fijo, los millones de pymes y profesionales que sostienen de verdad el país y los que cotizamos religiosamente nuestros ierrepeefes contribuyendo a pagar unas estructuras que a la hora de la verdad son demasiado limitadas.

Por eso, cuando nos atrevemos a pelear en el ruedo de los grandes competidores europeos en un sector secundario que requiere grandes producciones, tecnología, productividad y valores añadidos, entonces nos perdemos, se evidencia que nos falta gente especializada y comprometida y surge este pánico que tenemos, a todo lo que represente cambio o movilidad.

¿Por qué se van las empresas?

Éste es otro problema de la deslocalización, la clase empresaria, se va a Asia o incluso a la Europa del Este, no sólo porque producen más barato sino porque aquí no tenemos suficientes infraestructuras, baste como ejemplo que nuestra rotación ferroviaria de mercancías con puntos de enlace en los polígonos industriales es pobrísima o simplemente inexistente. 

La verdad es que, además del señuelo de los costes salariales, existen otras condicionantes que favorecen la decisión de deslocalizarse hacia un país determinado, y éstas tiene que ver con una necesaria estructura logística (carreteras, puertos, ferrocarriles) un mínimo de capital, estabilidad política, mano de obra disponible y un deseo de desarrollo. 

Por enumerarlas, algunas de las razones que pueden empujar hacia la deslocalización de una empresa serían las siguientes:

  • Mejor acceso a materias primas
  • Más competitividad
  • Reducción de costes especialmente de mano de obra directa
  • Ventajas fiscales y políticas
  • Focalización hacia tareas de auténtico “valor añadido”
  • Diversificación de riesgo
  • Mayor especialización de los servicios
  • Aumentar el nivel de cualificación de los trabajadores
  • Menor conflictividad laboral
  • Favorecer el cambio desde los Recursos Humanos
  • La actitud de mejorar individualmente.

No voy a entretenerme demasiado, en justificar cada una de ellas, ya que entiendo que el lector las conoce sobradamente o cuanto menos, las intuye. Sólo destacaré algunos puntos que avalan decisiones empresariales supuestamente egoístas pero investidas de mucho sentido común empresarial. 

Pongamos un par de ejemplos, una gran lección industrial de la deslocalización nos la viene dando el filón del turismo, al que me he referido antes y otro ejemplo podría ser nuestra potente industria de confección. La influencia del factor moda ha alterado totalmente los hábitos de consumo en los últimos 20 años y ha cambiando incluso el verbo de esta actividad. Hemos pasado de “vestirnos” a “ponernos” cosas. 

Casi nadie cubre su cuerpo como hicieran nuestros antepasados para protegerse del frío, pudor, utilidad o necesidad. El márketing se ha enquistado en nuestra vidas y compramos centenares de prendas por el mero placer de hacerlo. Lógicamente, este cambio de la forma de vivir ha mediatizado la producción de la moda, de la que somos una potencia europea y normalmente, los grandes fabricantes de moda sólo diseñan, distribuyen y poco más, productos que se producen, cortan y cosen fuera de nuestras fronteras. 

No nos extrañe, por tanto, esta deslocalización porque sólo han pasado 30 años, cuando nosotros mismos, fuimos receptores de grandes industrias manufactureras provenientes de Europa y que encontraron en este país el señuelo fácil , para conseguir ventajas económicas o incluso fiscales. 

¿Cómo afecta la deslocalizacion a las personas?

Pero, lo que de verdad nos ocupa, es conocer en qué forma afecta la deslocalización a estos humanos con recursos que somos las personas. 

De entrada, quiero advertir que estamos a las puertas de una nueva reforma laboral. Se hace necesario buscar el equilibrio entre la flexibilidad empresarial y la necesaria estabilidad en el empleo. 

Por otra parte, debemos afrontar el fracaso escolar de nuestros jóvenes, buscando alternativas que permitan el resurgimiento de vocaciones , bajo el principio de que todo el mundo puede ser bueno, si conseguimos que trabaje, en aquello que más le gusta.

Seguimos teniendo un nivel insuficiente de empleo y la temporalidad es también muy alta, no obstante sería poco adecuado limitarla simplemente, porque la competitividad, la estacionalidad de muchos sectores y las condiciones del mercado apuntan a esta flexibilidad. 

¿Cómo defendernos?

Los caminos deberán pasar por abrir otras formas de flexibilidad para las empresas, y también, para los trabajadores que probablemente deberán asegurar más su competitividad por el camino de la formación permanente y buscar la estabilidad a través de la empleabilidad y la disponibilidad. 

Quizás también haya que cambiar la mentalidad empresarial, de forma que tener un trabajador deje de ser un problema y se convierta en una oportunidad de disponer de talento útil para la organización, pero del que se beneficie directamente el propio empleado. 

No olvidemos el freno social que supone la deslocalización en el país de origen, especialmente cuando existen despidos masivos y auténtica precariedad, especialmente para esos perfiles mayores de 50 años que ven acabada su vida laboral antes de hora. 

Naturalmente que esta movilidad ha permitido la intervención más o menos apurada de empresas de outplacement, siempre eficientes pero que implican la necesidad de readaptación y reciclaje, aunque sin duda, el coste de mala imagen y desconfianza en la empresa es muy importante, originando en muchos casos la movilidad hacia otros lugares en los que hay trabajo. 

Mientras, nos hemos apuntado al carro del progreso y han proliferado por doquier las ofertas de formación públicas o privadas. Las empresas siguen sin disponer del modelo de trabajador que no sea simplemente productivo, que no lo es porque nuestra tasa de productividad sigue siendo muy baja, pero sigue faltando implicación en los proyectos, autonomía o disponibilidad. 

Por otra parte, seguimos gestionando buena parte de nuestras empresas como se hacía hace 20 años, con una dirección en exceso jerarquizada, sin vías de comunicación interna, que favorezcan la aportación del talento de las personas y sin darnos cuenta que la sociedad ha cambiado. El nivel cultural de la gente no se cambia sólo con más universidades, sino favoreciendo e incentivando las ganas de aprender. 

Para este país y en mi modestísima opinión, la proliferación de centros universitarios ha sido engañosa, porque la escenificación de un título como máximo exponente del conocimiento y, por tanto, como salvoconducto hacia el empleo de por vida, ha abortado, al mismo tiempo, el necesario desarrollo de vocaciones en oficialías y formación profesional hasta llegar al problema deficitario actual. 

Recuperar las profesiones de siempre

Hemos olvidado que los ejes reales de la productividad, de la calidad, de la mejora continua e incluso del clima laboral están relacionados con los mandos intermedios y con aquellos que rechazan comportarse como robots y convierten a su trabajo en un proceso de artesanía. Por tanto, debe incidirse sobre la Formación Profesional. 

Los medios de comunicación, especialmente la televisión con su enorme poder sobre una sociedad demonizada por el culto al consumo y que asimila en su escala de valores la posesión como signo de progreso, han favorecido el éxito a través de personajes normalmente universitarios y, al mismo tiempo, han asimilado la figura peyorativa “chistosa” y “rural” a gente de oficio -dicho con el mayor respeto-. Series como “Farmacia de guardia” o “Médico de familia” en comparación con “Manos a la obra” o incluso “los Alcántara” son tópicos de unos modelos de sociedad que asocia el éxito al poder adquisitivo. 

Se ha evidenciado que el supuesto avance cultural, basado en superar la selectividad y conseguir finalizar una carrera, no se corresponde en absoluto con los resultados esperados. En mi experiencia docente, es prácticamente imposible leer una sola frase sin faltas de ortografía, de la misma forma que es un milagro que se ceda un asiento de bus a una embarazada. No hace falta que describamos las respuestas populares en encuestas de la calle para desvelar el grado de conocimiento que poseemos. 

Casi nadie lee nada, porque representa un esfuerzo y la información visual es más fácil y gratis. La cultura no es otra cosa que una actitud, y ésta requiere motivación, estímulo y metas para alcanzar, pero actualmente mucha gente se apunta al carro de vivir trabajando lo mínimo posible. 

Estoy sondeando en el iceberg de la deslocalización, buscando y analizando las causas, con la modesta pretensión que aprendí muy bien en la escuela industrial, de que sólo es posible resolver un problema si sabemos plantearlo. 

Todo esto y más cosas que me guardo, son indicativos de una sociedad que vive en crisis y que necesita transformarse tanto en sus valores como en otros elementos. 

¿Hacia una sociedad sin valores?

Sobre los valores, vamos a hablar poco. No es objeto de este trabajo y el tema es muy profundo y naturalmente subjetivo. Por ello, filosofaremos otro día. Baste decir únicamente que como fiel seguidor que soy del Renacimiento, afirmo mi creencia de que ambas cosas están relacionadas tanto como la ciencia y el arte. 

Hay que transformar esta sociedad y debe hacerse a partir de aquellas cosas que conocemos y que son susceptibles de cambiar, ya que el mercado, la globalización o la guerra fría -aunque nunca quieran hablar de ella- existen y no dependen de nosotros. Ser competitivos no es sólo una necesidad, es una obligación para sobrevivir. Las glaciaciones de hace millones de año son ahora los mercados mundiales. Internet es casi Dios y los dinosaurios son los gigantes financieros que viven de nosotros pero de los que dependemos para seguir la rueda del mercado. 

Algunas empresas modernas hace tiempo que han entendido todo eso del cambio. Algunos líderes hasta creen en los recursos humanos y los ven como esos misioneros abnegados y cargados de vocación predicadora que finalmente han decidido darles una silla en el comité de dirección para que hablen de algo más esperanzador que los planes de regulación o las prejubilaciones. 

Y naturalmente, en los lugares donde ha sido posible, los directores de RRHH han aprovechado su oportunidad. En muchos casos, han sido capaces incluso de despojarse de las obligaciones más o menos burocráticas como contratación y nóminas, pudiendo centrarse en la evaluación de puestos, la afinidad de perfiles, los planes de carrera y clima laboral, y así, pretender que la gente esté realizando aquel trabajo para el que está preparado y que además lo haga a gusto, dispuesto por tanto a compartir conocimiento. 

Nada cambia por sí solo y debería hacer falta la presión del exterior o los cataclismos inevitables para que la gente variemos la forma de hacer las cosas. Lo malo de esta situación de crisis que está pasando es que no la conocemos ni la comprendemos porque nadie quiere salir del estado de comodidad. 

No es “cómodo” pensar que cada hora se mueren miles de niños de hambre, ni que no pueda evitarse cargarnos el ozono. Tampoco nos preocupa seguir fabricando armas mortales. Y es que reaccionamos tarde. Como jurista, sé perfectamente que el derecho siempre llega tarde. Hay que agredir a muchos miles de mujeres para que se haga una ley que las proteja de verdad, lo mismo que somos reacios a poner un semáforo en un cruce hasta que se han matado unos cuantos. 

No vale cargar el peso de todo lo que nos está pasando a Bin Laden o al fatídico “día once”. Eso es lo mismo que echársela al tiempo o al precio del petróleo. Naturalmente todo influye, pero hay que prever todo lo previsible y de la misma forma que nada se aprende de verdad hasta que se hace por uno mismo. 

No se preocupe demasiado, las empresas no van mal, los que vamos mal somos las personas. 

Más conocimiento

Nuestra economía debe girar hacia el único espacio en el que nadie puede copiarnos, que es el conocimiento que poseemos individualmente. De la misma forma que no hay dos personas iguales, sólo tiene valor aquello que no nos pueden comprar y ésto aplicado en el mundo del trabajo es el modo en que hacemos las cosas. 

Debemos perseguir el objetivo de hacer bien las cosas por el mero gusto de hacerlas y el camino es la educación, una cultura mucho más ordenada en todos los niveles. El mundo universitario debe bajar a las empresas para saber qué tipo de profesionales habrá que tener en el futuro. 

No obstante, debe tenerse en cuenta que, con la implantación de las nuevas tecnologías, la diversificación de transportes, la sobre-información, el alto nivel de comunicaciones, la progresión del tele-trabajo etc, en los municipios en los que viven nuestros jóvenes no se encuentran sus centros de trabajo. 

Una estrategia concreta

Nuestra juventud, en los casos en que ha podido elegir determinada carrera u oficio, difícilmente puede ejercerla en el pueblo donde vive. Incluso, las empresas priorizan las condiciones financieras, tecnológicas, productivas, competitivas, imagen o logística, alejándose de los territorios de explotación. 

Teniendo en cuenta esta deslocalización interior, debe existir por una parte, un acercamiento de la realidad social y económica mediatizada por el futuro, de forma que puedan acercarse las expectativas de los futuros trabajadores y el desarrollo normal de las empresas. 

Algo que no puede pararse es la centrifugadora de la innovación permanente. Los productos envejecen con mucha más rapidez que las personas y la sobrevivencia del sistema sólo puede garantizarse tomando medidas que forzosamente tendrán que aplicarse en la actualidad y en el ámbito en que se permita, pero al mismo tiempo, preparando el futuro de generaciones venideras.

Unas propuestas concretas 

Por tanto, deberíamos, por una parte, elevar la calidad de nuestro trabajo:

  • Mejorando la educación y la formación profesional, luchando contra el fracaso escolar y acercando las opciones formativas a perfiles con futuro laboral
  • Una más y mejor tecnología de la comunicación, facilitando el acceso al e-learning, la formación permanente y la visión universal
  • Fomentar el espíritu emprendedor, eliminar trabas y apoyar la iniciativa empresarial. 

Por otra parte, cambiar nuestro modelo de organización en las empresas:

  • Cambiando el modelo de gestión excesivamente jerarquizado hacia una fórmula de dirección por resultados
  • Flexibilizando recursos, centrándose en etapas productivas de valor añadido. 
  • Una acción vendedora determinante hacia mercados nuevos, emergentes, nichos y naturales. No podemos dejar que nos vuelvan a “robar la cartera” en Sudamérica, África y Medio Oriente, nuestros vecinos. 
  • Más cooperación interempresarial entre las pymes
  • Favorecer la evolución hacia una cultura de proyecto
  • Racionalizar la distribución del tiempo de trabajo y favorecer la conciliación familia /trabajo.
  • Ofrecer a los buenos trabajadores, proyectos empresariales a largo plazo que contengan una mayor seguridad laboral para el trabajador implicado (Japón).

Con esta actitud, puede aspirarse a un modelo de eficiencia económica y social que es un concepto más amplio que la mera competitividad. 

Conclusión

En conclusión, el fenómeno del offshore o la deslocalización es algo imparable y que no debe sorprendernos. Tiene sus raíces en la economía y se alimenta principalmente de esta ciencia peligrosa con la que nos hemos acostumbrado a vivir y que no podemos obviar en el mundo moderno, llamada márketing. 

Poco importa que tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas, ya que el consumo, es como una hidra insaciable, que se ocupa sencillamente de crear otras nuevas, para que de esta forma, no dejemos de empujar el bolsillo con nuestros deseos hacia un señuelo de algo tan intangible y utópico denominado calidad de vida. 

Las empresas, sometidas lógicamente a esta competitividad global, deberán racionalizar sus costes de producción, a fin de tener un espacio en el mercado y, probablemente, siempre seremos mejores compitiendo con algo que conlleve conocimiento que en el bazar del “todomásbarato”, eso mantendrá despierta nuestra mente y nos ocupará en hacer mejor lo que sabemos hacer. 

A nivel personal, nuestro mayor poder es el talento, la historia aprendida durante generaciones, la cultura del esfuerzo, la disposición a aprender constantemente, la autonomía aplicada al trabajo en equipo, nuestra iniciativa y creatividad, la capacidad de elegir volcándonos en, lo que sabemos hacer mejor, para dejar a otros , la simple fuerza de trabajo. Probablemente, preocupándonos para que la cultura y el conocimiento crezcan con nosotros, seremos mucho más libres, tanto como para saber elegir y entonces, seguro que nada nos condicionará. 

RESUMEN

El autor hace una reflexión sobre la deslocalización de las empresas que es consecuencia de la globalización y la competitividad. 

Se realiza un exhaustivo análisis de las causas que han motivado la misma, poniendo sobre la mesa verdades y mentiras derivadas del fenómeno de la deslocalización. 

Con un breve paseo histórico sobre nuestros orígenes, la influencia del entorno y nuestra forma de actuar, se define una posición realista y consecuente con nuestra forma de ser en el siglo XXI. 
También se relatan las ventajas y la repercusión social para los países de origen y los receptores y, muy especialmente, se dan sugerencias para establecer una estrategia para defendernos de éste fenómeno que precisamente por su origen universal es inevitable para nosotros, ocupándonos de crear antídotos que van desde las estructuras al aprendizaje. 

Se justifica que la eficiencia económica puede conseguirse con una nueva reforma laboral y una actitud por parte de la administración que permita armonizar flexibilidad con estabilidad en el empleo. 

Se presta en todo el artículo una especial atención a los profesionales como seres humanos con recursos y, a la vez, auténticos protagonistas de la deslocalización, y se proponen soluciones, especialmente, en el ámbito de la formación, los valores y la organización del trabajo, que permitan abordar el futuro con esperanza. 

SOBRE EL AUTOR

El autor, Miquel Bonet (Manresa 1947) cursó estudios empresariales y Derecho. Posee diversos masters y postgrados. Es profesor presencial y virtual en varias universidades, especialmente en la de Barcelona y también en Escuelas de Negocios. 

Autor de más de 600 artículos así como de manuales técnicos y de RRHH, acaba de publicar su libro”Búscate la vida” (Ed. Cerasa 2004). 

Colaborador habitual en Radio y TV, participa como ponente en diversos eventos relacionados con RRHH, Comunicación y Formación.

Presidente la consultora ABR y Consejero del grupo Select. 

BIBLIOGRAFÍA
  • ALBA, J.; BESTEIRO, C. (2001): “Efectos económicos de las migraciones internacionales”, Filosofía, Política y Economía en el Laberinto, octubre. Universidad de Málaga.
  • CARRASCO, R. (2003): “Inmigración y mercado laboral”, Papeles de Economía Española, n.º 98, pp. 94 – 108.
  • Crombrugghe A. de, Bhushan K. y San Román I., Algunos logros notables de las BSA en 2001-Bolsas de subcontratación y alianzas industriales (BSA)- Abriendo la puerta de los mercados locales y mundiales; 2001, Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial.
  • Chevalier M., Externalisation, Alternatives Economiques, núm 210, enero 2003, págs. 56 a 60.
  • Dunning J. H., Multinational Enterprises and the Global Economy, Wokingham: Addison- Wesley, 1993.
  • Garrigós-Soliva D., de Crombrugghe A. y Sarrión E., Practical Case Studies on Industrial Subcontracting and Partnership, Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial.
  • Globalization, Outsourcing and Wage Inequality, National Bureau of Economic Research, Working Paper, núm. 5424, enero 1996.
  • Ianni, Octavio. 1996. Teorías de la globalización. Siglo XXI Editores. México
  • NOON, M, & BLYTON, P. 2002. The realities of work. Houndmills, Basingstoke, Hampshire, New York: Palgrave, 2002.